Capítulo 3 - Reencuentros que incomodan (y reconfortan)

812 Words
La noche estaba tibia, de esas que parecen de verano aunque el calendario insista en que ya no lo es. El bar quedaba en una esquina iluminada de Palermo, con luces colgantes, mesas de madera y una playlist nostálgica que mezclaba rock nacional con hits dosmilosos. Sebastián estaba apoyado contra la pared, mirando la puerta con el ceño levemente fruncido. Sebastián: —¿Estás segura de que querés que Maia venga? Antonella: —Sí. Me hace bien. Además, los conoce. Es solo una noche, Sebas. Sebastián: —No me molesta. De verdad. Solo me da un poco de miedo lo que pueda decirle a Lautaro. Antonella: —¿Él sigue igual de… sutil? Sebastián: —Peor. Pero vos no te preocupes, yo estoy con vos. Antonella le apretó la mano. Llevaban varios minutos esperando. Ella no estaba nerviosa por conocer a los amigos de Sebastián. Le preocupaba otra cosa: que esos reencuentros con el pasado dejaran un sabor amargo. A los pocos minutos, apareció Maia. Llevaba un vestido n***o sencillo, pelo recogido y una sonrisa que siempre precedía cualquier entrada dramática. Maia: —¿Ya estamos todos? Sebastián: —Faltan algunos. Pero entramos, así no nos morimos de calor. El grupo ya estaba adentro, en una mesa al fondo. Había cerveza, maníes, risas. Sebastián la tomó de la mano a Antonella y avanzaron. Maia caminó detrás, con paso firme y mirada lista para evaluar cada gesto. Sebastián: —Chicos, les presento oficialmente a Antonella. Y a Maia, que ya conocen… demasiado bien. Las miradas se alzaron. Uno por uno, fueron saludando. Ezequiel, siempre con una gorra al revés, sonrió grande. Ezequiel: —¡Anto! ¿Vos eras la de los cuentos en el grupo de literatura? Antonella: —¿Y vos el que vendía turrones en el recreo? Ezequiel: —¡Ese mismo! ¡Inolvidable! Se rieron. Braian se paró y le dio un abrazo largo a Maia. Braian: —Che, ¡desde la primaria que no te veía! Te reconocí por la risa. Maia: —¿Te acordás cuando nos hacían sentar al fondo por hablar tanto? Braian: —¡Y no funcionaba! Antonella observaba con una mezcla de ternura y sorpresa. Braian estaba más alto, más tranquilo, pero su sonrisa seguía siendo la misma. Entonces apareció Lautaro. Alto, de mirada filosa, y esa forma de hablar que parecía siempre estar al borde de una burla. Lautaro: —Mirá vos… la psicóloga catadora. Pensé que te habías ido a vivir a otro planeta. Maia: —Estuve cerca. Pero la gravedad de esta ciudad tira fuerte. Lautaro: —¿Y Lucas no vino a cuidarte esta vez? Maia: —Lucas no necesita cuidarme. Pero gracias por la preocupación. Silencio breve. Máximo se acomodó en la silla sin decir nada, pero lanzó una mirada que Maia captó de inmediato. Antonella le apoyó la mano en el hombro. Antonella: —Todo bien, si querés nos sentamos más allá. Maia: —No. Vine a acompañarte, y acá me quedo. La noche avanzó con charlas cruzadas, cervezas que se renovaban y anécdotas del colegio que sacaban carcajadas. Agustín recordó el día que Sebastián desafinó en el acto del Día de la Primavera, y todos rieron con ganas. Agustín: —¡Casi te bajás del escenario llorando! Sebastián: —Y sin embargo, ahora vivo tocando. Mirá si no aprendí algo. Antonella: —El miedo escénico no pudo con vos. Maia: —¿O fue tu ego el que no se dejó vencer? Sebastián: —Ambas. La tensión con Lautaro y Máximo se diluyó un poco cuando comenzaron a jugar al "yo nunca". Las preguntas fueron subiendo de tono, y entre risas y confesiones, el hielo se fue rompiendo. Lautaro: —Yo nunca me enamoré de alguien del grupo. Silencio. Todos se miraron. Maia tomó un trago sin decir nada. Máximo: —¿Vos también? Maia: —Todos tuvimos diecisiete alguna vez. Por suerte se pasa. Los demás festejaron la respuesta con una mezcla de respeto y carcajadas. Lautaro levantó la copa hacia ella, como aceptando una tregua. Lautaro: —Brindo por eso. Maia: —Salud. Antonella se recostó levemente sobre Sebastián. Él le acarició la mano por debajo de la mesa. Sebastián: —¿Todo bien? Antonella: —Mejor de lo que esperaba. Gracias por esto. Sebastián: —Gracias a vos por venir. Y por traer a Maia, aunque no lo admitiré en voz alta. Antonella: —Ya lo hiciste. La noche terminó pasadas las dos. Maia y Braian se quedaron hablando en la vereda mientras esperaban un auto. Antonella y Sebastián caminaban tomados de la mano, en silencio. Antonella: —¿Sabés qué fue lo más lindo? Sebastián: —¿Qué? Antonella: —Que no me sentí una invitada. Me sentí parte. Sebastián la miró. Y en ese gesto, sin palabras, le dijo todo lo que no había dicho en años de intentos con otras personas.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD