**Punto de vista de Alice**
El puto teléfono me sacó del sueño como un balde de agua fría. Eran las siete de la mañana y yo todavía olía a vómito y arrepentimiento de anoche. Miré la pantalla con los ojos entrecerrados: Agencia LUX. Mierda.
Contesté con la voz más profesional que pude sacar de la garganta seca.
— ¡Hola, buenos días!
— ¡Alice, reina! ¡Tenemos notición! —chilló la coordinadora, emocionada como si me hubiera tocado la lotería—. Pasarela exclusiva la próxima semana. Alta costura, playa privada, fotógrafos de Vogue, Harper’s… ¡todo el paquete! Te mandamos el brief ahora mismo.
Me senté de golpe en la cama, el corazón latiéndome como loco.
— ¡¿En serio?! ¡Dios, sí! ¡Claro que sí!
Colgué y salté como una idiota, gritando sola en la habitación. ¡Mi primera gran pasarela de verdad! ¡La hostia!
Pero la felicidad duró exactamente tres segundos.
La puerta de mi habitación se abrió de golpe, sin tocar, y ahí estaba él. Dere. Con cara de pocos amigos, camiseta negra ajustada, brazos cruzados y una furia que se le salía por los ojos oscuros.
— Tienes cinco segundos para explicarme por qué carajos te escapaste anoche —ladró, voz grave y cabreada, cerrando la puerta de un portazo que retumbó en mis huesos.
Tragué saliva, pero el mal genio malcriado salió al rescate. Me recogí el cabello con calma fingida, sentada en la cama con la sábana hasta la cintura y el top de dormir subido lo justo.
— No sabía que eras mi padre, Dere —le solté, voz dulce pero con veneno—. Solo salí a divertirme con mis amigas. ¿Tanto drama por una noche?
Él avanzó dos pasos, invadiendo mi espacio, tan cerca que sentí su calor y ese olor a hombre que me ponía loca aunque estuviera furiosa.
— ¿Drama? Estabas borracha perdida, vomitaste en un baño de club de mierda y Cristina tuvo que llamarme a las tres de la mañana rogando que fuera a recogerte como si fueras una cría. ¿Eso te parece “divertirte”?
Me levanté de la cama, quedando frente a él, solo con el top corto y las bragas, sin importarme una mierda.
— ¿Y qué? ¿Te preocupaste por mí, Dere? ¿O solo te jode que no te avisara para que pudieras seguirme como perrito fiel?
Él apretó la mandíbula tan fuerte que vi la vena saltar.
— Me jode que arriesgues tu culo por una rabieta de niña rica. Me jode tener que ir a sacarte de ahí como un puto taxi. Me jode que hagas lo que te da la gana sin pensar que alguien puede estar esperando para joderte de verdad.
Me acerqué más, casi rozándole el pecho con el mío, voz bajita y desafiante.
— ¿Alguien como tú? Porque anoche, cuando me cargaste, sentí tu polla dura contra mi muslo, grandote. ¿O eso también fue “profesional”?
Él me miró fijo, ojos ardiendo, y por un segundo pensé que me iba a besar o a follarme ahí mismo.
— Cuidado con lo que dices, Alice. Porque si sigues provocándome así, un día te voy a callar esa boca de la única forma que sé. Y no va a ser suave.
El coño me palpitó tan fuerte que casi gemí.
— ¿Amenaza o promesa, soldado?
— Las dos cosas —gruñó, tan cerca que sentí su aliento—. Pero hasta que no aprendas a no jugar con fuego, me quedo mirando cómo te quemas sola.
Y se dio la vuelta, saliendo y cerrando de un portazo.
Me quedé temblando, mojada, cabreada y con ganas de gritarle que volviera y cumpliera de una puta vez.
Más tarde, Julián me mandó mensaje para ir a la playa. Y acepté. Porque quería joder a Dere. Quería que viera. Quería que explotara.
Me puse el bikini n***o más pequeño que tenía —dos triángulos que apenas tapaban las tetas, tanga que subía por el culo como una promesa—, pareo transparente y tacones. Bajé las escaleras como una reina, sabiendo que él estaba en la sala.
Sentí su mirada quemándome la piel mientras pasaba.
Pero no dijo nada.
Ni una puta palabra.
Y eso me irritó más que cualquier grito.
En la playa con Julián era todo risas, copas, su mano en mi cintura, sus labios en mi cuello mientras el sol se ponía naranja y rojo como mi bikini.
— Extrañaba esto, reina —me susurró, acariciándome la mejilla.
No me aparté.
Él se inclinó para besarme.
Y casi cedí.
Pero entonces lo vi.
Una sombra a unos metros. Dere. De pie, brazos cruzados, camiseta negra pegada al cuerpo por el viento, ojos oscuros clavados en nosotros.
Frío.
Serio.
Indescifrable.
El corazón me explotó.
¿Por qué carajos estaba ahí?
¿Por qué no se iba?
¿Por qué no hacía nada?
Apreté los puños.
Si Dere no iba a reaccionar…
Yo lo haría por los dos.
Tomé la cara de Julián y lo besé. Lento. Profundo. Con lengua. A propósito.
Cuando abrí los ojos, busqué a Dere.
Pero ya no estaba.
Mierda.
Y por primera vez, sentí que había ido demasiado lejos.
Porque ahora no sabía si lo había perdido… o si acababa de ganar la guerra.