19
“Feromonas”
Este capítulo tiene escenas sensibles +18 sin consentimiento.
Pido discreción.
La repulsión y las ganas de vomitar estaban recorriendo con salvajismo el cuerpo de Eva al ver como la correa de Sebastián golpeaba el suelo haciendo un ruido tan doloroso que jamás podría olvidar.
Sus manos temblaban, mientras que su sistema percibía y se inundaba de las feromonas de ese alfa dominante que se había dispuesto esta noche hacerla suya de una buena vez por todas.
Aquel aroma comenzó a poseerla, empezando por las plantas de sus pies que se calentaron en un abrir y cerrar de ojos, para luego, continuar con sus rodillas, su coño ya humedecido, su pecho, hasta terminar sobre su cabeza. Necesitaba evitarlo a toda costa, no quería que su primera vez fuese de esta manera, no deseaba ser follada por un animal sin sentimientos.
—¡No! ¡No quiero esto!
Gritó, y pataleó, sin embargo, supo que tenía la pelea perdida cuando su cuerpo dejó de responder, en cambio, sus mejillas se tornaron rojizas por la excitación que sentía al ver al pelinegro delante de ella; casi desnudo y dispuesto a cogérsela a como dé lugar.
—Mucha gente ha muerto por mi debilidad…
Susurró, ahora posándola debajo de él, había perdido el juico cuando vio el cadáver de su mejor amigo en el suelo sin vida, frío, tan frío con aquella noche de invierno en donde la luna anunció quien sería su pareja por el resto de la humanidad.
Sus labios se pegaron completamente necesitados, Sebastián amaba el aroma de Eva, esa fragancia exquisita que lo orillaba a cometer locuras, y aunque odiaba admitirlo, la amaba. Estaba enamorado, perdidamente enamorado de una mujer tan débil como sus ganas de dejarla ir esta noche.
Sus lenguas bailaron en un vaivén, llenos de gemidos, y saliva que cubría calientemente sus labios, el lobo, arrancó de un solo tirón la camisa que cubría la desnudez de su mujer, ella gimoteó, tal vez con la última gota de lógica que le quedaban, sin embargo, comprendía que estaba batalla estaba perdida desde el primer instante en que pisó la habitación.
—No lo hagas, por favor… Así no… Así no debería ser…
Susurró, mordiendo su labio inferior, el alfa ni siquiera la estaba escuchando; su celo lo estaba volviendo loco, su polla dolía demasiado, y solo podía imaginar metiendo su pene en lo más profundo de su agujero. Había fantaseado un par de veces penetrando el culo de la mortal, y aunque al principio solo sentía asco por ella, ese sentimiento se fue transformando poco a poco en deseo y lujuria.
La habitación se tornó caliente, los jadeos de Sebastián se volvían más necesitados con cada beso que le daba a su mate; quería devorarla completamente, así que respiró profundamente antes de arrancarle el pantalón. Se alejó unos cuantos pasos para luego observarla desnuda.
Eva trató de cubrirse, aunque él no se lo permitió.
Tomó con posesividad su cadera, la ubicó contra su polla endurecida, y se dejó caer con todo el peso necesario para que ella no se pudiera mover. Los gritos desgarradores fueron demasiado fuertes, tantos que Nena intentó intervenir, pero Kilian no se lo permitió.
Los ojos de Sebastián ya no eran negros, ni siquiera eran dorados, ahora tenía los ojos lila, ese color que demostraba que había perdido el juicio, aquel juicio que lo mantenía cuerdo, y ahora solo era una bestia salvaje que se disponía a domar lo que le pertenecía.
—¡Me haces daño!
Farfulló, retorciéndose de dolor.
Su polla era demasiado grande.
—Di que eres mía…
Encaró, sacudiendo sus caderas fuertemente contra ella.
—Nunca diré eso… ¡Te odio, Sebastián! ¡Te odio!
La mirada del alfa se endureció mucho más, soltó una leve sonrisa fingida, para luego pasar su mano por debajo de la cabeza de su mujer para así aferrarse mucho más a ella. Podía oler el hedor de la sangre chorrear de su coño.
—Me odies o no, soy el dueño de tu vida entera…
La tomó de la mandíbula sin ningún tipo de tacto, para ahora besarla.
Sus manos tocaban su suave piel, quería más de ella, necesitaba más de ella.
—¡Ya suéltame!
—¿No he sido claro contigo? ¡Eres la mujer del alfa! ¡Eres mi mujer!
—¡No lo soy!
Murmuró, ahora apretando los dientes, las punzadas en sus caderas eran dolorosas. Sebastián hundió su cara contra el hueco de su cuello, absorbiendo el perfume de esa blanquecina piel.
El celo le nubló la vista, y la poca lógica que le quedaba.
Su beso ahora era mas necesitado, entonces lo comprendió.
Él odiaba la idea de que otro hombre la deseara.
Él odiaba sentir la marca de Zyghor en cada movimiento de sus cuerpos frotándose; así que la tomó con mayor rudeza, conectando no solo sus esencias, sino, también sus almas. Sus piernas se separaron mucho más, las estocadas eran como una danza contemporánea bien sincronizada hasta que algo sucedió.
“La marca de aquel demonio desapareció”.
Sus manos penetraron su cuero cabello, ahora colocándola a un costado, sus glúteos golpearon suavemente su polla, para luego, levantar una de sus piernas y volverla a estocar. Sebastián la atrajo más hacia él, quería olerla, sentirla hasta que ambos quedaran fundidos en uno solo.
—Ya no puedo más…
Soltó, Eva, sintiendo como se empezaba a desvanecer, pero, el celo del alfa apenas estaba comenzando.
—Te deseo… Te deseo tanto…
Susurró en uno de sus oídos, mientras que su polla se ensanchó dentro de ella. La palma de su mano se enterró en su cadera derecha, follándola con mayor rapidez. El cabello oscuro de aquel hombre cayó delicadamente contra su rostro, tapando un poco su vista.
La piel de Eva ahora estaba marcada, llena de moretones y mordeduras que el lobo dejó sobre ella para recalcar que le pertenecía al alfa del clan Drake, y solo a él. Los ojos de la joven se tornaron blancos por el placer, su agujero se sentía demasiado húmedo y resbaladizo.
—Mi cuerpo ya no aguanta más, Sebasti…an.
Las feromonas se volvieron más fuertes, rodeando su cuerpo follado por su hombre. De un solo tirón, el pelinegro la colocó encima de él, ambos se miraron por un segundo, antes de que la chiquilla empezara a moverse sobre el descomunal pene del lobo.
—Tu cuerpo está lleno de mí…
Dictó, sacudiendo las caderas de su mujer con sus manos.
—Zyghor jamás podrá tenerte…
Susurró, sacudiendo sus nalgas hacia ella.
—Eres mi mujer…
Dijo.
—Eres mi mate…
Entonces, Eva gritó de dolor al recibir una enorme mordida en su muslo derecho. La sangre se rodaba por su piel, Sebastián la marcó ahora sí para siempre.
—Me correré dentro de ti… Dejaré mis bebés dentro de ti, y así jamás podrás dejarme… Con esta marca… Tú… Jamás podrás alejarte de mí si no quieres morir.
Y sin más, su cuerpo se desplomó una vez el pelinegro se corrió dentro de ella.
(***)
Eva no despertó durante 3 días.
Estuvo dormida en la cama de Sebastián, hasta que en la noche del jueves sus ojos se abrieron con suavidad. En aquella habitación lo primero que notó fue la silueta del enorme hombre que la había dejado de esta manera. Su saliva espesa se atoró contra su garganta cuando intentó decir algo.
—La marca de ese malnacido ha desaparecido… Ahora todos los clanes saben que te he reclamado como mía.
Ella no dijo nada.
—¿No tienes nada que decirme?
—¿A mi violador?
Sebastián abrió los ojos.
Eva notó su cuerpo frágil, lleno de hematomas que dolían, y que le recordaba que había perdido la virginidad de la peor manera posible.
—Quiero irme a mi casa.
—No puedes hacer eso, tu lugar es conmigo…
—Yo no lo pedí.
—Lo sé… Pero, eres mi mate.
Ella se rio.
—Hasta hace poco solo era una sucia humana…
Él no supo que responder.
—Sea lo que sea, no me importa, te guste o no, deberás saber tu lugar.
—¿Mi lugar?
—Nos hemos casado…
—¿Qué?
Sus ojos se nublaron al ver un anillo en su mano izquierda.
—¿Cuándo pasó esto?
—Él día que te marqué.
Sus ojos recorrieron la pierna vendada en donde ahora se encontraba una enorme cicatriz.
—Eres un hijo de puta.
—Lo soy… Y eso no va a cambiar ahora…
—Cuando tenga oportunidad me iré lejos de ti…
—Inténtalo, Eva, inténtalo para que me des el gusto de traerte arrastrada y demostraste porque soy tu alfa…
Ambos observaron a la mujer que se hallaba de pie junto a la puerta de la recámara. La joven temblaba de miedo al sentir el aura espesa de Sebastián, pero eso no le provocaba tanto miedo como lo que tenía que decir.
—¿Qué pasa?
Entonó, el alfa, visiblemente molesto.
—Señor, es que…
—¡Habla de una buena vez! ¿No ves que estoy con mi mujer?
—Han dejado un regalo para la señora.
Eva arrugó el entrecejo.
—¿Regalo?
—Sí… Sí… Un regalo de bodas…
La mujer trató de ponerse en pie al ver el temor en sus ojos.
—¡Nudia! ¿Qué regalo le han dejado a mi mujer?
—El señor… El señor Zyghor…
Las piernas de la pelinegra abandonaron la cama; como pudo se arrastró con dificultad hasta el primer piso de la mansión Drake antes de gritar con todas sus fuerzas.
El demonio le había dejado un regalo especial en la entrada de su nuevo hogar.
El brazo de su padre Thomas se encontraba dentro de una caja envuelta en un papel brillante con una nota que decía:
“Disfrútala, porque pronto iré por ella”.