Hermes
Jamás cruzó por mi mente que la hija de Markus era nada más y nada menos que mi cerecita. Ni siquiera se parecen, no hubo nada que me diera algún indicio de que ella pudiera ser su hija...
¿Me siento emocionado al escuchar su voz? ¡Joder, sí! Justo cuando creí que no la volvería a ver, la vida, el destino o lo que sea, conspiró a mi favor.
Su melodiosa voz es imposible de olvidar, es por eso que desde el primer instante, supe que era ella.
Las ganas de saltarle encima y hacer que se tragara sus palabras me consumieron al escucharla retarme de una forma tan altanera, sin embargo, no pudo ser posible…por el momento.
En cuanto me giré, su hermoso rostro palideció al verme. Sus ojos verdes se oscurecieron por la furia y yo no pude hacer más que deleitarme por su reacción.
El agraviado fui yo, ¿pero es ella la que está furiosa? Sin duda, le haré pagar muy caro su humillación.
Mientras los ancianos hablan, yo no puedo apartar mis ojos de ella, los celos me invaden al verla tratando de salir colgada del brazo de su amigo. ¿A dónde mierdas va?
—Hemos escuchado maravillas de ti, muchacho.—El hombre calvo del que no recuerdo su nombre, interrumpe mi momento de escape.
—Espero no defraudarlo señor…
—Stein, Alfred para los amigos.—Extiende su mano y estoy por tomarla cuando escuchamos un ruido estridente que nos hace girarnos con rapidez.
—¡Hannah!—Markus corre al ver a su hija tirada en suelo, aparentemente en un estado de inconsciencia—¿Qué haces ahí Bastian? ¡Ayúdame a levantarla! Tenemos que llevarla a enfermería.—Bastian está pasmado, por lo que decido intervenir.
—Lo haré yo, señor. Permítame llevar a la señorita Lauder a enfermería.—El hombre asiente taciturno, las arrugas en su cara se hacen más visibles debido a que su rostro se contrajo por la preocupación de ver a su hija en ese estado.
Teniendo cuidado, me arrodillo frente a él y tomo a su hija entre mis brazos para salir con pasos apresurados de la sala.
Volver a sentir su menudo cuerpo entre mis brazos, me hace revivir lindos recuerdos de nosotros juntos en París.
Todo lo que ella provocó en mí desde la primera vez que la vi, regresó con más fuerza.
…
—La señorita estará bien. Es cuestión de horas para que despierte.—Al escuchar a la enfermera, Markus y yo suspiramos aliviados.
—¿A qué se debe su desmayo?—Pregunta un Markus bastante preocupado.
—Su hija tuvo una crisis vagal.—Al ver el rostro confundido de ambos, comienza a explicar:
—Dicha crisis, puede ser causada por una circunstancia psicológica, estrés intenso o una emoción fuerte. Puede estar tranquilo, le hemos suministrado un calmante, ella despertará como si nada hubiese ocurrido.
La enfermera regresa a la habitación donde se encuentra Hannah y yo me quedo pensando en lo último que dijo.
¿Fue tanta la impresión al verme que se desmayó?
Sé que soy guapo, pero no creí que fuera para tanto. Tal vez la vergüenza por lo que me hizo, le provocó el desmayo.
—Hermes.—La voz de Markus me devuelve a la realidad, alejándome momentáneamente de mis suposiciones.—Gracias por ayudarme y espero que en agradecimiento, aceptes cenar esta noche en mi chalet. Mi mujer es una excelente cocinera y estoy seguro que cuando le cuente lo que hiciste por nuestra hija, cocinará algo delicioso en tu honor.—Dice al tiempo que palmea mi hombro. Podría decirle que no, pero las ganas que tengo de volver a verla son más fuertes, usaré la excusa de la cena para hacerlo ya que pedirle entrar a la habitación, sería difícil de explicar.
—No es necesario, señor Lauder. Sin embargo, es de mala educación rechazar una cena de mi socio. ¿A qué hora?—Una sonrisa se forma en sus labios.
—A las siete, será un placer recibirte en nuestro hogar.
—El placer será todo mío.
Luego de que me informara dónde encontrar su casa, me despido de él y me retiro del lugar con una gran sonrisa en los labios.
¡Ay cerecita! Te encontré sin siquiera buscarte y te aseguro que está vez, no podrás escapar de mí.
—¡Oye tú, cretino!—Me detengo en seco al escuchar la voz de un hombre, me giro para descubrir de quién se trata.
—¿Me hablas a mí?—Me señalo a mí mismo con el dedo índice.
—No veo a otro cretino por aquí.—Finge mirar a su alrededor. ¿De qué habla?—¿Qué pretendes al presentarte aquí?
—¿No es obvio?—Respondo con otra pregunta, lo cual parece hacerlo enojar porque se acerca a mí y me toma por las solapas de mi traje.
—No te quiero cerca de Hannah, por tu bien procura hacerme caso.—Refuerza su agarre y me acerca más a él—Ella no está sola y si descubro que estás merodeando a su alrededor por cualquier otro asunto que no sea trabajo, te haré pedazos.—Bufo ante su intento de asustarme.
—¿Quién me lo va a impedir? ¿Tú?—De un ágil movimiento, ahora soy yo quien lo toma por las solapas del traje—No se te ocurra volver a amenazarme, porque te va a pesar.—Lo suelto de un empujón que lo hace tambalear y comienzo a caminar hacia la salida.
—¿Dejarás de fingir ser el chico bueno?—El tipo se atreve a impedirme el paso.—Ambos sabemos que no lo eres, Hermes. Te felicito, fingiste tan bien durante esos tres meses en París.
¿Fingir? Si mal no recuerdo fue ella la que fingió todos esos meses.
—¿De qué hablas?—Pregunto confundido.
—Solo no ignores mi advertencia, que te quede claro que no voy a permitir que la lastimes de nuevo.—Sin decir nada más, se da la vuelta para irse.
Mientras lo observo, no puedo dejar de pensar en lo que ha dicho.
¿Qué fue lo que Hannah le contó?
…
Hannah
—¡Agh!—Despierto con un fuerte dolor de cabeza, tan pronto abro los ojos, vuelvo a cerrarlos gracias a la intensa luz blanca que inunda la habitación.
—Hija... ¿Cómo te sientes?—Mi padre llega a mi lado, la preocupación que veo en su rostro, hace que mi pecho se oprima con pena.
—Estoy bien, papá.—Miento.
No puedo decirle que su nuevo socio, es el mismo hombre que me rompió el corazón en mil pedazos.
—¿Estás segura?—Su ceño se frunce, provocando que las pequeñas arrugas en su frente se profundicen.
—Sí. ¿Podemos ir a casa? No me gusta estar en este lugar.—Mi padre asiente comprensivo y enseguida llama a la enfermera.
Ese estúpido y hermoso hombre tuvo que venir a arruinarlo todo. ¿No me humilló lo suficiente ya?
Y sobre todo, ¿Cómo dio con mi paradero si nunca le di mi nombre real?
Si viene a que levante su ego de hombre perfecto, está muy equivocado porque no pienso hacerlo.
—¿Lista?—La voz de mi padre me hace regresar a la realidad.
Después de que la enfermera me da una serie de indicaciones y un par de medicamentos para el estrés y el dolor que taladra mi cabeza, mi padre me ayuda a levantarme de la camilla y tomada de su brazo, abandonamos la habitación para ir a casa.
…
—¡Por Dios, hija! ¿Qué ocurrió?—Mi madre me recibe al llegar, está asustada y francamente, no tiene por qué estarlo.
—El estrés me descompensó mamá, pero estoy bien.—Le digo separándome de su abrazo.
—Ve a tomar un baño, en un momento estará lista la cena.—Asiento en respuesta y me dispongo a ir a la habitación.
Por más que lo intento, mi mente no puede borrar esa estúpida sonrisa de superioridad que me dedicó Hermes.
¿A qué vino? Además de lo obvio.
No quiero trabajar con él, me niego rotundamente a seguir sus órdenes. ¿Cómo le haré para que mi padre no me obligue a convivir con ese hombre?
—Hannah ¿Qué haces tan temprano en casa?—Cuando estoy por llegar a mi habitación, Astrid me intercepta en el camino.
—Hola, Astrid. Ocurrió un imprevisto y tuve que regresar, de hecho papá también está en casa.—Le informo tratando de avanzar, pero nuevamente me lo impide.
—¿Estás bien? Te noto…rara.
—No te preocupes, estoy perfecta y si me lo permites, necesito llegar a mi habitación.—Con un gesto de fastidio, se hace a un lado.
Una vez dentro de mi habitación, comienzo a desvestirme, sé que un buen baño de espuma me relajará.
Hablar con mi hermana siempre me pone tensa, es evidente que no le agrado y el por qué, aún no lo descubro.
Tras un largo baño, me visto con ropa cómoda. No me siento con muchos ánimos por lo que decidí no bajar a cenar. El dolor de cabeza continúa a pesar de haber tomado el medicamento.
—Solo necesito dormir y sacarte de mi mente, hermoso mentiroso.—Murmuro cerrando los ojos, dejándome llevar por el sueño.
…
Hermes
A las diez para las siete, ya estoy frente a la puerta del chalet. Ansioso por ver a la pelirroja rompe corazones.
Luego de llamar tres veces a la puerta, una empleada me abre y me informa que su jefe y su familia, ya me están esperando en la mesa.
Después de que Markus me presenta con su esposa, una rubia de ojos azules preciosa, llega el turno de la otra mujer rubia muy parecida a su padre.
—Y ella es Astrid, mi hija mayor—Astrid se levanta de su silla y sin previo aviso besa mi mejilla.
Demasiado atrevida para mi gusto.
—Mucho gusto, señor Ackermann.—Dice al separarse de mí.
Asiento en respuesta para luego tomar mi lugar en la mesa.
—¿La señorita Hannah no estará presente?—Pregunto sin poder evitarlo.
Especialmente vine a verla a ella.
—Mi hija no se sentía en condiciones de salir, me temo que solo seremos nosotros cuatro, señor Ackermann.—Informa Emily, la madre de Hannah.
Procuro que mi decepción ante lo dicho no se note y me dispongo a probar los alimentos.
Durante la cena, estuve pensando alguna manera de verla, no puedo irme de aquí si no lo hago.
—¿Es de tu agrado la cena muchacho?—Pregunta Markus, interrumpiendo mis pensamientos.
—Lo es, hace mucho no comía un buen codillo de cerdo. Si me lo permite, me gustaría elogiar la sazón de su esposa.—Digo sincero.
Emily se ruboriza y hace un ademán con las manos, Markus sonríe y agradece mi cumplido.
—Mi madre cocina de maravilla.—Esta vez, habla Astrid. Me giro para verla y me doy cuenta de que su plato está casi intacto, lo cual no coordina mucho con lo que dijo.
—Su familia es afortunada, mi madre en la cocina es un caos. Desde que tengo memoria mi nana cocina para todos en casa.—Confieso haciéndolos reír.
Le doy un trago a mi cerveza y me preparo para llevar a cabo mi misión.
—Si no es mucha molestia, ¿podría dejarme pasar a su baño?
—Para nada, al fondo, la primera puerta a la izquierda.—Amablemente me señala Markus.
—Con permiso.
Me limpio la comisura de los labios antes de levantarme.
Y justo como me dijo Markus, encontré el baño fácilmente, pero ese no es mi objetivo.
Con el corazón acelerado, busco la puerta de la habitación de Hannah, pero aquí todas son iguales, así que procurando ser discreto, abro una por una hasta que finalmente encuentro la que buscaba.
—¡Al fin!—Exclamo cerrando la puerta con extremo cuidado tras de mí.
La habitación está a oscuras, pero logro ubicar la cama, donde yace un cuerpo perfecto descansando de espaldas a mí.
No me toma mucho tiempo llegar a ella, me coloco en cuclillas muy cerca de su rostro.
—Hola, cerecita.—Murmuro al tiempo que enciendo la lámpara que está en su mesita de noche.
—Hola…—En ese momento, ella abre los ojos y enfoca mi rostro, me mira con pánico y justo antes de que logre gritar, me abalanzo sobre ella.
—Shh—Siseo tapando su boca, Hannah se remueve bajo mi peso y eso comienza a despertar a la bestia.—Si continúas moviéndote así, no respondo Sofía. O debería decir: Hannah Lauder.
—¡Aléjate de mí, cretino!—Un certero rodillazo a mi entrepierna, logra que acate su orden.
Me dejo caer hacia el otro lado de la cama, con las manos tocando la zona afectada.
—¿Estás loca?—Pregunto con un hilo de voz, el dolor en mis bolas es casi insoportable.
—El loco eres tú. ¿Quién demonios te dejó entrar a mi habitación?—Ignoro su pregunta pues ella se levantó de la cama, regalándome una perfecta visión de sus pechos que el ligero camisón no logra esconder.
—¿Por qué en lugar de gritar, no vienes a la cama para demostrarte que no follo con un puberto, cerecita?—Inquiero en tono insinuante.
A lo que ella se abalanza sobre mí, tratando de golpear mi perfecto rostro, pero está vez, soy más rápido y vuelvo a encerrarla entre mi cuerpo y el colchón.
—¡No te atrevas a tocarme, infeliz! O…
—¿O qué?—La interrumpo—¿Vas a gritar?
—Lo haré.
—No te creo. Si quisieras gritar, lo habrías hecho desde que me golpeaste las bolas.—Acompaño mis palabras con un movimiento de cadera, el dolor ha pasado a segundo plano.
—Pues si no lo hice en ese momento, lo haré ahora. ¡A…—No llega a emitir un solo sonido más, pues se lo impido devorando su boca con un pasional beso.
Un beso que ella no tarda en corresponder llevando sus manos a mi nuca para profundizarlo.
La exploro con mi lengua, deleitándome con su delicioso sabor a menta.
No le soy indiferente, esa nota con la que me dejó, no es más que una mentira.
Y se lo voy a demostrar, corto el beso, iniciando a descender despacio por su cuello, beso, lamo y mordisqueo su exquisita piel, justo como sé que a ella le gusta.
—¡Ah!—Un gemido abandona su garganta cuando siente mis manos colarse por su vestido, acariciando su piel sedosa, amasando su trasero.
—Voy a devorarte, cerecita.—Gruño volviendo al ataque de sus labios, me enciende, me encanta y me vuelve loco.
Tocar su piel es como tocar el cielo y está vez no estoy dispuesto a que me hunda en el infierno.
Voy a recordarle que sus gritos, sus gestos de placer una vez que el dolor pasó aquella noche que se entregó a mí, fueron reales y no fingidos como ella aseguró en esa nota.
Abandono su boca nuevamente y empiezo a trazar besos húmedos a lo largo de su cuello, cuando llego a su clavícula, succiono con fuerza.
Sin duda dejaré más de una marca.
Sin más preámbulo y aprovechando que está igual o más excitada que yo, me deshago de su camisón.
Tengo que morderme los labios para no gritar cuando veo su cuerpo desnudo.
Si con ropa es hermosa, sin ella lo es aún más.
—Hermes…—Deja salir un suspiro al sentir mis labios en su abdomen, muy cerca de su intimidad.
La observo morderse los labios y cerrar sus ojos cuando mis dedos llegaron a su zona.
Comienzo a acariciar su clítoris con movimientos circulares, sintiendo cada vez más la humedad entre sus pliegues.
Hannah se retuerce ante mi tacto y para evitar ser escuchada, se lleva una mano a la boca, ahogando así sus gemidos.
Su cuerpo se tensa un momento en señal de que está a punto de correrse y aunque ese era mi propósito en un principio, ahora cambió.
Fui humillado sin razón aparente y eso me enoja muchísimo.
Detengo mis movimientos, provocando que Hannah abra los ojos y se incorpore, apoyando sus codos en el colchón para verme directamente a los ojos.
—¿Por qué te detienes?—Pregunta visiblemente frustrada. Su voz suena agitada y sus mejillas han tomado un tono carmesí.
Hermosa y tentadora pelirroja.
Una sonrisa lobuna atraviesa mi rostro, me levanto de un salto y de mi saco, extraigo la nota que llevo conmigo desde hace días.
—No volveré a tocarte, a menos que te retractes, cerecita.—Advierto mostrando la nota arrugada. Estoy tentando a la suerte, será imposible mantener mis manos alejadas de su cuerpo.
—Sigue soñando,cretino.—Afirma cubriendo su desnudez con una manta—Y más te vale que te largues ahora mismo.
—¿Ya no soy Hermes?—Pregunto socarrón—¿Qué fue lo que hice para que me dejaras de esta manera?
—Deja de fingir que no lo sabes.—Responde mordaz.
—No estoy fingiendo, realmente no lo sé.
—Esta conversación es absurda.—Se niega a sacarme de dudas, acostándose nuevamente.—Cierra la puerta al salir.
Es evidente que está enfadada, lo que no entiendo es por qué.
Todo marchaba bien entre nosotros... ¿Qué cambió?
Me doy cuenta que no hablará, así que decido salir de su habitación de la misma manera en que entré.