—No, un poco .— —¿Decepcionado?— Me cruzo de brazos. —Celoso.— —No estábamos juntos. No sabíamos que éramos compañeros. Ninguno de nosotros.— —Lo sé.— Se pone de rodillas y toma suavemente mis manos, alejándolas de mi pecho. —Siento lo que siento. Pero no depende de ti. Y no quiero que te arrepientas de nada. Quería que todo en tu vida fuera bueno y perfecto—. El recuerdo flota entre nosotros. La cama de la anciana, su suave edredón, el horrible dolor y el té frío. —No lo fue. Pero tampoco estuvo mal. Es el camino que tuve que tomar para llegar hasta aquí—. —Para mí—, dice. —Para ti—, estoy de acuerdo. —¿Te acuerdas? ¿La cabaña de Abertha? ¿Después del ataque? —Sí.— Me pone un pelo suelto detrás de la oreja. —Fuiste tan valiente—. —Eras tan fuerte—. Y en mi memoria veo lo muy jov

