Capítulo VeinteEra casi medianoche cuando el casco del sargento crepitó hasta cobrar vida.
— “Hola, sargento. ¿Está despierto?”
— “Sí, Apache. ¿Qué pasa?”
— “Necesitamos un par de caballos de carga”.
— “Por Dios, podría haberlo sabido”.
Miró a los otros soldados; todos estaban dormidos, excepto Sparks y Lojab, que estaban de guardia. El sargento se puso de pie, pasó su rifle por encima de su hombro y se dirigió hacia los caballos.
— “Yo iré”, dijo Sparks. Había escuchado su conversación en el comunicador.
— “¿Estás seguro?” preguntó el Sargento.
— “Sí, cualquier cosa es mejor que el trabajo de guardia. Duerme un poco y yo iré a empacar el botín de las damas”.
— “Está bien. Gracias”.
— “Sparks”, dijo Lori en la comunicación, “eres tan dulce”.
— “No, sólo aburrido. Estaré allí en
