Capítulo XII

1555 Words
Punto de vista de Giovanni El amanecer comenzaba a teñir de gris los ventanales rotos de la bodega. El humo de la pólvora aún flotaba en el aire, mezclado con el olor metálico de la sangre. Matteo se había vendado el brazo con un trozo de tela, mientras yo observaba los cuerpos en silencio. Todos llevaban el mismo símbolo la serpiente dorada, marcada en las mangas. Mi propio emblema. —Esto no fue una advertencia —dije, finalmente. —Fue una sentencia. Matteo asintió. —Querían asegurarse de que ninguno de los dos saliera vivo. Caminé hacia una de las cajas viejas del fondo. Aún recordaba los compartimentos secretos. Allí guardábamos armas, dinero y… secretos. Golpeé la base tres veces. Se abrió una tapa falsa. Dentro, un viejo cuaderno. Lo abrí y vi los nombres. Todos los miembros del consejo. Algunos tachados. Otros con notas al margen. —“Il Dottore” sabía que vendrías aquí —dijo Matteo, leyendo por encima de mi hombro. —Alguien le habló. —Alguien que todavía se sienta a mi mesa —respondí, cerrando el cuaderno. Nos miramos en silencio. No quedaban muchas opciones. Si queríamos sobrevivir, debíamos movernos antes que ellos. —Necesito volver al norte, al puerto. Allí están las rutas viejas, las que nadie recuerda. —Y allí estarán tus respuestas —replicó Matteo. Le tendí la mano. Por un segundo, dudó. Luego la tomó. El pasado se quedó atrás. Lo que venía ahora era guerra. —Entonces que empiece la caza. Sede del consejo interno – Medianoche El salón estaba cubierto por sombras. Solo la mesa larga de roble estaba iluminada por una lámpara central, donde reposaban los informes de la emboscada. Un hombre trajeado hojeaba los documentos con calma. Sus dedos no temblaban; su respiración era serena. Solo sus ojos oscuros, implacables revelaban el peso del secreto. —Fracasaron —dijo una voz al fondo. —Sí —respondió él, sin levantar la vista. —Giovanni sigue vivo. Y no está solo. El interlocutor, un hombre más joven, dio un paso adelante. —¿Qué haremos ahora? El traidor sonrió, apenas. —Nada. Por ahora. —Déjalo creer que tiene el control. Que está un paso adelante. Su mirada se perdió entre las sombras. —Cuanto más se acerque a la verdad… más fácil será destruirlo. —¿Y Matteo? —preguntó el joven. —Matteo es un error del pasado. Giovanni se encargará de eliminarlo cuando llegue el momento. Solo hay que empujar las piezas correctas. El traidor cerró el informe y apagó el cigarro con gesto meticuloso. —El juego acaba de empezar. Una luz tenue reveló por fin su rostro Jonathan Bianchi, mano derecha de Giovanni… y su amigo de toda la vida. Camino al puerto – Noche siguiente El motor del coche rugía contra el silencio de la carretera. Matteo conducía, concentrado en el camino, mientras yo observaba por la ventanilla el reflejo de las luces distantes sobre el mar. El puerto siempre había sido un refugio… y una trampa. —Nunca pensé que volveríamos a este lugar —dijo Matteo, sin apartar la vista del camino. —Yo tampoco —respondí. —Pero los fantasmas siempre saben dónde encontrarte. El aire olía a sal, a óxido y a pasado. Las viejas grúas del muelle parecían esqueletos bajo la luna, y el sonido de las olas golpeando los contenedores era casi hipnótico. Bajamos del coche y caminamos entre los almacenes. Cada paso resonaba entre las sombras, acompañado por el graznido de las gaviotas que aún no dormían. Allí, en una de esas bodegas, habían comenzado muchas cosas: alianzas, negocios… y traiciones. Matteo se detuvo junto a una puerta metálica oxidada. —Aquí. Encontré algo la última vez que estuve. Sacó una linterna del bolsillo y la encendió. Dentro, el polvo flotaba como niebla. Sobre una mesa vieja había carpetas, mapas y un sello la insignia de la familia Jefferson. Tomé uno de los documentos. Una lista de propiedades, acuerdos, y al final, un contrato de unión. “Giovanni De Santis – Scarlet Jefferson.” El papel tembló entre mis dedos. —Esto… —susurré. —Ya estaba decidido hace meses —dijo Matteo, mirándome con seriedad —Grace Jefferson no mueve un dedo sin asegurarse de ganar. Y tú… tú eres la ficha que necesita para mantener el control sobre el norte. Respiré hondo. El nombre “Jefferson” me sabía a veneno. Había oído rumores, susurros sobre su influencia en los círculos financieros, sobre cómo sus negocios cruzaban los nuestros sin que nadie lo advirtiera. —Así que por eso… —murmuré, comprendiendo de golpe. —Por eso Il Dottore me quiere muerto. Aprete los puños —Porque si aceptas la boda, Giovanni… tendrás más poder que nunca —añadió Matteo, bajando la voz. —Pero también sellarás tu destino. Cerré los ojos. El mar rugía con fuerza, como si quisiera arrastrar todas las decisiones pasadas. El poder siempre exige un precio. Y tal vez había llegado el momento de pagarlo. —Si necesito más poder… —dije lentamente, mirando el contrato, — entonces la boda será el primer paso. Matteo me observó, serio. —¿Estás dispuesto a casarte con la sobrina de Grace Jefferson? —Estoy dispuesto a casarme con el peligro si eso me acerca a la verdad y destruir a todos los traidores. Mi padre ya lo sabia y lo estaba planeando. Ambos salimos de ese lugar para dirigirnos a la villa de mi padre. Quería saber la verdad, quería oírlo de su propia boca. El portón de hierro se abrió lentamente, y el coche avanzó entre los árboles centenarios que bordeaban el camino. Las luces de la villa iluminaban la fachada blanca y las columnas, impecables como siempre, como si el tiempo nunca se atreviera a tocar nada que llevara el nombre De Mancini. Al entrar, el murmullo de una conversación me detuvo. Mi padre, Stefano, estaba en el salón junto a mi hermano menor, Francesco, que reía mientras sostenía una copa de vino. Había regresado hacía apenas unas horas, después de ganar otra carrera de Fórmula Uno. Siempre el favorito. Siempre el hijo brillante. —¡Giovanni! —exclamó mi padre al verme cruzar la puerta. —No esperaba verte tan pronto. Su sonrisa se desvaneció cuando notó a Matteo a mi lado. El ambiente cambió de inmediato. El eco de nuestros pasos se mezcló con el silencio incómodo que siguió. —No pensé que volverías a traerlo aquí —dijo, con voz baja pero cargada de reproche. —Tampoco pensé que tendría que hacerlo —respondí, mirándolo directamente. —Lo sabías, ¿verdad, padre? Sabías que el consejo interno nos traicionó. Mi padre se quedó inmóvil unos segundos, observándome con esa calma que siempre me desconcertó. Luego dejó la copa sobre la mesa y se levantó con lentitud. —Así es, hijo. Lo supe hace tiempo. Matteo me miró, sorprendido. Yo di un paso hacia mi padre. —¿Desde cuándo? —Desde antes de que tú empezaras a sospechar —respondió con serenidad. —No podía confiar en nadie. Por eso moví mis propias fichas. Caminó hasta la chimenea, donde el fuego crepitaba suavemente, proyectando sombras sobre su rostro. —Planeé por meses la alianza con la familia Jefferson —continuó. —Era la única forma de protegernos… y de mantener el control del norte. Me quedé en silencio. El fuego reflejaba en sus ojos la misma determinación que siempre admiré y temí a la vez. —¿Protegernos o controlarlo todo? —pregunté. Él me sostuvo la mirada. —A veces, hijo, ambas cosas significan lo mismo. Matteo se adelantó. —¿Entonces la boda era parte del plan desde el principio? —preguntó. —Exacto — respondió mi padre sin dudar. —La unión con los Jefferson no solo nos da acceso a sus rutas financieras… sino también a su nombre. Su poder político. Su influencia en estados unidos. —¿Y Scarlet? —pregunté, casi en un susurro. —Una pieza —dijo, sin titubear—. Hermosa, útil… necesaria. Apreté los puños. No era sorpresa, pero escucharlo en voz alta dolía más de lo que imaginé. —¿Y qué pasa si me niego? —pregunté, acercándome a él. Mi padre sonrió apenas, esa sonrisa fría que siempre significaba que ya había ganado. —Entonces me obligarás a elegir, Giovanni. Entre mi sangre… y mi legado. El silencio se hizo pesado. Solo el fuego y el sonido lejano del mar rompían la tensión. Francesco, que hasta ese momento había guardado silencio, dejó la copa sobre la mesa y se levantó. —Padre, quizás… —intentó decir, pero mi padre lo interrumpió. —No te metas, Francesco. Esto no te concierne. Lo miré. Mi hermano apartó la vista, incómodo. Matteo, a mi lado, murmuró en voz baja —Tu padre no busca protegerte, Gio. Solo asegurarse de que su nombre siga reinando. Tenia rozan mi padre no iba a permitir perder el poder así de fácil ni yo tampoco. —Entonces la boda seguirá —dije finalmente, con voz firme. —Pero las condiciones las pondré yo. Mi padre sonrió despacio, satisfecho. —Eso esperaba oír de ti, hijo mío. Matteo me miró con preocupación, pero ya era tarde. La decisión estaba tomada....
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