Se siente como una bofetada. Miro fijamente un tronco caído a su izquierda. Me aplasto los labios para que no tiemblen.
—Vamos, Una. No seas así. Mírame de nuevo—. Su voz es persuasiva.
—¿Por qué tuviste que venir a la ciudad? No te importa lo que hago. ¿Cómo te perjudica a ti o a la manada vender algunos hongos? ¿Por qué no puedes simplemente dejarme en paz?
—¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto?—
Me encojo de hombros. Estoy atrapado. ¿Qué duele decirle? —Casi diez años—.
—¿Has estado escabulléndote del territorio de la manada durante una década ?—
—He estado conduciendo un camión cinco millas hasta un mercado de agricultores para vender miel y mermelada —. Resoplé. —Soy un cerebro criminal—.
—Podrías haber pedido una escolta—.
—Habrías dicho que no—.
—No lo sabes—.
—Sí. No lo en
