Ágata. Conduzco mi coche a una velocidad constante, sabiendo que los cinco vehículos de los hermanos De Rosa, alineados con una precisión militar, me siguen. No necesito darles indicaciones; la dirección, y seguramente hasta el código de acceso del ascensor de nuestro exclusivo edificio, deben estar ya grabados en sus memorias. Si supieran el color de mi lencería, sería un cruce de líneas que exigiría una confrontación inmediata. Estaciono en mi plaza privada; ellos, disciplinadamente, se detienen en la zona de invitados. Los espero junto al ascensor. Al introducir la clave de seguridad, el mecanismo nos lleva directamente a nuestro piso. Al abrirse las puertas, la escena es un estudio de contrastes: Agnese está en la sala con el resto de los hermanos (Lance, Oliver, Arturo, Valenty y P

