_¡Leyla! ¡Leyla! Escuchaba sus gritos tras mi espalda, mientras caminaba a zancadas, sin rumbo alguno, pues lo único que deseaba era alejarme. Las lágrimas escocían en mis ojos y la rabia que en ese momento sentía oprimía mi pecho con fuerza. Me sentía tan impotente y a la vez tan estúpida por sentir ese sentimiento tan horrible y todavía dejarme dominar por él. Pero es que no podía evitarlo. Estaba celosa. Celosa de ver a esa mujer tan cerca de mi esposo, de que tuviera el descaro de tocarlo, de besarlo con tal confianza. —¡Leyla, por un carajo! Su mano se aferró de mi brazo y me detuvo, provocando que mi cuerpo girara y lo encarara. —¿Qué diablos te sucede? —inquirió, manteniendo los dientes apretados y luciendo molesto. Sus ojos miraron de un lugar a otro y lo imité. Me di cuenta

