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1271 Words
Lentamente fui saliendo de aquel pozo, con ayuda de mi familia, el deporte y mi propia fuerza de voluntad. Un año y medio después de la muerte de Carl la herida continuaba abierta pero ya no sagraba con tanta intensidad. Tenía una rutina y me mantenía en pie por mis hijos. Así que por esos días mi madre indicó: —Debes empezar a buscar trabajo. —De acuerdo—comenté algo asustada pues me daba miedo dejar a la bebé—aunque me dan nervios, me siento como una incapacitada mental. —Inténtalo—ella sonrió y apretó mis manos entre las suyas—tu puedes, eres la mujer más fuerte que conozco. —Haré todo lo posible, de todos modos con el seguro vivimos muy limitados, mis hijos merecen más lujos. —Si pero con tenerte a ti tienen un privilegio enorme, más que cualquier otro económico. Me sumergí en la búsqueda de empleo como cuando era joven, solo que ahora a mis casi treinta años las cosas no eran tan sencillas estaba bastante desactualizada con todo lo referente a la tecnología y la inteligencia artificial. Así que me fui empapando un poco, tomando cursos y certificaciones. Nadie me llamaba, nisiquiera había respuesta a mis correos. Empecé a aplicar a todo más alla de mi carrera, la investigación y las ciencias sociales. Algo tenía que aparecer, mis padres parecían más ilusionados con el empleo que yo, seguro ya querían que me fuera de la casa para alcahuetear a los nietos. Finalmente, después de varios meses sin nada apareció una opción de la que me respondieron y me citaron a una entrevista en tres días. La empresa se trataba de Valot, una de las más exitosas del país pero cuando vi que el puesto que me habían llamado era para "Asistente" me decepcioné un poco, creí que me querían para el de "Gestión de Proyectos" al que también había aplicado. Sin darle demasiada importancia porque el salario no era malo y era mejor eso que nada: acepté, después de todo tenía el cerebro refrito por la depresión y era mejor iniciar con algo fácil. La noche anterior alisté mis cosas emocionada por la oportunidad. En eso Pierre y Kailan entraron a la habitación a buscarme. —Suerte en la entrevista mamá—dijo el mayor, era un chico muy animado y el más parecido a su padre. —Si, esperamos que te vaya super bien—Kailan sonrió amablemente—no te preocupes por nosotros los abuelos nos cuidaran bien—dijo frotándose las manos como una mosca. —Apuesto que esperan que me vaya para comprar dulces. —Quizás—dijo Pierre—¡Azúcar, azúcar, azúcar! —Compórtese niños—suspiré—la abuela no podrá con el dolor de espalda si ustedes tienen una sobredosis de golosinas. —Ella también va a comer con nosotros muajaja. Los llevé a descansar y luego de darles las buenas noches me retiré a mi habitación. Estaba ansiosa. Me costó bastante quedarme dormida pero al menos descansé bien, tuve sueños apacibles y amanecí tranquila. Me alisté, esa mañana mis rizos andaban rebeldes así que no me esforcé demasiado en controlarlos. Aunque un lucía joven se notaba el sufrimiento en mi semblante y en mi ropa: n***o absoluto, cerrado, con el collar dorado en forma de corazón que fue regalo por nuestro primer aniversario de bodas. Valot no quedaba demasiado lejos, solo debía tomar un colectivo y caminar unas cuantas cuadras. Al llegar me impresioné ante el imponente edificio que se alzaba hasta el cielo, mi cita eran en el piso 34. Me encamine rápidamente, al llegar noté que había demasiada gente esperando: mujeres jóvenes, hermosas y alegres. Yo no calzaba ahí, algunas quizá tenían mi edad o más pero llevaban un aire distinto, de frescura y bienestar. De todos me mantuve impasible mientras llegaba mi turno, al menos había tomado la oportunidad, lo que sucediera de aquí en adelante ya no era mi responsabilidad: yo haría mi mejor esfuerzo. Después de un largo rato me llamaron, en la habitación esperaban un hombre y una mujer ambos con cara de Recursos Humanos: lentes, pelo engominado y semblante serio. Me senté ante ellos luego de saludarlos amablemente. —Buenas tardes señorita Serina Bale—dijo el tipo, utilizando mi apellido de soltera el cual había puesto para evitar el dolor—la entrevista para este puesto es distinta, consta de cinco preguntas clave para decidir si es adecuada o no para el mismo. —De acuerdo—contesté sonriente. —Vamos entonces—comentó la mujer—la primera pregunta sería: ¿es feminista? Me sentí en un sueño, como antropologa y parte de una Facultad de Ciencias Sociales había esperado por esa pregunta toda mi vida. —Por supuesto—comenté sonriente—soy anarcofeminista—la mujer pareció conmocionada pero no dijo nada. —Bien, continuemos—suspiro—¿cree en la meritocracia? —Claro que no—sonreí—no todas las personas cuentan con las mismas condiciones socio económicas para llegar al mismo lugar, el esfuerzo y trabajo duro no siempre traen recompensas. —Bien—continuó el sujeto—¿considera que su ropa es adecuada para una asistente?—me sorprendí ante la subnormalidad de esas preguntas pero no dije nada. —Si, estoy de duelo por la muerte de mi esposo—ambos empalidecieron. —De acuerdo—continuó él—¿se considera moralmente superior al resto? —No, la moral es relativa a nuestro sistema de valores... Aunque hay cosas en las que todos coincidimos. —Ok—ahora habló la chica—¿qué tal le queda el café? —Riquísimo—comenté alegre. —Bueno señorita Bale—hablo el hombre—creo que no es lo que estamos buscando—me desinfle como un globo pero permanecí impasible: había pasado por cosas peores—lo sentimos. —De acuerdo, muchas gracias por la oportunidad—me puse de pie un poco temblorosa, me sentí un poco mal de que ne descartaran tan rápido. Salí de allí, de repente todas las personas del pasillo se quedaron en silencio como si se congelaran. En ambiente se puso tenso, me quedé quieta a mi vez. Al levantar la vista me lo topé: Brandon Kavan, mi ex-compañero. Estaba muy distinto, se notaba que era un hombre maduro. Sus rasgos eran más fuertes, su cabello oscuro levemente desordenado, sus ojos grises inescrutables y su cuerpo fuerte destacando del traje. —¡Brandon!—lo saludé efusiva. «¿Qué le pasa a esa loca?» escuché que la gente murmuraba, «¿por qué le habla como si fuera su amigo?», «no tiene vergüenza seguro es una ofrecida cualquiera». Él se paró en seco y me observó a punto de esbozar una sonrisa, luego se acercó a mí y me devolvió el saludo: —Hola Serina, ¿qué haces aquí? —Buscando trabajo como dios manda—contesté en el tono hilarante que usaba para hablar con él cuando éramos amigos. —¿Y qué tal? —Mal, ya me voy. —¿De qué era el puesto? —Bueno, era de asistente pero seguro piensan que estoy sobrecalificada para eso—la gente comenzó a murmurar diciendo que yo era una sinvergüenza—pero mejor porque odio madrugar, los mejores días de mi vida los he pasado desempleada. —Ven mañana, el puesto es tuyo—lo miré sorprendida, seguro era el jefe de recursos humanos. —Bueno, gracias por tu nepotismo, no es muy transparente de tu parte. —Nadie me dirá nada. Nos vemos.
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