Capítulo 5

1067 Words
Amaia —Lo siento por eso —dice el señor Sanders—. Mis empleados tienen órdenes estrictas de no molestar a usted ni a sus invitados. Por favor, acepte mis disculpas y la seguridad de que me encargaré de esto y no volverá a ocurrir. —Espero que no —dice Tristan, con voz severa—. Espero que no reprenda a su empleada por tomarse unos minutos para responder mis preguntas. Esto es una reunión social, Jim —dice, mirándolo con intención—, y es una que estoy pagando. Si quiero socializar con… Me mira con las cejas levantadas y espera a que encuentre mi voz. —Amaia Gardner —digo, intentando apartar la mirada, pero incapaz de despegar mis ojos de los suyos. —Si quiero socializar con Amaia, parece que estoy pagando por el honor. El rostro del señor Sanders palidece. Intenta recuperarse, pero falla estrepitosamente. —Oh, yo, eh, lo siento, señor Campbell. No tenía idea. Yo… —Estoy seguro de que no, por eso encuentro insultante su prontitud para disciplinarla. En los negocios, es mejor tener los hechos antes de actuar. —Observa cómo el rostro del señor Sanders cae cada vez más hacia la alfombra lujosa hasta que está satisfecho—. Permítame también señalar que nunca está bien que toque a una mujer. —Solo… —comienza, pero Tristan lo interrumpe. —Nunca está bien. —Toma la bandeja de mis manos y la coloca en una mesa cercana. Levanta mi brazo suavemente, enviando una ola de escalofríos por todo mi cuerpo. Mi voz desaparece de nuevo, e intento recordar todo lo que sabía sobre mantener la calma y la cortesía. —¿Estás bien, Amaia? Su voz me envuelve como una manta cálida, y estoy segura de que, si no estuviera bien, lo que fuera que estuviera mal se curaría de repente. Mi mano hormiguea donde él la toca, todos mis sentidos zumban. Sonríe, no con su habitual sonrisa amplia y desarmante, sino con una más suave que no había tenido el placer de ver antes. Es la que no olvidaré. —Estoy bien —digo, retirando mi mano—. De verdad. Tristan hace una pausa, sus ojos se entrecierran de nuevo, escudriñándome. —¿Te gustaría salir a tomar un poco de aire fresco, si te parece bien? Puedo escuchar en mi cabeza las palabras que mi cerebro quiere decir. Es un largo balbuceo de palabras entrecortadas mezcladas con una serie de ofertas subidas de tono que mi cuerpo exige. Presiono mis labios y opto por no arriesgarme. El alcalde se gira hacia mi jefe y comienzan una conversación, pero no los escucho. Solo observo a Tristan, absorbiendo la belleza frente a mí: el hoyuelo apenas visible en su mejilla izquierda, la pequeña cicatriz sobre su ojo derecho. Está claramente a cargo, mi jefe ahora parece no más que un niño pequeño. Finalmente, se giran hacia mí y trago saliva. No tengo idea de qué se ha discutido, y siento que esperan que lo sepa. Maldita sea. —Amaia —dice el señor Sanders—, por favor, perdóname por lo de antes. Siéntete libre de disfrutar el resto de tu noche. —Baja la cabeza y se escabulle hacia la cocina. Levanto la vista hacia el apuesto rostro del alcalde Campbell. Me estudia, con una intensidad en su mirada que hace que mi estómago revolotee. Así es como no presté atención. ¡Gah! ¡Presta atención, Amaia! Mi respiración sale en suspiros entrecortados. No debería ir a ningún lado con él. Por unos quince millones de razones, no debería salir de esta sala con este hombre. —Gracias, alcalde Campbell, pero… —Es Tristan. Por favor, llámame Tristan —insiste, desmantelando mis defensas. —Está bien, Tristan. —Agarro el poco poder cerebral que me queda y me mantengo erguida—. No es necesario un paseo. Estoy bien. Él solo… me estaba ayudando a apartarme del camino. Sonríe. —Señorita Gardner, por favor, considera lo que hago para ganarme la vida. —¿Qué quieres decir? —Soy político. Trabajo con mentirosos todo el día —guiña un ojo. No puedo evitar reírme. —Estoy segura de que sí. Pero, de verdad, estoy bien. Por favor, ve a disfrutar de tu evento y volveré al trabajo. Da un paso más cerca, el aire entre nosotros arde. —Disfrutaría pasar unos minutos contigo. Siento mis mejillas calentarse bajo su mirada. Sus ojos se iluminan con diversión ante mi rubor. —Ahora, si no quieres causar una escena, te sugiero que salgamos de aquí antes de que logremos atraer a una audiencia más amplia. Mirando alrededor de la sala, noto que algunas personas observan nuestra interacción. Una sensación de malestar erupcionó en mi estómago mientras recuerdos de ser observada antes se cuelan en mi mente. —¿Viste las fotos de tu esposo con la señorita Murphy? —El camarógrafo me mete una grabadora en la cara—. ¿Cómo te hace sentir eso? Me encojo. Tristan me ofrece su brazo y empiezo a tomarlo, pero lo retiro con un ademán. —Derramé un poco de salsa alfredo en mi manga antes. Probablemente no quieras mancharte con eso. —Se lava. —Su actitud relajada alivia mi ansiedad. Me está haciendo lo que le hace a todos: encantarme, hechizarme. Me gusta mucho más de lo que debería. Imágenes de él quitándose la chaqueta, desabotonándose la camisa mientras se prepara para el baño pasan por mi mente. Cuando mis ojos encuentran los suyos, sé que él sabe lo que estaba pensando. Cierra la distancia entre nosotros, levantando mi brazo y colocándolo en el pliegue del suyo. El material es suave, su brazo duro debajo. Estando tan cerca de él, siento como si estuviera en una burbuja, que solo somos él y yo, y todos y todo lo demás están de repente afuera. Su aroma es embriagador, su sonrisa desarmante. Es una mezcla de poder y accesibilidad, y la combinación es alucinante. Mis defensas se derrumban, cayendo al suelo con un fuerte golpe. Miro nerviosamente a unos hombres que intentan con todas sus fuerzas no notarnos. Salir de aquí de repente parece una buena idea. —¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —pregunto—. No tienes que hacerlo, sabes. Me estudia de cerca. —Tienes razón. No tengo que hacerlo. Quiero hacerlo.
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