Tres - Cena con los Hamilton

1654 Words
DELIA Recojo mi blusa del piso y me la coloco, abrocho el botón de mi pantalón y entro al baño. Con las manos apoyadas en el lavamanos me miro en el espejo, buscando una respuesta. ¿Qué está mal en mí?  Suelto un suspiro hondo. Me doy cuenta de que tengo que hacer algo con mi cabello. Rebusco en su estante hasta que consigo una liga, es mía, la dejé aquí hace un par de semanas. Me hago una cola alta sin preocuparme por encontrar un peine. Salgo del baño y me acerco hasta su cama, está tumbado boca arriba y lleva puesto solo el pantalón. ¡Ni siquiera se lo quitó! Sacudo la cabeza. ¿Cómo es posible que se haya quedado dormido mientras nos besábamos? Bueno, mientras yo lo besaba, porque es evidente que no estábamos disfrutando los dos.  Me agacho para verlo mejor, acaricio su cabello castaño y dejo un beso en su frente mientras pienso en lo fría que se ha vuelto nuestra relación. Nos queremos, lo sé, pero la pasión ha ido bajando de nivel. Creo que han pasado meses desde la última vez que estuvimos juntos. Al principio pensé que era el estrés y la presión que tiene en el trabajo, pero ahora no sé ni qué pensar. Vuelvo a suspirar. ―Descansa, Daryl, ya hablaremos de esto ―susurro en su oído. Como no obtengo respuesta, salgo de la habitación y comienzo a bajar las escaleras. ―Hola, cuñadita, ¿ya te vas?  Es Alan, el hermano mayor de Daryl, que me mira con una sonrisita de «estoy orgulloso de mi hermano por meter mujeres en el cuarto». Me cae bien y somos amigos, pero no soporto cuando le brota por los poros el machismo. Además, ando algo amargada. ―Hola, Alan ―lo saludo con un beso en la mejilla―. Sí, ya me voy. ―¿Daryl no te llevará? ―curiosea sorprendido. Termino de bajar las escaleras, él me sigue hasta la puerta. ―No, hoy no. Se quedó dormido y no quiero molestarlo. ―Le diste guerra, ¿eh? ―Me giro y le regalo una sonrisa fingida para luego darle un golpe en el brazo, él se echa a reír, sobándose―. Eso dolió, Delia.   ―¡Y te va a doler aún más si vuelves a hacer un comentario como ese! No, no le di guerra, Daryl está cansado. ―Está bien, me rindo… ―Alan levanta ambos brazos riéndose, yo abro la puerta de entrada y vislumbro que ya está cayendo la tarde―, ¿quieres que te lleve yo? ―pregunta con entusiasmo, lo miro de reojo, adivinando el porqué está interesado en llevarme. ―No me caería mal un aventón, pero de una vez te digo que no sé si ella está en la casa. ―No sé de qué hablas ―dice, y agarra las llaves de su auto y su chaqueta para caminar detrás de mí. ―Tú sabes de quien te hablo, te hablo de Joyce ―contesto riéndome mientras me deslizo en el asiento del copiloto. Un rato después llegamos a mi casa. Bueno, al lugar en donde vivo temporalmente, porque no pretendo quedarme allí toda la vida. Nos bajamos y Alan me escolta hasta la puerta, lo invito a pasar y rápidamente acepta. Él y Joyce se gustan, todos nos damos cuenta de eso, pero ellos insisten en seguir negándolo. ―Delia, ¿eres tú? ―escucho desde la cocina. ―Sí, Evie, soy yo. Tengo compañía.  No veo su cara, pero estoy segura de que rueda los ojos. Y es que Evie es la única en el mundo que opina que Daryl no es bueno para mí; según ella, ningún hombre es bueno ni para mí ni para Joyce. Sale de la cocina y me abraza cariñosamente. Escucho a Alan suspirar detrás de mí y evito reírme. Evie es una mujer que a sus cuarenta y cinco años se conserva muy bien, tanto que hasta los amigos de sus hijos suspiran cuando la ven. Tiene un cuerpo de envidia, un cabello rubio hermosísimo que le cae hasta los hombros y su mayor atractivo son sus penetrantes ojos verdes. ―Buenas noches, Alan. Y eso, ¿tú por aquí?, ¿dónde está Daryl? ―Buenas noches, seño... ―lo observa alzando una ceja―, digo, Evie… ―Ella suaviza el gesto cuando él corrige y le sonríe, o más bien hace una mueca; odia que le digan señora. ―Daryl tuvo un día fuerte en el trabajo y se quedó descansando. Alan se ofreció a traerme. ―Qué considerado… ―dice con hipocresía pura. ―Mamá, muero de hambre, ¿falta mucho para...? ―Joyce se sorprende al ver quien nos acompaña, pero la reacción de ella no es nada comparada a lo pasmado que se queda Alan al verla, sobre todo por su atuendo. Tiene puesto un short muy corto que no le había visto durante todo el año y medio que llevo viviendo aquí, una franelilla verde muy ceñida y no lleva sujetador―, Alan… ―logra decir muy apenada. Mi cuñado no tiene intenciones de reaccionar, así que lo golpeo en el brazo. ―¡Auch! ¿Podrías dejar de pegarme? ―pide sobándose. ―¿Te dolió? Disculpa, es que tenías un zancudo parado ahí. ―Alan rueda los ojos y Evie suelta una risita que se confunde con la de Bryam que viene entrando a la casa. ―Hermano ―dice Bryam chocando su puño con él. Como se ponen a hablar, aprovecho que Evie regresa a la cocina para acercarme a Joyce, está cruzada de brazos en un vano intento de taparse un poco. ―Lo siento, no debí dejarlo entrar. ―No importa, mejor voy a cambiarme―asiento, y la veo perderse en dirección a su habitación. Aspiro el aroma que impregna el lugar: ajo, perejil, albahaca. Entro a la cocina y encuentro a Evie terminando unos fetuccinis con salsa Alfredo, justo lo que pensé. ―Qué rico huele. ―Ella me sonríe y me da a probar un poco de la salsa. ―¿Te parece que le falta pimienta? ―No, pero yo le agregaría un poco de queso parmesano ―amplía su sonrisa cual madre orgullosa y asiente. ―Tienes un talento especial para descubrir siempre el ingrediente perfecto. ―Tengo a la mejor maestra ―la halago, y busco el queso en la nevera. ―Es verdad ―dice, y nos echamos a reír. Joyce entra en la cocina refunfuñando. ―Agff... ¡Lo odio! ―¿Por qué?, ¿qué hizo? ―le pregunto. ―¡Nacer! Eso fue lo que hizo ―ruedo los ojos mientras ayudo a Evie a servir los platos. ―Hija, solo ignóralo. Ya te he dicho que no pierdas tu tiempo en Alan. Tienes que enfocarte en tus estudios, luego en tu trabajo, y por último, piensa en los hombres; ellos lo único que buscan es acostarse contigo, dejarte embarazada y después quieren que te quedes encerrada dentro de cuatro paredes. ―Joyce frunce el ceño y yo pienso en lo que acaba de decir Evie. ―Es imposible que pueda salir embarazada, mamá. Nos has comprado la protección necesaria para cubrir todo el sexo que tengamos de por vida. ―Me rio, es cierto. Evie es insistente con el tema del embarazo y la protección, ni a Bryam le faltan condones ni a nosotras nos faltan pastillas.  ―Bueno, hija, prefiero ayudarte a prevenir que luego consolarte cuando te estés lamentando. ―¿De qué hablan aquí? ―pregunta el Hamilton que faltaba. Joyce tose y mira a su mamá, por supuesto que ninguna hablará más del tema. Disimulo sonriéndole a Ben, él no es tan moderno como Evie en esas cosas, a veces me recuerda mucho a mi hermano Diego y a sus charlas de la abejita y la florecita. ―Nada, papá, Delia nos contaba cómo le fue en la inscripción ―miente Joyce con descaro. ―Ah, es cierto… ¿Y qué tal?, ¿cómo te fue? ―pregunta sin mucho ánimo. ―Me fue muy bien, a partir de hoy soy una participante oficial del Star Chef. ―Evie sonríe emocionada, a ella le parece importante que yo entre al concurso, Joyce me felicita y Ben hace una mueca que no sé interpretar. ―La comida está lista, ayúdenme a llevar esto a la mesa o se enfriará. Y así lo hacemos. Cenamos todos juntos en la gran mesa del comedor. Evie brinda por mi futuro, Bryam cuenta algunos chistes y Ben está algo retraído ―cosa que no es normal en él―, pero imagino que está algo cansado. Y la pareja de la discordia no deja de lanzarse miraditas durante la velada. Por un rato extraño a Daryl, pero decido no seguir preocupándome. Acompaño a mi cuñado hasta su auto y le agradezco nuevamente por traerme. ―Entonces, ¿cuento con ustedes mañana? ―No lo sé, hablaré con Joyce para ver si quiere ir. ―Alan hace una mueca de frustración. ―Delia, necesitas divertirte, si Daryl no quiere ir pueden venirse conmigo, iré con un amigo. ―No creo que a tu hermano le guste que vaya a una fiesta sin él, menos si llevas a alguien con nosotras. ―¡Pues entonces que te lleve! Además, Bryam también vendrá. Lo pienso por un momento, tengo muchas ganas de salir y pasarla bien, he estado estresada las últimas semanas, un poco de diversión antes de la presión del concurso no me hará daño. ―Está bien, Alan. Iré y nos divertiremos como nunca. ―¡Esa es la actitud, cuñada!  Sonríe de oreja a oreja y me da un beso en la mejilla para luego marcharse. Ahora toca la parte difícil: convencer a Joyce.
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