Capítulo 24: Rompiendo reglas

923 Words
**Punto de vista de Alice** Odiaba sentirme ignorada. Y Dere me estaba ignorando como si yo fuera una puta pared. Desde que volvimos de Brasil, ni una mirada de más, ni un comentario mordaz, ni un “cállate la boca, princesa” que me pusiera el coño en llamas. Nada. El cabrón iba pegado a mí todo el día, pero actuaba como si yo no existiera. Y eso me estaba matando por dentro. Así que cuando Julián me mandó mensaje para cenar, le solté la mentira más grande de mi vida. > “Lo siento, amor, me siento fatal. Creo que pesqué algo en Brasil.” Él me creyó al toque, el muy idiota, y me deseó que me mejorara con corazoncitos y besitos. Yo sonreí como una cabrona y marqué a Cristina y Rebeca. A la medianoche, cuando la casa estaba muerta, me escabullí por la puerta trasera con un vestidito n***o corto que apenas me tapaba el culo, tacones altos y el cabello suelto. El Uber n***o ya esperaba. Cristina me vio subir y soltó un grito ahogado. — ¡Dios, Ali, estás para comerte! ¿Segura de esto? Rebeca rió desde el asiento de atrás. — ¿Y tu guapo guardaespaldas? ¿No se va a dar cuenta? Bufé, cerrando la puerta. — Ni sabe que me fui. Y si se entera, que se joda. El reguetón en el club era puro fuego, luces neón parpadeando, cuerpos sudados pegándose en la pista, alcohol barato y caro mezclándose en vasos que brillaban. Bebí como si quisiera borrar a Dere de la cabeza: shots de tequila, vodka con Red Bull, lo que cayera. Reí hasta que me dolieron las costillas, bailé con extraños que me agarraban la cintura, dejé que me besaran el cuello porque quería sentir algo que no fuera su mirada fría. Pero no funcionó. Cada vez que cerraba los ojos veía sus tatuajes, su voz ronca, su “cuando te toque no vas a poder caminar”. Y bebí más. — Alice, ya basta, coño —me gritó Cristina al oído, quitándome el vaso—. Vas a terminar en el hospital. — ¡Estoy bien, carajo! —le grité de vuelta, riendo, pero el mundo ya giraba como una mierda. Y entonces todo se fue al carajo. El estómago me dio un vuelco y corrí al baño, vomitando todo el alcohol y la rabia en el lavamanos. Cristina me sostenía el pelo, Rebeca me pasaba papel. — Llama a Dere —oí que dijo Cris, voz temblorosa—. Esto es demasiado. — ¡No! —intenté gritar, pero salió como un gemido—. No quiero que me vea así… Pero ya era tarde. En la mansión, Dere saltó de la cama como si le hubieran prendido fuego. El teléfono vibrando a las tres de la mañana solo podía ser una cosa. Vio el nombre: Cristina. — ¿Qué pasó? —ladró, voz ronca de sueño y furia. — ¡Dere, por Dios, ven ya! Alice está hecha mierda, vomitando en el baño del club. ¡No puede ni caminar! — ¿Dónde están? Cristina le pasó la ubicación con voz temblorosa. — Estoy en camino. No la dejen sola. Colgó, se puso la camiseta negra y los jeans en dos segundos, agarró las llaves del SUV y salió disparado. El motor rugió como un animal enfurecido mientras volaba por las calles vacías. Llegó al club como un huracán n***o. Empujó la puerta del baño de mujeres sin pedir permiso, la gente apartándose al ver su cara de matar. Ahí estaba ella. Apoyada contra la pared, maquillaje corrido, vestido subido por los muslos, ojos vidriosos y la boca temblando. Apestaba a alcohol y a arrepentimiento. Cristina lo vio y soltó el aire que tenía aguantado. — Gracias a Dios… No dije nada. Solo la miré. Un segundo. Y sentí que algo dentro de mí se rompía. Alice me vio y sonrió borracha, medio mareada, voz pastosa. — ¡Mírenlo! El caballero oscuro vino a rescatarme… qué tierno… No sonreí. Me agaché, la cargué en brazos como si no pesara nada, su cuerpo caliente y tembloroso contra mi pecho. — Oye… puedo caminar… —balbuceó, cabeza cayendo en mi hombro. — No puedes ni mantener la cabeza en alto, Salvaterra —gruñí, saliendo del baño con ella pegada a mí. Cristina y Rebeca nos siguieron hasta el SUV. Nadie habló. La metí en el asiento trasero, le puse el cinturón con cuidado aunque quería zarandearla, y arranqué. Silencio de tumba. Ella me miró de reojo, sonrisa borracha todavía en la cara. — ¿Vas a regañarme, papi? — No. — ¿No? — No vale la pena. Eso la jodió. Lo vi en sus ojos vidriosos. Llegamos a la mansión. La saqué del carro, la cargué otra vez hasta su habitación, la dejé en la cama con cuidado aunque quería tirarla y gritarle qué carajo hacía jugándose la vida así. Ella agarró mi muñeca antes de que me fuera, uñas clavándose en mi piel. — ¿Por qué me ignoras, Dere? La miré fijo. Algo dentro de mí se quebró del todo. Me incliné hasta que mi boca casi rozó la suya, voz baja y cruda. — Porque si no te ignoro, Salvaterra… ya te habría besado. Ella contuvo el aire. Sus ojos se abrieron grandes, borrachos pero vivos. Y antes de que pudiera decir nada, me aparté, salí y cerré la puerta. Porque si me quedaba un segundo más, la besaba. Y después no paraba nunca.
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