El silencio en el Valle de las Sombras, ahora bañado por el sol de la mañana, no era un vacío, sino una resonancia de la victoria. La niebla se había disipado, las sombras de la miseria se habían desvanecido con la última mota del Corazón del Hielo. El aire, antes rancio y opresivo, era ahora nítido y dulce, cargado con el olor a tierra mojada y los primeros brotes de vida. Los árboles retorcidos comenzaban a enderezarse, y minúsculas hojas verdes salpicaban las ramas que parecían muertas. Amarok se irguió en el centro del valle, el Amuleto de la Luz brillando suavemente en su pecho, fusionado con el Cristal de Sabiduría. Su rostro, aunque cansado, reflejaba una serenidad y una profundidad que nunca antes había poseído. Era el mismo lobo, pero a la vez, uno transformado. Había absorbido e

