1. Sonrisa furtiva.

3489 Words
«No puede ser que sea 15 de octubre y mi sueldo no haya caído. ¡Maldita sea!» pensaba mientras caminaba sobre la acera rebuscando las monedas en mi mochila y pantalones. Me había levantado temprano con la esperanza de que en mí trabajo depositarán, cosa que evidentemente no ocurrió. Me quedé mirando la pantalla del cajero automático «SALDO DISPONIBLE: 0.95 centavos» Mi mala administración me mataría tarde o temprano, tendría que caminar al trabajo, todo mi capital eran 5 pesos, y eso no alcanzaba para tomar el bus. Hice un cálculo rápido y si me movía a paso veloz estaría llegando en cuestión de unos 50 minutos. Eso quería decir que, llegaría tarde. «¡Genial! Tarde y sin desayunar» me froté los ojos con desesperación y empecé a caminar, fijando mi mirada en el suelo con la esperanza de encontrar dinero tirado y así poder tomar el camión. Caminé cerca de unas 10 cuadras, cuando de frente me topé a uno de mis compañeros de trabajo, era mi esperanza. Pregunté como iba al trabajo, me contestó que su auto, y con suerte se ofreció a llevarme. «Una cosa menos de qué preocuparme». El trabajo que tenía en está cuidad, no era el que yo habría soñado, pero bueno, quería pensar que era algo pasajero, mientras conseguía algo mucho mejor. Pero ya llevaba casi un año ahí y no había conseguido nada que me convenciera. Muchas veces la idea de dejarlo todo y dedicarme a lo que había estudiado me golpeaba en la cabeza, como un cincel contra el mármol, produciendo un ruido tan intenso que no tenía idea si callarlo o hacerle caso. Me aturdía. Yo era un artista plástico, y por más museos que visitaba para buscar ser contratado no tenía suerte. En cambio, los trabajos de oficina en donde había que ingresar datos, manejar Excel, hacer oficios y poner cara simpática cuando pasaba el jefe, abundaban. Suspiré con frustración cuando me encontré delante del monitor, y encendí el ordenador sin un ápice de interés. Dejé los pendientes cerca del escritorio y me fui a preparar un café, que por suerte era gratis en la oficina. Alguien se compadeció de mí y dejo un pan dulce sobre la mesa, lo tomé a escondidas y me lo comí a gran velocidad. Sacudí mi camisa gris y mi pantalón de un par de tonos más oscuros. Me hice otro café y caminé a cumplir con la tediosa oportunidad de ganar dinero a costa de sacrificar mi tiempo y mi creatividad. Por la ventana a mi lado veía el mundo afuera de la oficina, me imaginaba las posibilidades para una aventura ahí afuera. Solo tenía 25 años, y sentía que tenía que mi vida se me había ido al caño. Nunca me hubiera imaginado que, todos mis sueños, mis planes, estuvieran arrumbados en mi mente, en definitiva, no estaba donde quería estar, no estaba ni cerca de estarlo y aquello me tenía infeliz. El tráfico con la lluvia me parecía encantador, de vez en cuando tomaba fotografías también, no eran malas, pero ninguna había tenido éxito, de vez en cuando algún banco de imágenes me compraba alguna, pero la mayoría no llamaban la atención. Las horas en la oficina pasaban lento, tan lento que bueno, el sueño llego a mí. Nos llamaron para pagarnos en efectivo, ya que hubo un problema con las cuentas de banco y no se pudieron realizar las transferencias electrónicas pertinentes. Me pagaron la mitad de mi sueldo. Lo suficiente para sobrevivir una semana o dos, si no gastaba tanto, así que decidí administrar cada peso que tenía, y cuando llegará la otra parte de mi sueldo podría hacer otra cosa con ello; tal vez me compre un par de bastidores o arcillas para satisfacer mi alma frustrada. Las 4 de la tarde, tenía mucha hambre, pero me la aguantaba, salí corriendo de la oficina y me dirigí a la parada del autobús, tenía que caminar algunas cuadras, e iba a la mitad de camino cuando me di cuenta que solo había tomado mi saco y mi carpeta, y había dejado mi mochila en la oficina. «Soy un desastre, mira que olvidar la mochila, solo a mí me pasa, tengo que poner más atención, ¿en qué mundo vives Miguel?» me regañaba cuando caminaba hacia la oficina para regresar por mi mochila olvidada. Las gotas gélidas y pesadas comenzaron a caer una a una, y de pronto, en un abrir y cerrar de ojos un torrente caía sobre la cuidad y sobre mí. «¡¡Ahggg, esto no puede ser mejor!!» pensaba, la parada del autobús estaba más cerca que la oficina, así que corrí a toda velocidad para guarecerme de la lluvia fría. Mucha gente corría en todas direcciones, yo solo procuraba correr sin tropezar con alguien y llegar lo más rápido posible a la parada del autobús, parada en la que el techo estaba dañado y prácticamente daba igual estarse refugiando ahí o estar fuera. Traté de pegarme a los costados de la estación del bus lo más posible, revisé mi carpeta, en ella cargaba algunos dibujos que hacia mientras viajaba en el trasporte, hojas blancas y un carboncillo. La mayoría de mis hojas estaban mojadas y mi carboncillo se había perdido. Pase mis manos por mi cabello cenizo y me frote los ojos con ganas de llorar. No tenía el mejor día de mi vida, era un hecho, las lágrimas de frustración querían asomarse por mis ojos y las alejé con una mano. La lluvia se intensificó y el autobús no pasaba. Me cubrí la cabeza con mi carpeta, total, ya estaba dañado el interior, así que no habría que cuidarla más. Me distraje viendo a la gente correr, cada vez eran menos en las calles, la lluvia era imposible, no me dejaba escuchar nada. Parecía que el mundo se estaba parando para que la lluvia cayera. Un ruido fuerte. Me asomé y pude ver unos pequeños zapatos de tacón rojos en la acera. Me acerqué con cautela para ver qué pasaba, una mujer de vestido n***o, cabello largo y castaño acababa de caer a unos cuantos pasos de la estación. Me acerqué a ella para ayudarle, estaba más empapada que yo, al menos en ese momento. Le tendí una mano para socorrerle, sin voltear a verme la tomó, levantó un bolso pequeño del suelo y la ayudé a levantarse. Levanto su cara para agradecerme, y pesé al agua fría que caía sobre mí sentí mi corazón calentarlo todo de a poco. Sus ojos eran de un verde único, con facciones delicadas, una boca carnosa. Era hermosa. Ella dijo algo, pero el sonido de la lluvia era tan intenso que no me dejaba escuchar lo que decía. Me acerqué a su boca para poder reparar en lo que espetaba. —¡Gracias! No debiste molestarte. —señaló con mucha pena en su voz y en un susurro. —¿Estás bien? ¿Te lastimaste? —casi grité en su oído, mi nariz rozó su cabello que, aunque estaba húmedo olía a fresas. Ella solo movió la cabeza asintiendo. Le ofrecí mi carpeta para que se tapara un poco del torrente que caía sobre nosotros. Me miró, sus ojos estaban enrojecidos, tal vez estaba llorando antes, pero lo que sucedió después… me dejó prendado de ella; ella sonrió para mí. En reflejo sonreí con todo mi cuerpo, era lo más hermoso que había visto jamás, era, era perfecta, suave, delicada, pero al mismo tiempo fuerte y tenaz, nunca la había visto, pero tenía tantas ganas de verla desde ese día, para siempre. Un suspiro escapó de mi boca, sin que pudiera ser audible. Ella tomó mi carpeta y la colocó sobre la cabeza de ambos, el gesto fue bueno, pero igual nos mojábamos con la lluvia. Miro su reloj en su mano izquierda y se lamentó. —¿Todo en orden? —pregunté. —Sí, es solo que, tendré que cambiar mi cita, ¡maldición! —su comentario me hizo reír muchísimo. —¿De que te ríes? —me fulminó con la mirada mientras negué con la cabeza. —Tu no eres de aquí, ¿cierto? —repuse para que no sintiera que me burlaba de ella. —No, soy española —de nuevo su mirada en mí hizo que el tiempo se pausará por una fracción de segundo. El destino la había puesto ahí al lado de mí por alguna razón y no podía quedarme solo ahí con ella, tenía que hacer alguna otra cosa, tenía que saber más de ella. Me llevé las manos a las bolsas con resignación, dentro de los bolsillos del pantalón sentí las monedas del pasaje y se me ocurrió algo. —Llevo esperando 20 minutos el autobús, un taxi o un milagro y ninguno se ha aparecido, ¿quieres un café? —señalé el café de la esquina mientras ella me veía con algo de desconfianza— No pienses mal, es solo que no quiero ser el único en dejar un charco de agua cuando entre al lugar. Ella soltó una carcajada y asintió, corrimos hasta el café de la esquina, ella delante de mí, para evitar que cayera de nuevo yo fui detrás, cuidando sus pasos. Entramos al establecimiento y en efecto, un charco de agua se formaba en el suelo, debajo de los dos, de inmediato una chica se acercó a nosotros, y nos condujo a una pequeña área que parecía una terraza, pero con ventanales que hacían este espacio más cálido que afuera. Amablemente la mesera nos acercó algunas toallas pequeñas para secarnos lo más posible y nos extendió las cartas. —Un capuchino, por favor. —ella pidió primero. —Lo mismo para mí, por favor. —complete. Ella estaba acomodando sus cosas mientras trataba de secarse, yo solo saque mi celular para saber si no había muerto con la lluvia. —¿Eres un acosador? —me enfrentó, dándome una mirada por el rabillo del ojo— ¿No me vas a contestar? —volvió a irrumpir al no recibir respuesta de mi parte. Yo voltee hacía todos lados, intentando entender sí me hablaba a mí o a alguien más. Pero éramos los únicos en el lugar, así que la encaré. —¿Te refieres a mí? —ella asintió sin voltear a verme— Pues no, no que yo sepa. —sonrió de medio lado, aún sin mirarme de frente —Soy Miguel, por cierto, así no seré un acosador ni un desconocido. Me dediqué a no hostigarla, me centré en secar mi carpeta con algunas servilletas y luego a mi celular mientras mi cabello aún goteaba, como lo imaginaba, nadie me había marcado, enviado un mensaje, no tenía una sola notificación de f******k, pero aún así hice como que revisaba algo. —¿No me vas a preguntar mi nombre? —negué con la cabeza, sin verla de frente mientras pensaba «Tengo muchas ganas de hacerlo, pero prefiero que tu me lo digas»—¿Por qué no? —No quiero que pienses que te importuno o te acoso. —señalé y la miré discretamente, ella giraba su torso hacía mí y me veía de frente. —Vale, ya está, fue un comentario fuera de lugar el que hice primero, discúlpame si te ofendí, no era mi intención, a veces la gente no entiende mi sentido del humor. —colocó ambos codos sobre la mesa y recargó la mandíbula entre sus manos— Además he tenido un mal día. Levanté mi mirada para prestarle atención. —Soy Aimeé, por cierto —sonreí mentalmente y la miré con atención—. Gracias de nuevo por ayudarme allá afuera. —Espero que no te hayas echo daño Aimeé. Y no te preocupes, es lo mínimo que podía hacer por ti. —hice una mueca mientras intentaba hacer la elección correcta de palabras— Y eso del mal día, ya somos dos. Ella me sonrió de nuevo, provocando que mi respiración se pausará y mi interior se quedará callado, pero al mismo tiempo generaba un caos gigantesco. La mesera interrumpió con los cafés dejándolos sobre la mesa, nos llevó un par de mantas para cubrirnos y después se alejó para desaparecer detrás de la barra. —¿Por qué? —espetó. —¿Por qué, qué? —rebatí. —¿Por qué has tenido un mal día? —me miro esperando una explicación. —Te diré si tú me dices por qué has tenido un mal día. —repliqué. —Bien. —se removió en el asiento y se aclaró la garganta— Pues, como ya sabes, soy española, y he perdido mi cita para renovar mi carnet de viaje, —hice una mueca de tristeza— así que tendré que regresar antes de lo que tenía planeado, me caí en la acera por que la lluvia me tomó desprevenida y en la lucha por no mojarme más terminé toda empapada. Además, el departamento en el que me estoy quedando tiene una gotera enorme, así que cuando llegué todo estará inundado y bueno —suspiró y continuó—, se me acabó el gas por la mañana, así que no podré bañarme con agua caliente o preparar algo de comer para no enfermarme. —paró de hablar por algunos segundos, me miro a los ojos y luego apuntó— Tu turno ¿por qué ha sido un mal día?. —Pues no he tenido tantas calamidades como tú el día de hoy, yo creía que estaba salado, pero a tu lado y en comparación a lo que te ha pasado, si que soy afortunado —jugué una broma que ella contesto fulminándome con la mirada—. Okey, no eres la única que hace malos chistes aquí —está vez su risa estalló en la terraza iluminando todo. —¿Así que también eres gracioso? —asentí— Pues bien, Miguel, hiciste un trato y yo quiero saber qué paso con tu día. —ambos tomamos un sorbo de café y después me acomodé en la silla para explicarle, no tenía tantos problemas como ella en este momento, pero, bueno. —En mi trabajo no me depositaron la paga y tuve que caminar con resignación unas, varias cuadras --aclaré-, afortunadamente encontré a alguien que me podía llevar, porque no contaba con dinero para viajar en autobús, después —suspiré— tuve que robar un pan de alguien en la oficina, por que no me habían pagado y no pude desayunar, y luego me pagaron solo la mitad de mi sueldo. —Pues yo solo veo cosas buenas que te ocurrieron hoy. —refutó lo que le había mencionado antes. —Bueno, sí, puede ser, pero lo que no sabes, es la peor parte. —ella hizo un movimiento de cabeza, indicándome que me escuchaba y estaba lista para oír lo que tenia que decirle— Odio mi trabajo, me siento atrapado entre el escritorio y el monitor, tecleando en Excel todo el día fórmulas y datos que no entiendo, odio en lo que se ha convertido mi vida, el rumbo que está tomando y cada día que pasa me doy cuenta de que me estoy dejando arrastrar por la corriente en lugar de nadar en mi dirección. —Bueno, hombre, tu si estas jodido. —Ahí tienes, es claro que tuve un peor día que el tuyo; y bueno para rematar la lluvia. Y dejé mi mochila en la oficina, y mi carpeta esta arruinada por completo. —la miré con tristeza sobre la mesa. —¿Qué hay ahí? —preguntó señalando la carpeta. —Algunos dibujos y bocetos a carboncillo, pero están mojados ahora, así que… —extendió una mano. —¿Me dejas velos? —propuso coqueta. —Me temó que están arruinados y… —tomó la carpeta con sus manos y miró los dibujos de las primeras hojas— Bueno, sí, puedes verlos —contesté con ironía. —Son bellísimos… —contemplaba uno de mis dibujos, una señora mayor que con frecuencia veía de camino al trabajo, sentada en una banca dando de comer a las palomas— Este de aquí es maravilloso, melancólico, cautivador… —Me la voy a creer. —rebatí. —No, enserio, no estoy jugando, ojalá los hubiera visto en buen estado. El carboncillo se veía algo borroso y manchado por el agua sobre él. Tomé el café entre mis manos para calentarme un poco y sorbí lento, mirándola con detenimiento, sus cabellos aún mojados eran ondulados, de un castaño suave y su piel era como la porcelana, de un color rosa muy suave. Pasaba las hojas de mi carpeta con delicadeza. —¿Cómo es que dibujas tan bien? —me preguntó sin verme, aún sumergida en mis dibujos— ¿Es que, esto es asombroso? —Estudié artes plásticas en la universidad. —¿Y por qué no buscas exhibir tus dibujos? —replicó. —Lo he intentado, pero no he tenido éxito. Y bueno, vivir cuesta, así que busqué un trabajo que me permitiera pagar las cuentas y pues tuve que sacrificar el tiempo que le dedicó a crear para poder pagar las cuentas. —Entiendo. —He buscado trabajo en diferentes sitios, pero no he tenido suerte. —señalé con tristeza— Pero estamos hablando solo de mí, ahora yo tengo que preguntarte si no eres tú la acosadora —una sonrisa furtiva se esbozo en su rostro. —¿Qué quieres saber de mí? —sus ojos brillaban como si tuviera estrellas dentro de ellos y su voz era melodiosa, ¿Me estaba enamorando? Ella pregunta y yo contesto. —¿Qué haces aquí? ¿Estás de vacaciones o hay algún motivo por el cual estés acá? Ella medito un poco la respuesta, tomó un sorbo de su café y después de unos minutos respondió. —En realidad, no sé que hago aquí, se supone que venía de vacaciones, algunas semanas, pero ahora tengo dos meses aquí, supongo que la cuidad me cautivo, sentía que tenía que quedarme aquí. Y bueno... —¿Y de qué vives? —pregunté intrigado. —Soy arquitecta, hago planos para la compañía de mí papá, me manda las especificaciones y yo hago lo que él me pide. Está cuidad me ha inspirado bastante, sus edificios altos en contraste con las casas pequeñas y la calidez de las personas, la comida, pero sobre todo los museos que frecuento cada dos o tres días me han ayudado a… —hizo una pausa, cambio su tono de voz— recuperarme de todo. La lluvia afuera empezaba a ceder, bajaba de a poco el ritmo y cuando menos me di cuenta habían pasado dos horas y habíamos tomado cada uno dos cafés; nuestras ropas, aunque seguían húmedas, ya no goteaban. —Creo que es hora de que me vaya, parece que la lluvia ha bajado y tengo que ir a limpiar la alberca que seguro tengo por sala. Tomaré un taxi. —Sí, también tengo que irme. —la miré y gesticulé algo con las manos, mientras buscaba las palabras para decir algo. Ella se levantó y camino a la barra pidiendo algo a la mesera y extendiendo algo a esta. Regreso a toda velocidad a la mesa, tomó mi carpeta y la abrió, en una de las hojas blancas escribió su número de teléfono a lápiz. —Me voy Miguel. Espero verte pronto. Me dejo un beso en la mejilla, caminó a la salida del café y antes de salir por la puerta, se giró para verme y regalarme otra vista de sus ojos verdes además de una sonrisa hermosa. Pedí la cuenta para salir detrás de ella, Aimeé había pagado en la barra la cuenta de ambos. Tomé mi carpeta y mi saco que había puesto en el respaldo de la silla y salí corriendo para ver si la alcanzaba. La lluvia estaba regresando, pero corrí hacia la parada esperando verla, los azotes del agua sobre mi piel me obligaron a cubrirme de nuevo. Al llegar a la parada, ella abordaba un taxi. Su mano diciéndome adiós y la sonrisa que tenía me hicieron saltar el corazón. El autobús no tardo en pasar, y lo abordé. Miraba por la ventana mientras pensaba en todo lo que había pasado. Tenía un mal presentimiento, tal vez era que le tenía miedo a la felicidad o que tenía hambre por que no había comido nada en todo el día, a excepción del pan que robe en la oficina. Me sonreí y abrí de nuevo la carpeta para ver mis dibujos y su número de teléfono… El destino, se reía de mi suerte de mendigo. La lluvia había dañado los dibujos… y su número de teléfono.  «Debe ser una broma» removía las hojas con desesperación buscando su número, pero solo veía los manchones del carboncillo sobre las hojas mojadas…
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