Antonella No, no, no, no puede ser que Ana esté justo enfrente de nosotros con la boca abierta de par en par. —¡Ana largo! —grito Emilio. —Si, si, si señor ya me voy —dijo tartamudeando. Bueno no pude evitar sonreír al ver que ella salió corriendo como si su vida dependiera de ellos. Emilio bajó su mirada hacia mí, y puedo decir que su cara era todo un poema al igual que la mía, nunca había visto a Ana correr de esa manera. —¿Qué piensas? —dijo Emilio aún con su cara enterrada en mi pecho. —En que todo esto no debió suceder, nunca debió suceder, yo soy la esposa de tu padre, y por ende tu eres mi hijastro —dije, a decir verdad me dolía absolutamente todo, saber que aún lo amo, y que aunque quiera desprenderme de él no puedo. —Lo se, maldita sea, ¿Acaso no crees que me hago esa preg

