—¡Joven Bastián! —gritó una mujer mayor, de cuerpo robusto y cabello cano, con la expresión descompuesta, tal vez por el esfuerzo de haber llegado corriendo hasta ese lugar o, quizá, por todo lo que estaba pasando en su vida, al entrar de improviso en una habitación a la que ni siquiera había llamado a la puerta.
Thamara se estremeció completa cuando la puerta se abrió sin previo aviso, y no lloró porque el shock era mayor que su miedo, pero cuando sintió la mano de Bastián sostener la suya, intentando tranquilizarla, se dio cuenta de que se había alterado, y solo respiró profundo para calmar el temblor de su cuerpo y los rápidos y fuertes latidos de su corazón.
Además, no tenía tiempo para atender lo que fuera que estuviera pasando, y que, teniendo en cuenta a la persona que esa mujer
