Capítulo 2

931 Words
Cuando entró al comedor, el aire se volvió pesado. La mesa era larga, decorada con velas y platos que olían a carne, verduras, fruta y pan recién hecho. Su padre estaba sentado en la cabecera, imponente, con la mirada fija en ella. A su derecha se encontraba la Luna Serene, una mujer de rostro perfecto y sonrisa venenosa. A la izquierda, su hija Lyssandra, la hermanastra de Elara, observándola como si hubiera visto un fantasma. —Siéntate —ordenó el Alfa. Elara obedeció. Nadie habló al principio. Solo se escuchaba el sonido de los cubiertos. Cuando Lyssandra rompió el silencio, fue con una sonrisa fingida. —Así que saliste de tu cueva, hermanita. ¿Cómo se siente ver la luz después de tantos años? Elara apenas levantó la mirada. —Bien… creo. —Debe ser raro, ¿no? —insistió Lyssandra—. Sin familia, sin amigos, sin una manada que te reconozca, ni siquiera tuviste la luz del sol. Su tono era burlón, pero ella intentó mantener la calma. Lyssandra también estaba exagerando, tenía una ventana pequeña en la parte alta y de vez en cuando se subía para ver a la manada, así que eso significaba que conocía perfectamente la luz del sol, aunque a veces le molestaba un poco, había estado bien gracias a los libros de Mara, por eso no caía en las provocaciones de Lyssandra. No responder era mejor. Sin embargo, su silencio pareció divertirla más. —Tal vez ya se volvió loca allá dentro —rió Lyssandra mirando a su madre—. ¿O es que ni siquiera recuerda cómo se comporta una loba? —Lyssandra —dijo la Luna en un suspiro, fingiendo elegancia—, no seas cruel. Recuerda que ella no es una loba y no tiene la culpa de lo que es. La forma en que pronunció lo que es fue como una daga. Elara bajó la mirada y fingió concentrarse en su plato vacío. El Alfa golpeó la mesa con fuerza. —¡Basta! —Su voz retumbó por todo el salón. El silencio volvió, espeso y helado. Miró a Elara con el ceño fruncido—. Esta cena ha sido una pérdida de tiempo. Ella se sobresaltó. —Lo siento, padre, yo… —Silencio —la interrumpió él—. Si de verdad quisieras ser útil, harías algo por tu manada. —¿Útil? —preguntó ella con voz temblorosa. —Sí. —Se reclinó en la silla—. Estamos en guerra. Los vampiros han tomado tres aldeas del norte. He logrado una tregua, pero necesita un sello… una unión entre reinos. Elara parpadeó, sin entender. —¿Una unión? —Un matrimonio. —La palabra cayó como una sentencia—. Mañana te casarás con el Rey Vampiro, Darius Valen. El silencio fue absoluto. Incluso las velas parecieron titilar con más lentitud. Elara lo miró sin comprender. —¿Casarme… con un vampiro? —No un vampiro cualquiera. El Rey. —El Alfa se inclinó hacia ella—. Él aceptó la unión para sellar la paz. Será solo por un tiempo, hasta que los ataques cesen y podamos tener un poco de conciliación. Lyssandra soltó una risita. —Eso sí que no me lo esperaba. La bastarda como reina de los vampiros. Qué ironía. Eleara vio a su hermana y luego a su padre. —Yo no valgo nada, padre —titubeo —. No soy suficiente, no como Lyssandra que es una loba fuerte. —¿Lyssandra? —dijo Serene suavemente—. Por supuesto que no, cariño. La manada necesita una heredera fuerte, una loba completa. Ella es la siguiente heredera por supuesto que no puede irse de aquí. El Alfa asintió. —Exacto —asintió el Alfa —. Tu hermana es una loba completa y no como tú que tienes sangre humana, ni siquiera tienes un lobo propio, no sirves en la manada, pero al menos puedes ser útil para esto, es la oportunidad que se te presenta para servir a tu manada y lo harás. Elara sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. No sabía qué decir. No sabía cómo respirar. —¿Por qué yo? —susurró. —Porque no hay nadie más que lo haría sin protestar. —Su padre se levantó, con la voz cargada de desprecio—. Mañana al amanecer partirás. Será mejor que no me hagas arrepentirme. Dicho eso, se levantó y se marchó sin mirar atrás. La Luna Serene la observó un momento, con un destello de satisfacción en los ojos. —Agradece que tendrás un techo y comida, querida. —Le dedicó una sonrisa fría—. Aquí, ni eso mereces. Lyssandra soltó una risa baja. —Y tal vez allá encuentres un espejo, así recuerdes como te miras tan mediocre. Elara no respondió. Se levantó lentamente, conteniendo las lágrimas, y salió del comedor. Caminó por el pasillo vacío, con el corazón latiendo fuerte. Cuando llegó a su habitación, Mara la esperaba. —¿Qué pasó? —preguntó alarmada. Elara la miró, intentando sonreír, pero su voz se quebró. —Me voy a casar, Mara. —La sirvienta la observó confundida—. Con el Rey Vampiro. Mara se llevó una mano al pecho. —Por la Diosa Luna… Elara se dejó caer sobre el colchón. —No sé si esto es un castigo o una salvación. Mara la abrazó, y por primera vez en años, Elara no quiso fingir que era fuerte y se derrumbó, los vampiros, enemigos naturales de los lobos y cazadores de los humanos, era una condena.
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