Capítulo 3: El secuestro, parte II
Justo antes de que pueda tocar el pomo de la puerta, me agarra del brazo y me sacude lejos de mi libertad.
—Oh, no, no lo harás —dice, tirándome de mí hacia atrás por mis brazos.
Los mantiene detrás de mi espalda mientras me arrastra lejos de la puerta y me tira sobre la cama.
Un grito escapa de mi boca cuando aterrizo en el colchón, mis ojos sobre la pistola que apunta a mi cabeza de nuevo.
NARRA Satán
—Atate a la cama. —Muevo mi arma y ella toma una breve bocanada de aire en el momento en que la agito.
Cuando ha terminado con sus pies va por sus manos, me mira con esos ojos suplicantes que gritan miedo. Es excitante y al mismo tiempo odio verla mirándome de esa manera. Odio que me mire, y punto. Odio todo de ella.
Mirarla atarse a la cama está jodidamente despertándome. Por mucho que me cueste admitirlo, ese cuerpo suyo se las arregla para despertarme.
Mi polla… ella tiene mente propia. Mi arma no es lo único que apunta en su dirección.
No hay mucha gente que no odie, pero la odio a ella especialmente.
Agarro la botella de whisky del armario y me sirvo una copa mientras mantengo un ojo en ella, asegurándome de que no hace nada estúpido como tratar de escapar. Como si pudiera alguna vez escapar de mi alcance.
Hago lo que hago porque me encanta ver el miedo en sus ojos antes de que los mate, un sicario profesional. Me encanta la emoción de la preparación de la matanza, pensar en todas las maneras en que puedo hacerlos gritar de agonía. Por supuesto, su muerte no es la única cosa que me gusta. Mi profesión viene
con grandes recompensas de las que con mucho gusto hago uso. Nadar en oro significa matar a algunas personas aquí y allá. No todo el mundo vive así.
Se podría decir que soy muy afortunado. O simplemente muy inteligente. Es probable que sea una combinación de ambos desde que elegí este camino, pero nunca habría llegado a ser de esta manera si no fuera por… ella.
Solloza cuando la correa final se envuelve alrededor de su muñeca. Me mira, la expresión de su rostro fría y sin corazón. Cerrada a todo a su alrededor, como si estuviera pensando en matarme. Me encanta. Me recuerda a mí mismo.
Pongo mi whisky sobre la mesa y tomo mi arma. Caminando hacia ella.
—Por favor… —ruega.
—Shhh. —Pongo mi dedo en sus labios—. No quieres decir algo de lo que te arrepentirás. —Me inclino hacia delante e inspecciono la cuerda alrededor de su muñeca para ver si está atada correctamente. Es una cuerda de mala calidad, una que llevo en todo momento.
Sus labios se separan.
—Déjame…
Tiro de la cuerda. Un pequeño chillido escapa de su boca.
—Como he dicho… cállate.
—Pero ¿por qué? ¿Por qué yo? Y ¿cómo sabes mi nombre? —El terror repentino en sus ojos capta mi atención. Sensación de frío en sus cuerpos, respiración alternada, corazones que laten con fuerza. Me encanta ver cómo eso se desarrolla.
Excepto ahora.
Con ella, es diferente.
Ella me detiene en seco y me hace recordar por qué la odio tanto. Por qué soy el que soy. Por qué ella no me recuerda.
No me gusta esa parte tampoco.
Tiro de la cuerda más apretadamente hasta que ella no puede mover su muñeca. Su mandíbula se tensa.
Camino a donde están sus pies y hago lo mismo manteniendo el contacto visual con ella en todo momento.
Debo hacerla sufrir; se lo merece. Aunque nunca imaginé que iría sobre ella de esta manera, seguro que supera como el infierno a solo mirar. Ahora tengo la oportunidad de participar.
—¿Estás cómoda, Bonita? —pregunto, caminando al otro lado de la cama.
—Que te Jodan. ¿Qué quieres de mí? —dice—. Porque te aseguro que no tengo idea de por qué carajo estás en mi habitación ¡tratando de volarme los sesos!
Me rio y niego con la cabeza ante su arrebato. Agarrando su mano, la aseguro a la pata de la cama y ato su última extremidad libre. Apretando hasta que silba de dolor, digo:
—Shh...
—¡Oh, jódete! ¿Qué te he hecho?
Frunzo el ceño, mirando hacia ella. Sus ojos dicen la verdad.
—No lo recuerdas, ¿verdad?
Sus ojos me ven. Se toma unos segundos para responder.
—¿Recordar qué?
—Todo.
Agarrando su pelo, la obligo a inclinarse hacia atrás y mirarme.
Ella solía ser la única cosa en mi mente, y ahora lo sigue siendo. Todo lo que quería era que ella fuera mía; ahora quiero que ella esté muerta.
Pero también lo ha hecho mi deseo de darle una lección. De mostrarle lo que podría haber tenido.
Sostengo su pelo apretado, tirando de ella hacia atrás hasta que le duele, y luego presiono mis labios firmemente sobre los suyos. Son dulces, deliciosas y todo lo que recuerdo que eran.
Hasta que ella saca sus colmillos.
Una sacudida de dolor atraviesa mis labios. Un sabor metálico entra en mi boca. Me retiro.
La perra me mordió.
Mis ojos se estrechan mientras agarro su barbilla.
—Chica mala.
Ella escupe en mi cara.
Lo limpio con mi mano y lo unto en sus labios y mejillas, asegurándome de limpiar mi mano en su cara.
—Eres una asquerosa, ¿lo sabías? Si quisiera tu saliva hubiera metido mi polla en tu boca.
—¡Jódete! —dice ella.
Tomo una respiración profunda y la miro. Sus mejillas están de color rojo y su pecho está de color de rosa. Un signo de sufrimiento. O un signo de excitación. No puedo decir que no me sienta de la misma manera. Ese beso me recordó todo lo que echo de menos, y lo mucho que envidio que ella se haya llevado todo eso lejos de mí.
Agarro la cortina y arranco un pedazo, entonces lo meto en su boca. Sus colmillos no penetrarán este material. Me pongo de pie y camino de regreso a mi asiento junto a la mesa.
Nada va a liberarla. Nada puede salvarla. No ahora que he entrado en su vida de nuevo.
Joder, todavía no puedo creer que ella estuviera en esta habitación. Yo esperaba una chica al azar, y la encontré a ella en su lugar. Es casi lamentable.
El arma está en mis manos una vez más. Sus gemidos llenan mis oídos pero no ahogan sus gritos silenciosos. Sus ojos se desplazan entre la pistola y yo, mientras mi ojo está fijo en los suyos.
Quiero que me vea en el momento en que borre su existencia y se desvanezca de esta vida a la próxima.
Levanto la pistola al nivel de sus ojos y apunto a su cabeza. Mi
dedo está en el gatillo, listo para dar el golpe final. Ella tiene que
morir.
Esto no es lo que yo quería, pero hay que hacerlo.
Ella no se merece mi misericordia, pero de repente tengo que pensar en esto. ¿Realmente quiero verla muerta? ¿O simplemente castigada severamente?
Viendo las lágrimas rodar por sus mejillas, me aclaro la garganta y bajo el arma.
—¿No vas a matarme? —murmura a través de la tela.
—Supongo que vas a tener que esperar un poco más —le digo,
caminando de vuelta a mi silla. Desplomándome, agarro el vaso de whisky y engullo todo a la vez. Maldita sea.
Seis horas para decidir su destino antes de que me vaya. Sea cual sea la elección que tome, esto no va a terminar bien. Nuestras vidas han estado en juego desde el momento en que entré en esta habitación.