**Capítulo 11 – Lo que solo ella podía leer**

908 Words
El cielo estaba cubierto, pero no llovía. Esa tarde gris arrastraba una melancolía suave, de las que no molestan, pero se sienten en los huesos. Maia había propuesto encontrarse en el café de siempre. El mismo de las medialunas grandes, las tazas manchadas por el uso y las paredes pintadas con frases cursis sobre el amor y el café. Antonella llegó puntual. Llevaba la carta doblada en su bolso, entre dos libros que usaba como escudo. No sabía si iba a leerla. No estaba segura de poder. Pero la tenía con ella. Y eso, ya era un paso. Maia la vio desde la ventana y le sonrió de inmediato. Estaba sentada en la mesa de siempre, con una infusión humeante delante y una medialuna mordida. **Maia**: —Llegaste. Pensé que ibas a cancelar. **Antonella** *(sentándose)*: —Yo también lo pensé. Pero no pude no venir. Maia la miró. Esa forma suya de observar sin apuro, sin incomodar, con los ojos abiertos y el corazón en pausa, lista para acompañar lo que fuera. **Maia**: —¿Estás bien? **Antonella**: —Estoy… distinta. Como si algo se hubiera corrido adentro. **Maia** *(bajando la voz)*: —¿Lo escribiste? Antonella asintió. Sacó el sobre del bolso y lo dejó sobre la mesa, entre las dos. **Antonella**: —No sé si estoy lista para que lo lea otra persona. Pero quiero leértelo a vos. Porque fuiste la primera que lo entendió, incluso antes de que yo lo dijera. Y porque estuviste ahí, desde ese año en que todo empezó a cambiar. Maia no dijo nada. Solo hizo un gesto leve con la cabeza, como diciendo “acá estoy”. Después, se inclinó hacia adelante, cruzó los brazos sobre la mesa y se quedó esperando. Sin apuro. Sin exigencia. Antonella desplegó la hoja. La respiración se le aceleró apenas. Sintió la garganta cerrarse, pero esta vez no se detuvo. Miró a Maia. Y empezó a leer. *(Aquí, Antonella lee en voz alta toda la carta escrita en el Capítulo 10, palabra por palabra. A medida que lee, la escena alterna con gestos de Maia: una lágrima que no se limpia, una mano que se estira sobre la mesa, el leve temblor de la taza entre los dedos. No hay interrupciones. Solo silencio, escucha y presencia. Al terminar, Antonella baja el papel y se queda en silencio.)* **Maia**: —No sé qué decirte. **Antonella** *(con la voz entrecortada)*: —No digas nada. Solo quería que lo supieras. Maia asintió. Tomó su mano sobre la mesa, la sostuvo con firmeza. **Maia**: —Santiago estaría orgulloso. No por la carta. Por todo. Por cómo sobreviviste a tanto y seguís construyendo. Por cómo hiciste de esa herida un lugar desde donde amar más fuerte. **Antonella** *(bajito)*: —Por años sentí que no podía hablar de él. Ni con mis viejos, ni con Martín. Vos fuiste la primera persona con la que pude nombrarlo sin miedo. **Maia** *(emocionada)*: —Y para mí siempre fue real. Aunque no lo conocí. Lo sentí en vos. En tu forma de cuidar a los demás, de darte sin pedir nada. En tus silencios de nena. En tu necesidad de ser perfecta para no romper nada. Antonella apretó su mano. **Antonella**: —Por eso necesitaba leértela a vos. Porque estuviste en todo lo que vino después. Fuiste la única que se quedó cuando no había nada más que yo hecha pedazos. **Maia** *(sonriendo con tristeza)*: —Y me voy a quedar hasta que no quede ni un solo pedazo suelto. Aunque haya que volver a pegarlos mil veces. Se quedaron así, en silencio. Con el papel sobre la mesa, el café frío y el corazón al aire. Después de un rato, Antonella sacó una lapicera de su bolso. Escribió en el reverso de la hoja una sola línea: *"Gracias por no haberme soltado nunca."* Doblaron la carta juntas. Maia se la devolvió, pero Antonella la empujó hacia ella. **Antonella**: —Guardala vos. No porque no quiera tenerla. Sino porque quiero que esté en un lugar donde sepa que la entienden. Maia sostuvo el sobre contra su pecho. Lloró un poquito más. Y después sonrió. **Maia**: —¿Sabés qué me gustaría hacer un día? Que vayamos juntas a ese parque que te gustaba de chica. Y leerla ahí, en voz alta. Para dejarla ir al viento. Como si llegara a donde tenga que llegar. **Antonella** *(con la voz baja, pero firme)*: —Sí. Me gustaría. El mozo pasó a dejar dos vasos de agua. Maia tomó un sorbo. Antonella miró por la ventana. El cielo seguía cubierto, pero había un claro que empezaba a asomar entre las nubes. **Maia**: —¿Y ahora qué vas a hacer? **Antonella**: —Escribir. Pero distinto. Ya no para que me lean. Ni para demostrarle nada a nadie. Voy a escribir desde ese lugar. El que me quedó después de llorarlo. Después de escribirle. Después de contártelo. **Maia**: —Me encanta. ¿Tiene nombre? **Antonella** *(sonriendo)*: —Todavía no. Pero sé que va a tener una página en blanco al principio. En honor a todo lo que no se pudo decir hasta ahora. Se rieron despacito. El mozo les trajo la cuenta, pero se quedaron un rato más. En esa mesa, en ese rincón del mundo donde tantas veces se habían reconstruido a base de café, tostadas y verdades difíciles. Cuando salieron, Antonella respiró hondo. Y por primera vez en mucho tiempo, el aire no pesaba.
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