TRISTAN
El resplandor de la lámpara en mi cómoda ilumina la habitación. Me quito la chaqueta, la corbata y la camisa de vestir y las arrojo descuidadamente sobre el respaldo de una silla. Se siente bien estar en casa, estar “apagado”, respirar. No he estado relajado en toda la noche, excepto por los pocos minutos que estuve con Amaia.
Debería estar repasando la noche, revisando conversaciones, tratando de evaluar quién está de mi lado. Pero no lo hago. Mi mente vuelve a ella cada vez, y si soy honesto, me gusta estar ahí.
Me dejo caer en el colchón king de California, mi cuerpo se hunde en el edredón de plumas. Dejo que mis párpados se cierren y el rostro de Amaia aparece de inmediato en mi mente. Su tímida sonrisa, la forma en que sus largas pestañas parpadean cuando está avergonzada,
