Ludmila movió su mano de forma nerviosa contra la mesa. La merienda no le había salido nada agradable aunque el chef hacía sus gustos y daba su mejor sazón para complacerla, especialmente porque sabía que Ludmila era fanática de la pasta alfredo. Ese día su pasta, la que más adoraba le supo a cartón, pero no era culpa del chef si no de su gusto. —¿Está todo bien con la comida? —Magnífico—respondió Ludmila a Lucian, aunque su rostro no lo dejó ver. Nada de lo que había comido en dos días le sentaba bien, es más, sentía que todo sabor era vacío y que necesitaría mucho tiempo para que su gusto fuera como antes. Lucian y sus hermanos habían casi terminado su plato, pero el de ella estaba casi lleno, salvo por los remolinos que había hecho con la pasta. Ludmila suspiró. —Se me ha quitad