Punto de vista de Alice
El sol de la mañana caía con fuerza sobre la finca, calentando cada rincón con su luz dorada. Alice se miró en el espejo con una sonrisa satisfecha. Había elegido el bikini perfecto.
Un diseño blanco con detalles dorados que resaltaba su piel bronceada, combinado con un pareo de tela ligera que caía sobre sus caderas. Su cabello rubio estaba suelto, con ondas naturales cayendo por su espalda. Parecía salida de una campaña de verano.
Y ese era el punto.
Dere había sido una muralla impenetrable en todo el viaje. No reaccionó cuando casi se mata en la pasarela. No reaccionó cuando la llevaron al hospital. No reaccionó cuando le insinuó que estaba con otra mujer.
Pero hoy… hoy iba a hacer que se rompiera un poco.
Salió al patio con paso seguro, sus pies descalzos tocando el mármol cálido junto a la piscina. Marta ya había preparado el desayuno en la mesa al aire libre, pero Alice tenía otros planes antes de sentarse a comer.
El agua cristalina de la piscina era la excusa perfecta.
Se quitó el pareo lentamente y se estiró con exagerada despreocupación, dejando que el sol acariciara su piel. Luego, con una sonrisa traviesa, giró la cabeza en dirección a la terraza donde sabía que Dere estaba.
Y ahí estaba él.
Camiseta gris ajustada, pantalón deportivo n***o y el cabello aún húmedo de su carrera matutina. Jodidamente atractivo y tan serio como siempre.
Alice sonrió y se inclinó un poco en el borde de la piscina.
—¿No te animas a un chapuzón?
Dere ni siquiera parpadeó.
—No.
Directo y seco.
Alice no se rindió.
—Hace calor. Te hará bien.
—Estoy bien.
Alice se mordió el labio, sin dejar de mirarlo.
—¿Qué pasa, guardaespaldas? ¿No sabes nadar?
Esa vez, Dere sí reaccionó. No fue gran cosa, solo una leve inclinación de su cabeza y una mirada afilada.
—No te preocupes por mí, princesa. Sé nadar perfectamente.
Alice apoyó un codo en el borde de la piscina, acercando su rostro al agua mientras lo observaba.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
Dere se cruzó de brazos, con expresión impasible.
—No estoy aquí para divertirme.
Alice rió suavemente y se impulsó hacia el agua, sumergiéndose por unos segundos antes de salir a la superficie con el cabello mojado cayendo sobre su espalda.
Sabía que él la estaba mirando.
Quizás no con obvia lujuria como lo haría cualquier otro hombre, pero Alice conocía las señales.
—Eres muy aburrido, Dere Ferrel —dijo, con un toque de burla.
—Y tú muy insistente —respondió él, imperturbable.
Alice se recargó en el borde de la piscina, mirándolo con una sonrisa desafiante.
—Voy a hacer que te diviertas en este viaje.
Dere soltó una leve risa sin humor.
—Buena suerte con eso.
Alice estaba a punto de responder cuando su teléfono vibró en la mesa. Se secó rápidamente las manos y lo tomó, viendo que era una videollamada de su madre.
—Mamá —dijo con una sonrisa, aceptando la llamada.
Apareció la cara de Alicia Salvaterra, impecable como siempre, con su cabello perfectamente arreglado y un maquillaje sutil que resaltaba sus rasgos elegantes.
—Hija, qué gusto verte —dijo su madre con voz afectuosa—. ¿Cómo está todo en la finca?
Alice giró la cámara para mostrarle el jardín y la piscina.
—Tranquilo. El clima es hermoso.
—Se nota que estás disfrutando.
—Bueno… no todo el mundo aquí es tan relajado —bromeó Alice, enfocando disimuladamente a Dere, quien seguía de pie con los brazos cruzados.
Su madre arqueó una ceja.
—Hola, Dere.
Él inclinó levemente la cabeza.
—Señora Salvaterra.
Alicia sonrió con diversión.
—Espero que no estés siendo demasiado estricto con mi hija.
Alice puso cara de sufrimiento.
—Mamá, es un ogro. Ni siquiera quiere meterse a la piscina.
Su madre rió suavemente.
—Dale tiempo. Dere parece de los que tardan en relajarse.
Alice lo miró de reojo con una sonrisa maliciosa.
—Ya veremos si logro cambiar eso.
Dere suspiró y miró hacia otro lado, pero Alice notó la tensión en su mandíbula. Estaba entrando en su juego, aunque no lo quisiera admitir.
En ese momento, otra llamada entró. Esta vez, de Cristina.
—Mamá, te llamo luego. Cristina me está llamando.
—Está bien, cariño. Cuídate y no fastidies demasiado a Dere.
Alice se despidió y contestó la llamada de su amiga.
—¡Alice! —exclamó Cristina con emoción—. ¡Nos tienes abandonadas!
Alice rió y enfocó su rostro mojado por el agua.
—Lo siento, he estado ocupada.
—Sí, sí, ya sabemos. ¿Cómo va todo con tu sexy guardaespaldas?
Alice se giró un poco para asegurarse de que Dere estuviera escuchando antes de responder con picardía:
—Lo mismo de siempre. Imposible de hacer sonreír.
Cristina rió y a su lado aparecieron otras amigas del grupo.
—¡Oye, escóndete con él en la piscina! A ver si le quitas lo amargado.
Alice fingió pensarlo.
—Mmm… tentador.
—Hazlo, tonta. A ver si reaccion…
—Cristina, basta —interrumpió Alice con una risita, antes de que Dere se hartara y se fuera.
—¿Qué? Nos da curiosidad. Siempre estás con él. ¿Todavía nada de nada?
Alice miró a Dere de reojo. El tipo estaba de espaldas, pero ella sabía que la estaba escuchando.
—Lo veré como un reto —dijo con una sonrisa traviesa.
Cristina chifló.
—¡Eso me gusta!
Después de unos minutos más de charla, Alice colgó la llamada y dejó el teléfono en la mesa.
Dere no dijo nada, pero Alice notó que su postura estaba un poco más rígida.
Se acercó a él con la toalla en la mano y lo miró con falsa inocencia.
—¿No te cansas de escucharme hablar con mis amigas?
Dere la miró de reojo.
—No. Solo me sorprende que pienses que todo es un reto.
Alice alzó una ceja.
—Tal vez porque me gusta ganar.
Dere la miró con intensidad.
—Ten cuidado, princesa. A veces, jugar con fuego termina quemando.
Alice sintió un escalofrío recorrer su piel.
Por primera vez, sentía que tal vez Dere no era el único que estaba perdiendo el control.
---