El resto de la mañana fue tranquilo, Marcus trabajó revisando y firmando varios contratos, Maya desde el espacio que habían adaptado para ella, lo observaba atentamente, parecía totalmente concentrado en su trabajo.
Como mujer entendía perfectamente lo que su madre había visto en aquel hombre, pero como hija al pensarlo le daba asco, Marcus Arched se había acostado con su madre años atrás, y el hecho de que fuera demasiado atractivo no podía cambiarlo.
Su padre había dejado una carta para ella sobre el escritorio el día de su muerte, su madre la guardó bajo llave, con el pretexto de que era muy pequeña para leer las últimas palabras de su padre, años después le dijo que la carta se había extraviado.
Marcus la observaba discretamente de vez en cuando, parecía perdida en sus pensamientos, recorrió con la mirada su rostro, era perfecto, de facciones finas y delicadas.
La forma de sus pómulos le daba una agradable apariencia simétrica, sus ojos color miel eran grandes y expresivos, su pequeña nariz realzaba su perfil, tenía un rostro dulce y hermoso.
Y su cuerpo, aunque no utilizaba ropa demasiado llamativa, era curvilíneo, bien proporcionado, imaginaba que lo recorría con sus manos.
Maya alzó la mirada en ese momento, sus ojos se encontraron, Marcus sostuvo sobre ella su profunda mirada, la chica se sintió nerviosa, pero logró fingir que no lo estaba.
—¿Sucede algo?
—No, solo que parecías muy concentrada.
—Bueno, tengo que estarlo, es mi trabajo.
—Creo que es hora de que salgamos a comer, hay un excelente restaurante cerca, podremos ir caminando.
Maya asintió, la verdad era que tenía hambre, le sucedía siempre que se sentía nerviosa, comer era su manera de tranquilizarse.
Al llegar al restaurante, enseguida los guiaron hasta la mejor mesa, mientras esperaban que les llevarán la comida, Maya decidió que era tiempo que Marcus empezara a hablar sobre su pasado.
—Creo que no puedo trabajar si no me das material para hacerlo, necesito que me cuentes cosas de tu pasado, desde tu niñez hasta este año.
Mi madre era originaría de Brasil, llegó a Estados Unidos indocumentada, era muy joven, tiempo después mientras sus documentos estaban en proceso, consiguió un permiso de trabajo.
Entró a trabajar en el corporativo Capellari, el CEO era mi padre, él ya estaba casado, así que cuando mi madre quedó embarazada, la despidió inmediatamente.
Su esposa se encargó de que mi madre no fuera contratada, durante su embarazo sobrevivió pidiendo en las calles, dormía debajo de un puente, ahí fue a donde me dio a luz.
Maya abrió los ojos enormemente, era muy fuerte la historia que Marcus estaba contando, se preguntaba si es que era verdad la historia trágica de su madre.
—Viví mis primeros años debajo de ese puente, el padre de mi madre, que tenía otra familia en Los Ángeles, no había querido recibirla anteriormente, porque su esposa se negaba a hacerlo, por fin logró convencerla.
Tenía seis años, y aun recuerdo lo bien que se sintió dormir por fin en un lugar cálido, protegido de las inclemencias del tiempo, pero todo fue una ilusión, tan solo eso.
Mi madre debía de ayudar en el negocio de mi abuelo, así que me dejaba a su cuidado, el viejo era muy duro, poco después empezó a golpearme, mi madre por temor de volver a la calle, fingía no darse cuenta.
Cuando tuve edad, empecé a trabajar en el supermercado, cargaba la bolsa de compras de las personas, lo hacía a escondidas de los empleados, por mi edad, no me estaba permitido ese trabajo.
Así fui creciendo, trabajando en lo que podía, para pagarme los estudios, a veces creía que tal vez si le vendía mi alma al diablo lograría salir de esa vida miserable.
No sabía quién era mi padre, pero lo odiaba demasiado, mi madre se negaba a decirme la verdad, no quería lastimarme, un día regresé del trabajo, encontré a mi madre tirada en medio de un charco de sangre, mi abuelo la había golpeado.
Era tan solo un adolescente, pero no pude controlarme, lo golpeé hasta cansarme, estuve dos años en la prisión para menores, cuando salí, me encontré con que el viejo había corrido a mi madre, ella había vuelto a la calle.
Maya pudo ver la amargura con la que Marcus decía aquellas palabras, pero aún así dudaba de su veracidad, tal vez deseaba que quien leyera el libro lo admirara.
—Está vez fue peor, mi madre estaba enferma, una enfermedad terminal me la estaba quitando, trabaje el doble, dejé los estudios, tenía que esforzarme para sacarla adelante, doblando turnos logré pagar un lugar decente.
Pero no podía comprar todos los medicamentos que eran necesarios, así su vida se fue apagando, poco después de que ella murió, me contacto mi padre, ya tenía veintiún años, no tienes idea el desprecio que sentía por ese hombre.
Su esposa y su hijo habían muerto, yo era su único heredero, su sangre como él mismo me lo dijo en su lecho de muerte, tengo una tía y una prima, pero no les heredó nada por despreciables, después de todo creo que lo hiena lo llevan en la sangre al igual que mi padre, aún así he decidido ayudarlas.
Maya sentía que aquellas palabras giraban dentro de su mente a gran velocidad hasta marearse, por un momento llegó a sentir lástima por él al escucharle, pero desapareció al recordar a su padre.
—Siento mucho lo dura que ha sido tu vida.
—No te lo cuento para que sientas lástima por mí, simplemente deseo que todo quede plasmado, sin mentirás, sin ocultar nada.
—En ese tiempo que tuviste que trabajar duro para sacar adelante a tu madre, ¿Ocurrió algo de lo que debas avergonzarte? ¿Te viste obligado a hacer cosas indebidas de las que debas arrepentirte? Perdón por la pregunta, pero debo saber cualquier detalle.
—No, no hay nada indebido por lo que deba avergonzarme.
Por un momento Maya pensó que sería totalmente sincero respecto a su pasado, pero se dio cuenta de que se había equivocado, quería que se formaran de él la imagen de un hombre que había sufrido, no la de un culpable.
Afortunadamente para Maya, el teléfono de Marcus sonó en ese momento, tenía visitas inesperadas en el corporativo y debía acudir de inmediato.
—Lo siento, Maya, continuaremos con esto después, me esperan en el corporativo, regresemos.
—Claro, no te preocupes.
Marcus pagó enseguida, después se dirigieron de prisa hacia el corporativo, mientras Maya trataba de igualar su paso, pensaba que quién sea que hubiera llegado, debía de ser muy importante.
Entraron en la oficina, dentro, esperando a Marcus, estaban dos mujeres, la mayor, era de baja estatura y robusta, con una mirada penetrante que transmitía una mezcla de rencor y necesidad. La más joven, pálida y demacrada, sus ojos suplicantes contrastaban con la firmeza de la otra.
—¡Querido! —exclamó la mujer mayor con efusividad. —He intentado por meses comunicarme contigo, ¡nos has abandonado en Francia sin dinero! —Su voz resonaba en la oficina, cargada de reproche.
Marcus las miró con una mezcla de sorpresa y fastidio —Hola, querida tía, prima. Me alegra verlas, pero creo que olvidan que les he adelantado su mensualidad por nueve meses. No puedo depositarles hasta después de siete.
La joven se aferró al brazo de Marcus con súplica en sus ojos —¡No puedes hacernos esto, primo! ¿Qué será de nosotras sin dinero? —su voz era un hilo de voz, temblorosa y desesperada.
—Querida prima, ese no es mi problema. He mantenido su estilo de vida durante años, ahora es tiempo de que busquen una solución, tal vez lo consigan trabajando —lo dijo mientras se sentaba frente a su escritorio, la voz de Marcus era fría como el hielo.
—¡Trabajar! ¿Nosotras? ¡Jamás! —exclamó la mujer mayor con un tono furioso. Somos personas de alta clase, no simples asalariadas —sus ojos brillaban con rencor mientras clavaba su mirada en Maya.