Ágata. Los chicos estaban en el umbral de lanzarse, sus cuerpos tensos con la promesa de la acción. Sus pupilas, intensas y brillantes por la mezcla de deseo y posesión, se fijaron en nosotras. Podía escuchar sus respiraciones aceleradas y el crujido de sus manos apretadas en puños. Amaba esta reacción. Ver la desesperación que tenían por hacernos suyas, por sellar el pacto, era la confirmación de nuestro poder. Y esa certeza bastó para que mis bragas se empaparan. —Hemos hecho un pacto de lealtad, caballeros. ¿No creen que merece una celebración a la altura de su... oficialidad? —inquirí, mordiéndome el labio inferior con lentitud, sin desviar la mirada del líder del grupo. Ángelo y Richard, los más impulsivos y fogosos, fueron los primeros en cruzar la línea. Ángelo se abalanzó sobre

