{En la actualidad}
—Sí mamá, llegué bien. Es hermosa—decía el moreno, recorriendo con los pies descalzos su propia casa.
Con su celular pegado a su oreja, escuchando a su madre. Había llegado hace unas horas y había ido directamente a su nuevo hogar. En el pueblo de Bristol, alejado de lo que se llamaba "centro" del lugar.
Sonrío una vez más, era lo que más quería. A sus 21 años, y con la herencia de su padre cayendo a sus espaldas, se mudó.
Colgó, luego de unos minutos. Suspiró, dejando el celular en la mesa de la sala de estar, saltó emocionado y exaltado. Corrió por la casa de una planta, como si de un niño pequeño se tratará. Patinaba por los pasillos, riendo libremente.
La casa contaba con tres habitaciones, y estas contaba con cuartos de baño, una en cada una. Una rustica cocina, esas la que solo los libros relataban. Rió, por su poco conocimiento en la cocina. Más no le importo, siguió recorriendo, abrió las ventanas y cortinas dejando que los rayos del sol la iluminen.
Se apoyo en la ventana de la sala de estar, su vecino más próximo estaba a cinco kilómetros. Miró alrededor, era la última casa, casi en la entrada del bosque. Observo la mata de arboles, esos arboles altísimos que no dejaban entrar los rayos del sol, observo las montañas rocosas, solo sintió un escalofrío. Entendió porque le decía "El bosque de la oscuridad", se merecía aquel nombre.
Más solo negó, alejando esos pensamientos, le gustaba su casa y se quedaría, no se dejaría asustar por algunos animales y aquél bosque.
Giró, encontrándose con unas cajas apilados, suspiró, dirigiéndose a estas. Abrió la primera, encontrando algunas cosas con que decorar su casa, como recuadros. Sintió un nudo en su garganta, al encontrar un porta retratos donde se encontraba el con su familia completa. Sus tres hermanas, su madre y...su padre.
La colgó en la pared, con un par de lagrimas corriendo por sus mejillas. Suspiró, dándole una última mirada.
Para cuando termine con esa caja, luego de conectar el equipo de música, la televisión, el DVD siguió por la segunda caja, la más grande de todas.
La abrió, encontrándose con sus cuadros, la minoría, dejo más de la mitad en su antigua casa. Corrió con la caja en sus manos, al cuarto más alejado del resto de la casa. Ese sería su rincón, donde sería él, él y nadie más.
Colocó un lienzo en la pared, colgándolo. Sacó él primer aerosol, listo para hacer el primer cuadro que de su casa. Apretó, apretó y apretó. Maldijo, sacudiendo aquel aerosol. Mas no tuvo éxito y menos con los otros 25 aerosoles.
Pateo todos esos aerosoles vacíos, camino hacía la sala, se colocó sus Nike's, tomó su campera junto con su billetera, llaves y celular y salió.
El viento fresco chocó contra él y esperó a que sus ojos se acomoden a la luz del sol. Suspiró, mínimo tardaría una hora para llegar al centro.
Y sin más, comenzó a caminar, bajo el resplandeciente sol de esa mañana de aquel martes.
***
—Papá, papá, papá—decía una y otra vez el niño, dando vueltas en la silla giratoria de su padre.
Laurie se tapó la cara con las manos, frustrado. Quería que sean las doce para cerrar su local. Pero sabía que no podía, por mas que su hijo le rompa la cabeza para que lo haga.
—¿Qué, Logan? ¿Qué? ¿Qué?—dijo Laurie frustrado, dejando lo que estaba haciendo sobre el mostrador.
—Tengo hambre, vamos a arriba—contestó el niño, haciendo berrinche.
Ese "arriba", se refería al departamento, su casa. Laurie suspiró, mirándolo.
—¿Y por qué no vas tu?—preguntó Laurie, deteniendo la silla que giraba.
El niño de ojos color café revoleó los ojos—Porque no me gusta ir solo y lo sabes, tengo miedo.
Laurie rió—Entonces práctica lectura, la maestro dio eso de tarea.
—Ya sé leer—contestó su hijo de cinco años.
—Sí, me imagino. Solo una hora más Logan y nos vamos—dijo Laurie, volviendo a lo suyo.
Logan bajo de la silla que estaba al lado de su padre. Laurie rió, al ver que el mostrador era sólo un poco más alto que su hijo. El niño camino a los estantes de la librería, observando. Sabía que no tenía que tocar, su papá se lo había dejado en claro. Así que solo se sentó en una silla de las que había, moviendo sus pies que no tocaban el piso.
Laurie lo observó, no podía creer lo grande que estaba, que ya habían pasado cinco años. Volvió a sus papeles.
Su hijo no tardó en llamarlo.
—¿Papá?.
Laurie respiró hondo—¿Sí?.
—¿Y si jugamos a "qué hueles"?—sugirió el niño, con emoción en su voz.
El castaño levantó la mirada, para encontrar a su hijo frente a él, detrás del mostrador.
—Pero no te conviertas Logan, si lo haces, será trampa y ya no jugaremos—aclaró Laurie, dejando el bolígrafo.
Logan se quejó, bufando—Pero así no es divertido pa...
—Logan—lo retó Laurie, señalándolo con su dedo índice.
El aludido asintió, rendido—Bien, 1, 2, 3...
Los dos olfatearon, sin dejar de mirarse. Laurie, fue el primero que hablo.
—Huelo el guiso de estofado de la señora Black—anunciaba el mayor.
Logan dudó—Huelo a cemento, de la construcción de en frente.
Laurie rió—Huelo a pollo.
El mayor divisó como las orejas iban a tomando lugar entre los cabellos de su hijo. Logan sonrío divertido.
—Logan lo prometiste, siempre haces lo mismo—rió Laurie, no podía estar enojado con su cachorro.
—Huelo a sudor, a transpiración a humano...
Logan no puedo seguir, por el ruido de las pequeñas campanas que estaban colgadas en la puerta. Que solo sonaban cuando alguien entraba. Laurie no tardó en colocar sus manos sobre la cabeza de su hijo, tapando esas diminutas orejas puntiagudas.
—¿Hola?
Escucharon una voz, agitada, cansada. Los dos miraron hacía la puerta, Logan corrió detrás del mostrador. Laurie tragó saliva, sintió su corazón acelerado y no sabía si era por el hecho de que aquel humano pudo ver algo anormal en su hijo o lo que tenía frente a sus ojos.
Un chico, de mas o menos su edad, lo observaba, quieto. De tes morena, cabello n***o ligeramente despeinado y hacía arriba. Y sus ojos, Laurie rápidamente aparto su mirada de él al notar que también lo miraba.
—¿Sí?—preguntó Laurie, mirando por el rabillo del ojo a Logan, notando que ya estaba bien.
El chico se acerco lentamente—Busco aerosoles, unos cuantos.
—Sí como no. ¿Logan podrías...?—y Laurie se calló, al notar que su hijo ya no estaba a su lado.
Se levantó de su silla, caminando hacía el último estante. "Sígueme" dijo, perdiéndose por los pasillos de estos. Zack tardó en darse cuenta que le hablaba a él, recuperó su aliento. Pudo apreciar el panorama completo de ese chico y que panorama. Camino al encuentro con aquel castaño, se mordió su labio inferior, antes de llegar a él.
—Aquí están, elige a tu gusto—respondió Laurie nervioso, sin razón alguna, volvió al mostrador.
Zack no se movió de su lugar, hasta notar que aquel ojimiel se había alejado. Miró los aerosoles que estaban frente a el, ordenados por color. Y cogió un canasto que se encontraba en la punta del pasillo, para luego tomar dos aerosoles, de cada color, dos cada uno. Rojo, azul, amarillo, rosado, verde, celeste, violeta, marrón, naranja, plateado y faltaba su favorito. n***o, buscó con la mirada dicho color, encontrándolo en la cima, el estante de arriba.
Maldijo. Saltó, no lo logró, trato de colgarse, pero al ver que el estante casi perdía el equilibrio rápidamente se bajo.
—¿Qué haces?—escuchó una voz a su lado.
Zack se giró asustado, encontrándose con el niño que estaba cuando entro. Y se sorprendió por el parecido que había entre el chico sexy y el niño. ¿Sexy? Sus mejillas se colorearon, y negó levemente.
—Nada, yo...
—¿No alcanzas el estante?—sonrío el niño travieso.
Zack asintió—Sí, pero ya esta, no hay problema.
—¡Papá, el chico no alcanza el estante!—volvió a interrumpirlo el niño gritando.
El moreno sintió un nudo en su garganta, al escuchar la palabra "papá" de la boca de ese niño, mas cuando el chico llegó a ellos. Sus ojos rápidamente viajaron a las manos de aquel chico, y sonrío al no encontrar un anillo. ¿Por qué sonreía?. Se sintió totalmente estúpido.
—¿Necesitas ayuda?—escuchó la voz de aquél castaño.
Zack tragó saliva, y agradeció el no balbucear.
—Necesito dos aerosoles negros y no llegó—respondió el moreno cabizbajo.
El silencio se apoderó de ellos tres. Zack levanto su mirada, en el momento que sintió el cuerpo del castaño acercarse a el. Tragó saliva al verlo, como este se colocaba de puntitas, estirando a penas el brazo. Y Zack no pudo evitar mirar como la remera blanca del castaño se levantaba, dejando a la vista parte de su abdomen. Se deleito con esa imagen, y su mirada se perdió en el vello que estaba bajo el ombligo, perdiéndose en sus jeans algo caídos. Y Zack tragó saliva, notando presión en sus pantalones. Esto no podía estar pasándole.
Dio un paso hacía atrás, en el momento que el castaño tendía los dos aerosoles frente a él.
Y Zack maldijo, en el momento que levanto su mirada hacía el rostro del ojimiel, encontrando una sonrisa arrogante en ella.
—Estamos de mirón, ¿eh? ¿Algo más?—decía el chico.
El moreno sintió como toda su sangre se concentraba en sus mejillas, se llenó de cólera, ¿cómo se atrevía a hablarle así?. Le arrebató los dos aerosoles, gruñendo.
—No, nada más—masculló el ojimarrón.
El castaño lo miró, de arriba a bajo, antes de darse media vuelta y caminar al mostrador. Zack lo siguió, lo bastante alejado. El chico se colocó del otro lado, junto con una calculadora en el momento en el que el moreno dejo la canasta, llena de aerosoles.
—¿Qué vas a pintar?—preguntó el niño, al lado de su padre.
Zack dudó—Grafiti.
—Son $125 con 50 centavos—habló el castaño, colocando todo en una bolsa.
El moreno sacó su billetera, la abrió y no tardó en ponerse pálido. No había nada en su billetera, ni un mísero centavo. Levanto su cabeza, apenado.
—Yo...
—Puedes llevarte los aerosoles, solamente si prometes que para mañana me pagarás, mironcito—aclaró el castaño.
El moreno asintió agradecido, aceptando la bolsa.
—Mi nombre es Zack por cierto, gracias, mañana sin falta te pagaré—sonrío el moreno, mirándolo.
El castaño, asintió sin decir nada. Y Zack esperó, a que le diga su nombre, cuando vio que este ni si quiera se resigno a abrir la boca, hablo:
—¿Y tu cómo te llamas?—dijo Zack, expectante.
El chico sonrío, cínico—No creo que te incumba o sea tu problema, debo cerrar, así que adiós.
Zack no supo si sentirse ofendido, lo estaba echando. Lo miró una vez más, antes de caminar a la puerta.
—Espera—dijo el castaño, sin moverse de su lugar.
Zack se giró, mirándolo, sin decir nada.
—La próxima vez, déjame mirar a mí también y quizá te diga mi nombre, Zack—dijo el ojimiel.
El moreno se sintió acalorado, por la manera en que sonaba su nombre en la boca de él. Tragó saliva antes de salir rápidamente, escuchando la risa del chico.
Y solo sonrío, mordiendo fuertemente su labio inferior.