El avión despegaba con destino a Toronto, Canadá. El viaje sería de más de ocho horas. Madrid estaba quedando atrás junto con toda su magia. Ajustaron bien sus cinturones y se prepararon para dormir un poco. A Maximiliano lo seguía poniendo tenso el vuelo, pero gracias a la compañía podía pensar en otras cosas. —Tengo que hacerte una pregunta —comentó Marcela sonando preocupada. —La escucho. —Él bebía un jugo de arándanos y dirigió su vista hacia ella para prestarle toda la atención. —Según el itinerario debemos llegar a un hotel, pero… —vaciló un momento, giró su vista hacia la ventana y la contempló. Le gustaban las nubes porque sentía que le transmitían paz. Después de relajarse, continuó—: Yo tengo una casa en Toronto. La mantenía rentada, pero hace como dos semanas se desocupó. La

