Abrió los ojos y un escalofrío trajo a su mente los recuerdos de lo último vivido.
Thamara recordaba que, tras haber sufrido mucho en ese parto que parecía interminable, y que le hacía querer vomitar por todos los temores que la asecharon en todo momento, ella había logrado escuchado el llanto de su bebé, por eso se había entregado a la inconciencia sin mucha preocupación.
Miró a todos lados, dándose cuenta de que estaba en esa habitación que no conocía del todo, pero a la que había ingresado arrastrada por dos desconocidos que le habían llevado a un médico, tal como necesitaba, para que pudiera dar a luz.
La habitación era buena, era amplia, luminosa y bien ventilada, además de que tenía muebles de muy buena calidad, igual que las decoraciones, pero, sin duda alguna, lo mejor de todo era esa incubadora justo a un lado de la cama que contenía a dos pequeños.
Thamara se incorporó con dificultad. A ella le dolían absolutamente todos los músculos, todos los huesos y hasta todos los cabellos, pero necesitaba cerciorarse de que su bebé estuviera bien.
Y lo hizo, tras unos momentos de quejarse cada que se movía, se encontró a sí misma de pie junto a la incubadora, y vio con amor un rostro nuevo para ella, uno que jamás olvidaría, porque era lo que más amaba en la vida.
—Son una niña y un niño —dijo una enfermera, que entraba a revisar a la mujer y dos niños que ocupaban esa habitación, encontrándose a la mujer despierta—, y yo soy la enfermera que cuidará de ellos y de usted.
Thamara se emocionó al escuchar las primeras palabras de esa mujer, incluso se quedó sin aire por un momento. Saber que eran una niña y un niño le decía que ella había alumbrado a una chiquita hermosa, pues el bebé al que se comprometió a salvar era un niño.
» Estarán en la incubadora algunos días, pero no creo que pase la semana —continuó explicando la mujer que Thamara no conocía, pero que no le incomodaba ver ni escuchar—. Están bajos de peso y de tamaño, pero es normal cuando son gemelos, sobre todo si son de un primer embarazo, como en este caso.
La morena miró confundida a quien le hablaba. No entendía que dijera que eran gemelos, cuando claramente ella solo había dado a luz a la niña. Igual no dijo nada, no podía abrir la boca hasta conocer sus condiciones actuales, porque ni siquiera sabía en dónde estaba, mucho menos lo que le esperaba.
» ¿Se encuentra bien, usted? —preguntó la mujer y Thamara asintió con la cabeza tras parpadear un par de veces.
—Me siento muy agotada, y algo adolorida, pero estoy bien —aseguró la cuestionada.
—Me alegra oír eso —aseguró la enfermera—. Me gustaría preguntarle sobre si los amamantará, o si debo conseguir fórmula para ellos, no creo que tarden mucho en pedir alimento.
Y, dicho eso, la pequeña se comenzó a quejar, entonces Thamara sonrió, emocionada. Imaginarla pegadita a ella era algo que estaba ansiando hacer realidad, así que decidió amamantar, para poder abrazarla por primera vez.
Mientras Thamara subía a la cama, para recargarse a la abollonada cabecera de la cama en que había despertado, la enfermera sacó a la bebé, que, ya que parecía estar bien, tan solo ocupaba el calor de ese aparato, igual que el pequeñito, quien, a pesar de ser mayor, presentaba más bajo peso que la niñita.
Thamara recibió en sus brazos a su hija, y la amó de nuevo, al punto de llorar de felicidad por tenerla al fin consigo.
Y es que ella había estado aterrada por su bienestar. Luego de haber visto a un bebé nacer sin vida, y de tener que correr por su propia vida, la idea de perder a su bebé le llenó de miedos la cabeza y el corazón.
Pero, gracias al cielo, su bebé estaba viva, y estaba tan bien que, a pesar de ser tan pequeña, tan frágil y tan indefensa, estaba comiendo sin dificultad alguna.
La bebé comió hasta que se sació, entonces, dormida, Thamara la acomodó en su pecho, como la enfermera le indicaba, palmeó con suavidad su espalda hasta que sacó el gas y entonces, cuando se negó a comer un poco más, debió entregarla para recibir a ese chiquito que lloraba a grito abierto desde algunos segundos atrás mientras esperaba su turno de ser alimentado.
La morena volvió a llorar al tener otro bebé en brazos, pues, al ver a ese pequeñito que había perdido tanto en tan poco tiempo, se compadeció de él. Es decir, él a lo mucho tenía veinticuatro horas de vida, y ya había perdido a su madre y a su hermano.
La compasión que sentía por el pequeñito le empujó a alimentarlo mientras le acariciaba, igual que hubiera acariciado a su bebita, llena de ternura maternal.
Y, al contrario de la recién nacida, el bebito, tras sacar el gas, volvió a comer un poco más antes de dormir.
» ¿Quiere desayunar? —preguntó la enfermera, cuyo nombre seguía siendo un misterio para Thamara.
Pero, al parecer, había cosas más importantes qué atender que el presentarse, por eso ambas lo habían dejado pasar.
—No —respondió la recién convertida en madre tras bostezar—, creo que necesito más el descanso que la comida. ¿Está bien si duermo un poco más?
—Por supuesto que si —aseguró la cuestionada y, Thamara, algo segura por tener plena consciencia de quién era quien le mantenía ahora, posiblemente, cautiva, cerró los ojos para descansar un poco más.
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—No sé si sea mala educación, pero definitivamente es de muy mal gusto asistir a un funeral de alguien que no conoces —soltó Bastián, viendo a un viejo conocido aparecer ante él.
—No es como que venga a consolarte o a hacerte compañía en tu dolor —respondió Antonio Lester, acercándose al hombre joven de traje n***o que conocía bastante bien—. Yo solo quiero saber sobre mi hija.
—Pues, si lo que quieres saber es si es ella a quien enterré, temo decirte que, lamentablemente, es alguien más.
Las palabras del serio Bastián Solón fueron un alivio y un golpe al hígado para el hombre mayor, pues le alegraba saber que no era su hija la mujer que había muerto en la afrenta de la noche anterior; pero también le mataba la duda, pues no sabía qué había pasado con ella, y lo necesitaba saber.
De todas formas, antes había estado casi seguro de que no era Thamara a quien el hombre enterraba. Es decir, ellos ni siquiera se conocían, no había manera de que el hombre se hiciera cargo de asistir personalmente a ese funeral de ser la morena quien ahí yacía.
—¿Dónde está Thamara? —cuestionó Antonio, rezando a un Dios en quien nunca había creído por que él supiera dónde estaba ella y por que ella estuviera bien.
—Parece que me confundes, mi nada querido no amigo —respondió Bastián—, yo no soy de los que dan información solo porque me preguntan.
El rostro de Antonio se endureció, y Bastián bufó una risa fugaz ante la respuesta de ese hombre.
Sí, a ninguno de los dos les importaba lo que pasara con los que el otro quería, pero ambos amaban a los suyos, así que entendía bien el disgusto del mayor.
Además, él tenía una deuda con esa chica que había salvado a su hijo y que, al parecer, había sido buena con su amada Alana.
» Ella está bien —aseguró Bastián—, dio a luz anoche y, aunque no quisiera devolvértela sin ninguna ganancia, creo que lo haré porque soy una excelente persona.
Antonio sonrió de medio lado. Bastián Solón era tan buena persona como lo era él mismo, y él no era un santo, precisamente, se notó cuando declaró no querer a su hija de vuelta.