ELIJAH
Jeff se recostó contra el Bentley, acomodándose con su burrito de desayuno mientras yo marcaba el número del apartamento de Aitana en el antiguo sistema de intercomunicación. Después de varios pitidos estáticos hubo un clic y una vocecita rasposa. —¿Hola?
—¿Ya desayunaste?
Silencio lleno de estática. —¿Perdón?
—¿Has desayunado? —articulé. Entre la estática, escuché que la vocecita decía una palabra muy mala, lo que me hizo sonreír—. ¿Me dejas entrar?
Silencio, seguido de unos tropiezos estáticos y un fuerte timbre.
Encontré el lugar de Aitana en el segundo piso. La puerta estaba entreabierta y un ojo del tamaño de un globo rojo me evaluaba a través de la rendija detrás de un par de lindas gafas con marco turquesa.
—Por favor dime que trajiste café.
—No. Pero Jeff va a traerlo. —Aitana abrió más la puerta; yo ya le estaba enviando un mensaje a Jeff mientras entraba—. ¿Hoy toca empujón de puerta?
—Sí, pero no tenías que hacerlo. —Cerró la puerta detrás de mí. Su perro estaba a sus pies, moviendo la cola—. Seguro tu mejor amigo no quiere ser tu chico de mandados de verdad.
—Por la cantidad que le pago para ser mi chico de mandados, no me importa un carajo. ¿Qué tomas?
Suspiró. —Un latte de cereza y vainilla. En realidad, que sea frío, con extra—. Captó mi mirada y me dio un pequeño giro de ojos—. Solo diles que es para Aitana.
Le envié el pedido a Jeff, luego guardé el teléfono y acaricié la cabeza del perro. Me lamió, decidió que yo era cool y se fue a la cocina.
—A Max le caes muy bien —dijo ella—. Por lo general es, um, indiferente con los chicos.
Se abrazó a sí misma mientras yo revisaba su atuendo. Pantalones de pijama rosa con corazones por todas partes, una camiseta verde y calcetas desparejadas. Nada de mujer esperando visitas.
Me siguió a la diminuta cocina y metió la nariz en la bolsa que puse sobre la encimera. —¡Oh, Dios! ¡Jugo! —Gemía como en éxtasis mientras sacaba la caja de jugo de la bolsa.
Sonreí. —¿Haciendo novillos hoy?
—No. Vomité hace una hora. —Apartó a Max y sacó un par de frascos de vidrio sin tapa de un gabinete, luego llenó los frascos con el jugo y me pasó uno—. Salud —dijo, chocando su frasco con el mío y tomando un sorbo.
Tomé un trago y la observé mientras bajaba otro. Tenía un chupetón visible a un lado del cuello que recordaba vagamente haberle puesto cuando prácticamente me lo desafió. Aparentemente la chica se pone atrevida cuando se emborracha, y como yo no era de los que retroceden ante un buen desafío, era una combinación peligrosa. Una combinación divertida.
Desempaqué las compras y la observé beber un segundo frasco de jugo. A pesar de lo destruida que estaba, se veía bien para estar cruda. Un poco adorablemente despeinada, con el cabello recogido en un moño desordenado, mechones sueltos pegados a la cara. Se veía un poco pálida, pero aparte de eso, linda como siempre.
También estaba sin sostén, lo que no ayudaba. Podía distinguir perfectamente la forma de su pecho, sus pezones duros contra el algodón delgado. Mi m*****o definitivamente lo notaba. Los pantalones de pijama le quedaban bajos, mostrando un pedazo de piel cremosa, la sexy hendidura de sus caderas y el borde de encaje de sus panties blancas…
Dejó escapar un pequeño eructo con la parte posterior de la mano y me lanzó una mirada de arrepentimiento. —Perdón. Me siento fatal. ¿Cuánto bebí anoche?
Me habría reído si no estuviera en tan mal estado. —Te corté a las cuatro de la mañana, así que haz las cuentas.
—Ugh.
—¿No has comido?
—Un poco miedo de hacerlo.
—Siéntate. —Empecé a buscar lo que necesitaba en la cocina. Los gabinetes eran viejos y gastados, los platos desparejados pero ordenados en pilas y filas.
—Haz como en tu casa —gruñó, pero acercó un taburete a la barra y se sentó. Max se acurrucó a sus pies.
—Si fuera así, cariño, estaría desnudo. —Subí el fuego bajo un sartén y desenvolví el tocino—. Por suerte para ti, estoy cocinando tocino.
—¿Lo que significa?
—Que la ropa se queda puesta.
—Eso es suerte —dijo secamente.
Tal vez no se daba cuenta, pero su mal humor no disminuía lo adorable que era. Si acaso, me motivaba. Lo que definitivamente no era mi modo usual con las mujeres. Desde la pubertad y especialmente después de la fama, me había acostumbrado a que las mujeres me persiguieran.
De hecho, Aitana podría haber sido la primera mujer en años que no estaba interesada en lo que ya había decidido que yo valía para ella—mi m*****o, el contenido de mi cuenta bancaria y/o uno de mis amigos. Básicamente estaba listo para venderle esta chica por qué debería tomar mi dinero.
—Mátame ahora —gemía—. La deshidratación duele. —La observé frotarse la pequeña nariz. A la luz de la mañana, tenía un punteado de diminutas pecas como polvo de oro—. Siento que anoche me metí un maldito desierto por la nariz. —Se sirvió otro vaso de jugo.
—Beber tu peso en alcohol puede causar eso.
Me lanzó una mirada intensa y sucia, lo que fue refrescante.
Sí. Aitana Bloom era muy interesante.
Principalmente porque no parecía importarle un carajo quién era yo o a qué me dedicaba. Eso quedó claro desde el primer día, en la grabación del video. Y diablos, eso me gustaba más ahora que entonces. Mucho. Lo suficiente para besarla y luego mandarle un cherry pie como un idiota con un crush.
Lo suficiente para saber que probablemente debería olvidarla. Cosa que había logrado por un tiempo.
Pero el éxito del video Dirty Like Me era demasiado para ignorarlo. Solo era más prueba de que la chica era especial… más allá de solo una cara bonita y un gran par de pechos.
Terminé de poner el tocino a cocinar y saqué el último artículo de la bolsa, lanzándoselo. —Traje tu zapato.
Lo atrapó y tropezó un poco, pero lo recuperó. —Oh. Perdón por dejarlo en la lámpara. Qué torpe. —Se sonrojaba otra vez; era bueno ver color en sus mejillas.
—No te preocupes. Nunca había tenido una chica que me dejara como Cenicienta. Me hizo sentir como el Príncipe Azul. —En verdad, estaba más que un poco decepcionado de despertar y no encontrarla.
—De verdad no tenías que traerlo. Igual dejé el otro zapato allí.
—Haré que Ximena lo rastree.
—Por favor no. Estas cosas fueron diseñadas por una sádica que odia a las mujeres. —Tiró el zapato en el sofá detrás de ella, observando mientras yo salteaba las cebollas y champiñones que ya había picado en casa—. ¿Qué diablos estás haciendo?
—¿Nunca has visto un omelet en proceso?
—Solo me sorprende que Elijah Colton sepa cómo hacer uno.
Lo ignoré y rompí varios huevos en el tazón, mezclando un chorrito de crema y el resto de los vegetales picados, luego vertí todo en el sartén a fuego medio-bajo.
—Vigila el tocino. —Le pasé un tenedor y me dirigí a recorrer la sala. Aitana ni siquiera tuvo que levantarse para acompañarme, solo giró en su taburete.
Era un lugar pequeño, algo así como el primer departamento que tuve, compartido con Jeff, Ryder y Zander justo después de la preparatoria, cuando nos rompíamos el culo para conseguir shows en clubes. Justo antes de firmar nuestro contrato discográfico. Este lugar estaba mucho más limpio, además olía mejor. Y la sala no estaba llena de futones sin hacer ni equipo musical. Era igual de viejo, igual de sencillo, pero bien cuidado. No había nada en las paredes. Sin embargo, había una colección de discos que llenaba un par de libreros y ocupaba toda una pared.
Revisé el vinilo, notando la abrumadora colección de rock clásico. —¿Te gusta algo de música posterior a tu nacimiento, cariño?
—Claro. Solo que no la colecciono en vinilo. Crecí con rock clásico y está en mi alma. Empezó como la colección de mi papá.
—Eso está bien. —Pasé los discos con el pulgar, todos ordenados alfabéticamente por banda—. Mi mamá tenía unos tres discos cuando era niño. Sugar Ray, Snow y Limp Bizkit.
Aitana se rió. —Y uno se pregunta de dónde vino su amor por la música…
Pasé
de Deep Purple a The Doors, incapaz de resistir revisar si tenía algún vinilo de Dirty. No tenía. Encendí su tocadiscos y puse Waiting for the Sun, dejando caer la aguja en Hello, I Love You. Cuando levanté la vista, Aitana me miraba abrazándose a sí misma.
—Entonces, ¿dónde aprendió Elijah Colton a hacer un omelet decente? —Mordía el labio inferior, con expresión dulce e insegura—. Pensaría que tendrías un chef de celebridades a tu disposición o algo así.
Claro. Ahí estaba la clave.
Estaba intimidada por todo lo de ser famosa. Y como no le importaba un carajo mi fama en particular, mi mejor suposición era que estaba preocupada por dónde encajaba ella en todo eso. Y cómo iba a afectar su vida.
No podía culparla.
—A veces cocinaba para mí y mi hermana cuando nuestra mamá trabajaba, que era siempre —dije mientras revisaba el omelet—. Créeme, traté de que ella cocinara, pero tenía seis años, así que a menos que quisiéramos vivir de pan tostado y quizá mac ’n’ cheese, tenía que hacer la mayoría de la comida. —Toqué el tocino, separando algunas tiras que se habían pegado—. ¿Qué tan crujiente te gusta?
—Si por crujiente quieres decir quemado, entonces sí, por favor. Y por cierto. Por favor no pienses que no aprecio la comida. Pero, ¿alguna vez me vas a decir qué estás haciendo aquí? Y no digas haciéndome desayuno.
—Estoy aquí para obtener tu respuesta sobre la gira.
—Te di mi respuesta.
Fijé mi mirada en sus ojos azul-verde. —Me diste un año de chicles de canela y me dijiste que me fuera a la mierda.
—No te dije que te fueras a la mierda.
—Leí entre líneas. —Abrí el envase de queso que ya había rallado y lo esparcí sobre el omelet, bajando el fuego—. Suponiendo que te guste triple queso en tu omelet, igual que en tu pizza.
—Suposición correcta.
—Vaya —murmuré—. Deben odiarte las chicas.
—¿Perdón?
—Comes como un hombre grande y tienes el cuerpo de un niño de doce años. —Me eché un poco de cheddar rallado a la boca—. Con unos pechos increíbles. —La miré despacio, disfrutando cómo eso la hacía inquietarse—. Y caderas —añadí—. Y un trasero increíble.
Negó con la cabeza como para despejarla de tonterías. —No tengo idea de qué decir a eso.
—Di que vendrás en la gira.
Mordió su labio otra vez y luego se acomodó las gafas sobre la nariz, lo que era demasiado adorable. —Honestamente, Elijah, no sé si puedo decir eso.
Maldita sea. Definitivamente no era la respuesta que quería.
Pero esto estaba lejos de terminar.
—¿Porque no quieres? —dije mientras comenzaba a voltear el tocino— ¿o porque tienes miedo?
Aitana cruzó los brazos y me fulminó con la mirada. —Dijiste que si elegía no ir de gira me dejarías en paz.
—Eso fue antes de que te escabulleras de noche como un bandido.
—Era de mañana, estaba saliendo el sol, y no robé nada.
—Está bien. Si tienes miedo de no poder resistirte a follarme el cerebro después de haber estado con los labios pegados frente a las cámaras todo el día, solo dilo.
—Estoy segura de que puedo resistir la tentación.
No estaba tan seguro de eso, pero si así quería jugarlo…
Lo cierto es que había visto el video. Muchas veces. Y llegué a una conclusión bastante interesante. No era que Aitana fuera buena fingiendo. Es que no estaba fingiendo en absoluto. Cada suspiro que le había sacado, cada movimiento inquieto, cada vez que sus uñas se clavaban en mi piel o mordía su labio o se le cortaba la respiración, cada vez que sus pupilas se dilataban tanto que juraría que estaba drogada, estaba sobre mí. Fuerte.
No sería exagerado fingir que yo también estaba excitado por ella. Incluso con su pijama desparejada y el cabello despeinado, me estaba poniendo duro.
Así que tal vez realmente estábamos fingiendo no querernos. Haría lo mejor posible si eso era lo que ella quería. Y si nunca podía tocarla cuando nadie más estaba cerca, quizá no sería mi primera opción, pero podría vivir con ello.
Aún así quería que viniera a la gira. La gira era demasiado importante para arruinarla, incluso por una linda como Aitana Bloom.
Masticó su labio inferior y carnoso. —¿Puedes responderme una pregunta?
—Cualquier cosa.
—¿Por qué yo?
—Porque a los fans les gustas —dije—. Y confío en ti.
—Ni siquiera me conoces.
—Sé lo suficiente.
Me miró sobre sus gafas como una bibliotecaria regañona. Una bibliotecaria realmente atractiva. —Sabes lo que me gusta en mi pizza.
—Se han construido matrimonios con menos.
—Y también divorcios.
—Sé que tomas anticonceptivos —dije justo cuando sonó el teléfono. La boca de Aitana se abrió—. Me lo dijiste anoche. Que no podías quedarte en el hotel porque normalmente los tomas a primera hora y no tenías contigo.
Aitana se cubrió el rostro con las manos. —Dios mío.
—Todo vuelve ahora, ¿eh?
Serví la comida mientras ella atendía el teléfono y llamaba a Jeff. Luego fui a la puerta, tomé el café de Aitana de sus manos y lo mandé lejos. Jeff solo sonrió de oreja a oreja, algo que nunca hacía.