Me desperté antes del alba, como era habitual. Siento la pesadez en mi cuerpo del día anterior. Algo no anda bien. Siento como mi corazón se sobresalta sin razón. Incluso he tenido sueños húmedos muy extraños con hombres que no logro ver sus rostros.
—Maldita sea—murmuro al ver mi ropa interior mojada de mi excitación—Soy virgen...¿porque demonios me pasa esto?
La casa estaba en silencio, solo interrumpido por el leve crujir de las vigas de madera. En la cocina, mi hermana Dafne ya preparaba el desayuno. El aroma del pan tostado y los huevos fritos llenaba el aire, un contraste agradable con la frialdad de la mañana.
Me levanto a la carrera y me meto en el baño para limpiar mi cuerpo sudoroso. Aún era temprano, pero sabía que el día se llenaría de ruido y actividad en cuanto mi hermano Bastien se uniera a nosotras. Me pongo mi vestido gastado y mis sandalias que no le caben más pinchos atravesados. Me pongo otra ropa interior. No quiero decirle a mi hermana que necesito otra nueva porque está ahorrando para los útiles de mi hermanito.
Me hago un moño alto con un lazo rojo que encontré en la calle hace días.
—Maeva, ¿me haces un café?— me pregunta Dafne, sin apartar la vista de la sartén.
—Claro— respondí con una sonrisa, mientras me movía hacia la cafetera. Siempre había disfrutado de esos momentos juntos, antes de que la rutina del día nos absorbiera.
Al preparar el café, sentí una pequeña oleada de calma; el día sería largo, pero valdría la pena. Hoy me tocaba limpiar la librería de la casona del viejo ese, pero la paga sería jugosa, tendría pan y leche para la cena. No sé porque el viejo es tan quisquilloso y cascarrabias, pero me encanta leer los libros que tiene a escondidas, cuando tengo la oportunidad, claro está.
Bastien, que siempre estaba emocionado por ir a la escuela, entró en la cocina, con sus ojos brillando de entusiasmo.
—Buenos días, hermanas.
—Buenos días cariño—le respondo.
—Bastian, ¿te lavaste los dientes?
—Si.
—No quiero quejas con la maestra de que te quedaste en el patio jugando.
—No seas tan dura con el—le digo a mi hermana—El me contó que no fue jugando un niño lo molesto y lanzo su zapato en unos arbustos
—No lo defiendas, Maeva.
Bastian agacha la cabeza de la tristeza.
—¿Puedo ir al parque después de clase?— pregunta, mientras trata de sentarse en la silla sin derramar el vaso de leche que tenía en las manos.
—Si terminas tus tareas, podemos hacerlo—le prometí, acariciando su cabeza.
Quería que disfrutara de su infancia, a pesar de las dificultades que enfrentamos sin nuestros padres.
—Me voy a ver con Elena cuando salga de mi turno en la tabacalera. Traeré a Bastián y lo dejaré aquí, así que no te entretengas en el camino.
—Bien.
Cuando finalmente Dafne salió con Bastien, me quedé sola en la casa. El sonido del aire fresco que entraba por la ventana me hizo sentir un ligero escalofrío, pero estaba lista para enfrentar la jornada.
Me puse mi abrigo rápidamente y me dirigí a la antigua mansión donde trabajaba, un lugar que siempre me había intrigado. La mansión Benoit había sido parte de esa familia durante generaciones, y sus secretos eran evidentes en cada rincón.
El camino hacia la mansión era familiar, pero aún así, siempre me sentía un poco nerviosa. La niebla se arremolinaba alrededor de la entrada, y el aire estaba impregnado de un olor a tierra húmeda y madera en descomposición. El viejo Benoit, el dueño, era un hombre de pocas palabras con bellos corporales visibles en todos lados y menos sonrisas, y había aprendido a no cuestionar sus órdenes.
—Maeva, ¿donde está el paquete que te pedí?— me llama el viejo Benoit cuando llego, con su voz áspera que resonaba en la entrada. Su mirada era penetrante, y sentí un escalofrío recorrerme la espalda.
—Lo traeré ahora mismo— respondí, tratando de ocultar mi nerviosismo.
Sabía que no había que discutir con él. Su naturaleza era como la casa misma: dura y llena de secretos.
Refunfuñando, caminé de regreso al pueblo. No entendía por qué el viejo Benoit siempre encontraba la forma de hacerme la vida imposible. La neblina apenas dejaba ver el camino, pero yo conocía cada maldita piedra, cada raíz que sobresalía del suelo.
Cuando llegué al mercado, recogí el paquete y, con fastidio, volví a la mansión. Sabía que el viejo no se callaría, pero no imaginé que tendría tantas quejas acumuladas en tan poco tiempo.
—¿Te crees lista, Maeva? ¿Acaso no tienes ojos en la cara? Mira estas ventanas, sucias. El polvo sigue en los estantes. ¿Y qué es esto? —sacudió un mantel con una mancha apenas perceptible—. No tienes ni el más mínimo sentido de la limpieza—me gritaba apenas tomaba el trapo y la escoba.
Apreté los puños y los dientes, conteniéndome. Ni siquiera podía tomar un lápiz sin sentirme observada desde su escritorio. Su mirada me seguía a todas partes, como si esperara atraparme en el más mínimo error. No tenía paciencia para esto. Solté el trapo sobre la mesa y, sin decir una palabra, salí de la mansión. Dejé las tareas a medias. No me importaba.
Cuando llegué a casa, apenas era el medio día, no había nada de comer en la casa pero ni modo, se supone que iba a comer en la casa del señor Benoit, así que preparé un vaso de agua con azúcar y me comí unas galletas medias rancias, luego me acosté a dormir. Dafne y Bastien llegaron después. Yo estaba lavando los trastes cuando escuché la puerta abrirse. Aún tenía los nervios crispados, y entonces el colmo: el viejo Benoit había interceptado en su camino de vuelta a mi hermana para darle una lista detallada de mis fallos. Bastó con que cruzara la puerta para que mi hermana me recibiera con una mirada severa.
—¡Otra vez hiciste las cosas mal! —espetó, apenas la miré.
—¿Y a ti qué te importa? ¡Ese cascarrabias no hace más que buscar excusas para molestarme! —grité, todavía alterada.
—¡Ese cascarrabias paga porque le hagan las cosas bien! ¿Cuando piensas madurar? ¿Cuando piensas hacer algo bien? Necesitamos ese dinero—replica Dafne, cruzándose de brazos.
—¡Mañana es mi cumpleaños y voy a estar en una casa mugrienta limpiando mientras mis amigos salen a pasear! No tendré ni para mí maldita ropa interior porque todo lo que consigo te lo doy a ti. —las palabras salieron de mi boca antes de poder detenerlas.
Dafne no dudó un segundo. La bofetada me tomó por sorpresa, un ardor se extendió por mi mejilla. Me quedé mirándola, atónita.