La partida fue silenciosa, bajo el manto de la luna. Dejaron el valle ancestral atrás, adentrándose en las profundidades del bosque, siguiendo el rastro de la corrupción, un hedor sutil pero inconfundible que se aferraba al aire. Llama del Ocaso, con su aguda percepción, lideraba el camino, sus sentidos captando las mínimas anomalías en el entorno. El viaje fue una inmersión en la desolación. A medida que se alejaban de su territorio, el bosque se volvía más oscuro, más silencioso. Los animales que normalmente pululaban, ahora estaban ausentes. Los árboles parecían retorcerse, sus ramas desnudas como garras. La tierra misma parecía enferma, el musgo gris y el follaje marchito. "Es como si la vida misma estuviera siendo drenada de este lugar", murmuró Amarok un día, su voz sombría. Rayo

