Amaia —¡Dime que las uvas salieron! —ríe Dalia a través del teléfono. —Claro que salieron —río—, pero no te voy a contar cómo ni dónde. —Esta es la mejor historia que he oído nunca. Tengo escalofríos. Escalofríos de verdad, Ali. —También yo. No lo entenderías. —Voy a tener que llamar a Isaac ahora e intentar recrear esto, aunque nunca estará a la altura. Dios mío. Río, cayendo de espaldas en mi cama. Cierro los ojos y disfruto la sensación de estar feliz. De sentirme sexy. De sentir que mi cuerpo acaba de ser sacudido. —Solo… ¡Me has dejado sin palabras! ¡Y yo que pensaba que era la pervertida! —Es todo. —Recuerdo la mirada en sus ojos, el deseo casi palpable, mientras besaba mi pierna. Me estremezco, juntando mis piernas. Todavía puedo sentir su toque, la forma en que sus dedos r

