Adonaí creo a los ángeles con el fin de salvar a los humanos de la creación de su hermano Samael, estos seres no morían con facilidad, eran hermosamente atrayentes lo que bajaba la guardia de cualquier ser y poseían dones más allá de los vampiros y hombres lobo, no sangraban y era difícil herirlos. Los primeros ángeles poseían sangre pura, eran llamados arcángeles y únicamente eran diez, los demás eran simples ángeles quienes, no poseían la espada que brindaba poderes asombrosos.
Sin embrago, algo extraño había sucedido con los vampiros, específicamente con los pura sangre, ellos habían desarrollado habilidades diferentes a los de su r**a, habían adquirido el poder de hipnosis y sus sentidos se habían agudizado aún más, de igual manera la regeneración de su cuerpo era asombrosa; no importaba si eran heridos de gravedad, ellos se curaban en cuestión de segundos y volvían atacar como animales salvajes. Estas nuevas características, asustaba a los ángeles pues ahora podían matarlos con facilidad; para matar a un ángel se debía arrancar sus cinco corazones.
Miguel, el líder de los arcángeles y demás ángeles, ordeno secuestrar a la familia de Silver Vlad Alucard, mejor conocido como el señor Drácula, quien estaba acabando con su gente, esta vez tendría como terminar con él vampiro de una vez por todas y ganar la guerra.
—Estas escuchándome, secuestraron a nuestro hijo. Aleister está con esos seres brillantes del mal, van a matarlo y tú estas allí como si nada —recrimino Elizabeth histérica y enojada, le había informado a su esposo que los arcángeles se habían llevado a Aleister, no obstante, parecía no importarle.
Silver solo se había quedado en blanco, se dio la vuelta y se sirvió un té, mientras ignoraba el nerviosismo de su mujer, entonces Elizabeth comenzó a gritarle, a decirle que fuera a salvarlo inmediatamente, pero Alucard solo la observaba sin emoción alguna.
—¡Silver! Por una vez en tu vida puedes hacer algo por Aleister —suplico llorando sin tener la fuerza de seguir peleando con su marido.
—Era tu deber mantenerlo oculto, ¿puedes explicarme cómo es posible que mi hijo este en las manos de los arcángeles? —pregunto Alucard sin expresión y Elizabeth lo miro confundida —. Se supone que tú, como su madre lo estabas cuidando, velando por su seguridad.
—Peleamos y lo perdí un momento de vista, él se fue hacia la casa y de repente… nunca pensé que…
—No, ¡nunca piensas! —interrumpió iracundo —. Eso ya me quedo claro. Tú fuiste la que dijo, “estaremos bien fuera de la cueva, Aleister ya no puede seguir allí dentro, sino lo matan los ángeles, lo hará la oscuridad y el encierro al que ha sido sometido.” —dijo imitando su voz.
—Él estaba mal Silver —apelo Elizabeth —. Nuestro niño vive constantemente triste, no tiene vida, es como…
—¡No me interesa su felicidad!, me interesa que este a salvo, vivo con nosotros y ahora por tu culpa estará muerto —acuso con ferocidad.
—¡Eres muy injusto!…
—¿Injusto yo?, la persona quien solo quería mantenerlo a salvo, a él y a ti. Pero tú y tus estúpidos contentillos nos han llevado a perderlo para siempre —dijo con dolor en su voz.
—¿Vas a salvarlo o no? No mi importa que pienses o me digas que es mi culpa, lo único que quiero, no, te exijo que vayas y lo salves, y por una vez en tu maldita existencia seas el padre que merece Aleister; por primera vez demuestra que lo amas…
—Yo amo a mi hijo —admitió Alucard molesto —, como no tienes una idea, y voy a traértelo de regreso, pero que te quede claro algo, las cosas van a cambiar y tú ni él podrán quejarse.
Elizabeth cayó al suelo y lloro cuando Drácula desaparición con una velocidad asombrosa, se sintió abatida, derrotada, los arcángeles se habían llevado a su hijo, quizá lo matarían, quizá no, lo malo era que no sabía que era peor, que Alucard le entregara a su pequeño Aleister muerto o verlo vivo solo para seguir torturando a su hijo con la educación salvaje de su marido. Ella deseaba tenerlo en sus brazos, pero tenía miedo, porque sabía que, si Alucard lo traía vivo su pequeño hijo volvería hacer el prisionero de dos padres que lo único que hacían era destruir lentamente su alma.
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—Pierden su tiempo, mi padre no vendrá a salvarme —admitió el vampiro con desilusión, siendo consciente de su realidad.
—Pobre vampirito, no sabía que eras bastardo —dijo el arcángel logrando que Aleister le dirigiera una fea mirada.
—Yo no estaría tan seguro de eso —hablo Ángel mientras observaba como los Vlad se abrían paso con ferocidad para recuperar a su nieto y sobrino de las manos de los ángeles.
Aleister miro sorprendido a su padre, sus ojos se encontraron por micro segundo; no podía seguir sus movimientos con la vista porque su familia era realmente veloz, cuando mataban a los ángeles ni siquiera podía ver cómo lo hacían. Entonces, uno de los arcángeles lo sostuvo y amenazo a los Vlad con romperle el cuello, ellos se detuvieron, pero ya era demasiado tarde; habían matado a cada uno de los ángeles que tenían como escuadrón.
—Vaya, vaya. ¿Ahora te dedicas a secuestrar niños inocentes? —pregunto irónico el abuelo de Aleister.
—Se ha vuelto mi hobby favorito, viendo la diversión que se obtiene al…
—¡Papá ayúdame! —grito Aleister aterrorizado y Ángel grito de dolor.
—Tengo que decir, Adam —hablo Silver con autoridad —, que si tú matas a mi hijo nada me impedirá terminar con sus patéticas vidas —Silver había arrancado con violencia las alas de Ángel dejándolo indefenso y fuera de combate, lo sostuvo y atravesó su pecho sosteniendo uno de sus corazones. Adam, estaba entre la espada y la pared.
—De acuerdo, suéltalo y te regreso a tu pequeña creatura —dijo Adam con dientes apretados. Silver espero hasta que Adam soltara a Aleister y corriera a su lado para soltar a Ángel.
Adam soltó a Aleister inmediatamente, su abuelo lo sostuvo y junto con los tíos del chico huyeron con rapidez.
—Gracias —dijo Ángel —. Ahora sabemos que Drácula si tiene una debilidad.
—Vuelve a acercarte a mi familia y no vivirás para contarlo —saco su mano con violencia del arcángel arrancando uno de sus corazones. —. No les mostrare la misma piedad.
Silver desapareció junto con su familia. Adam sacó su poderosa espada provocando un huracán que devasto toda la zona, habían perdido la oportunidad de matar a la familia Vlad porque los habían subestimado; perdió cuando Drácula tomo a Ángel como rehén. Una vez más el rey de los vampiros los había vencido y Miguel no estaría feliz.
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Elizabeth daba vueltas con angustia en aquella choza, desesperada por tener noticias de su esposo e hijo, cuando Aleister entro por la puerta corriendo hacia ella. —¡Mami!
—Mi amor —dijo con alivio, abrazándolo con fuerza, temiendo que aquello solo fuera una ilusión. Una horrible mentira, pero no, realmente tenía a su pequeño entre los brazos —. Gracias Silver, muchas gracias.
—No tienes que agradecer nada, recoge tus cosas, porque nos vamos —ordeno molesto.
—¿A dónde vamos? —pregunto Aleister sorprendido.
—A un lugar donde nadie pueda encontrarte, ni a ti, ni a tu madre, ni a tu hermano —admitió Alucard —. Volverán a la cueva.
—No mamá, por favor, no —suplico Aleister en shock —. Papá no hagas esto.
—Les doy cinco minutos para recoger todas sus cosas —aviso Drácula sin importarle la opinión de su hijo o mujer —. Los espero afuera.
—No, te lo suplico mamá no me hagas regresar allí —dijo Aleister llorando casi al borde del pánico.
—Mi amor, escúchame —ordeno Elizabeth mientras Aleister lloraba desconsoladamente sin poder controlarse debido al miedo que tenia de volver a la oscuridad. —. Te prometo que será temporal, papá terminará con los ángeles y cuando eso pase.
—No, no podrá conseguirlo son seres malignos, ellos… ellos mataron a un hombre y lo hicieron pedazos, por favor mamá no dejes que papá nos haga esto —suplico esperanzado.
—Perdóname, lo siento tanto Al, pero no puedo… esta fue la decisión de tu padre cuando fue a rescatarte de los arcángeles, ni tú, ni yo podemos ir contra esa orden…
—Es mi culpa, es todo culpa mía, si yo no…
—No mi amor —interrumpió Elizabeth —, fue solo un accidente, un desafortunado accidente…
Elizabeth abrazo con fuerza a su hijo intentando darle el consuelo que no tendría a pesar de las palabras dichas. Ambos salieron de la casa con semblante triste, Aleister gimoteaba sin poder controlar su tristeza, Silver los miro, ayudo a Elizabeth con las maletas y los guio a un lugar desolado, arriba en las montañas, detrás de una cascada había un escondite en el cual se encontraba una pequeña cabaña, mejor que la choza.
A pesar de todo, Silver había sido piadoso, no había encerrado nuevamente a su esposa e hijos dentro de una cueva oscura; Ahora vivían en una casa acogedora, llena de luz, rodeada de naturaleza que servía como su jardín. Elizabeth dio a luz y Draven nació trayendo alegría tanto a su madre como a su hermano mayor. No obstante, no tenían el derecho de salir jamás de ese lugar, si cruzaban la cascada no solo se enfrentarían a la ira de Alucard, sino a las consecuencias de volver a ser capturados sin garantía de ser salvados por Silver Vlad Alucard.
La guerra entre creaciones continúo, pronto cualquier r**a llegaría a su extinción; por su parte, los vampiros se mantenían ocultos en las profundidades del bosque, no todos poseían el don de la manipulación de mentes. Por otro lado, los lobos podían pasar desapercibidos y tener menor problema para esconderse entre los humanos, excepto cuando llegaba la luna llena.
Entretanto, los ordinarios cazaban a las creaturas que ante sus ojos eran bestias que no merecían vivir en el mismo espacio geográfico que ellos y se los entregaban a los ángeles. Los mortales habían descubierto la manera de identificar, atacar y matar a un sobrenatural; para ello usaban té de rosas, lo cual paralizaba a vampiros y dormía a lobos, un pequeño sorbo era suficiente para tener ventaja sobre las criaturas, este té, tenía el efecto de dejarlos inmóviles y causar otros síntomas de malestar.
Ya, si lo que querías era matarlos y tenías los medios para hacerlo, se usaba un poderoso veneno; el estramonio para los vampiros y el acónito para los lobos, por otro lado, no era difícil para las tinieblas matar a los ordinarios o cazadores, la real amenaza eran los ángeles, quienes parecían ser interminables y ser bestias sin corazón, a pesar de tener cinco.