En el instante en que sus garras hicieron contacto con la piedra, una explosión de luz inundó el valle. No era una luz cegadora, sino una cálida y vibrante. Fluyó del amuleto, envolviendo a Amarok por completo. La manada tuvo que entrecerrar los ojos, pero no apartaron la mirada. Amarok aulló. No era un aullido de dolor, sino de una mezcla de sorpresa, asombro y una agonía profunda. Su cuerpo se arqueó, y sus músculos se tensaron. La luz que lo envolvía se volvió más brillante, pulsando con una energía que la manada podía sentir en sus propios huesos. Visiones, memorias y emociones ancestrales parecían fluir a través de él. Podían ver destellos en su forma iluminada: bosques inmaculados, ríos cristalinos, lobos ancestrales corriendo libres, pero también la desesperación de batallas perdid

