Repetí aquellas palabras, sintiéndome demasiado cansada como para resistirme a él o a los deseos de mi cuerpo. Pero sus siguientes palabras hicieron que el ambiente de la sala pasase de sereno a excitante en un instante. —Dax es mío. Su polla es mía. Casi gruñí al oír el oscuro tono que escondían sus palabras; en mi cabeza aparecieron imágenes de él follándome desde atrás, justo aquí, justo ahora, en este estúpido y diminuto armario. Repetí sus palabras y las nalgadas pararon. Pensé que había terminado, pero su mano se posó sobre mi piel enrojecida, y entonces la deslizó entre mis piernas, entre mis pliegues para explorar la calidez que sabía que encontraría. Gruñó cuando sus dedos se encontraron con una húmeda bienvenida. —Mi coño le pertenece a Dax. Jadeé cuando introdujo dos dedos d

