~Capítulo 8~Una dama salvaje.

1760 Words
Narra Neferet Wellesley Claramente, soy una dama, pero por supuesto: Una dama muy salvaje. ―No me importa lo que haya hecho mal este hombre, pero sus irritables gritos me están robando la tranquilidad. ―¡¿Qui-quién es usted?! ―me grita. Su rostro desequilibrado me hace arrugar la frente con más enojo. ―Ca-cariño ―le dice su marido a su lado, tratando de calmarla. ―Debe saber a dónde llevar a su esposa. Ella no está al nivel de este lugar ―le digo lanzando el brazo de su mujer. ―Señora Wellesley, por favor, discúlpenos por la incomodidad. ―El esposo, definitivamente me reconoce, por eso se muestra atemorizado. Él toma de los hombros a su esposa y con semblante de mortificado, la aleja de mí. ―¿Se-señora Wellesley? ―replica su mujer, al instante, temblando. Se ve desconcertada―. Yo…, yo lo lamento. «Creo que no conocía mi rostro, pero es un hecho que sí ha escuchado de mí» ―Sepa cuál es su lugar ―le indico con seriedad y arrogancia―, sino la próxima, solo aceptaré una disculpa pidiéndole que se arrodille. Con altivez me cruzo de brazos, y luego me giro a ver a Gaddiel que no sale del asombro. ― Usted, mozo ―le digo. Él me fija con desconcierto a los ojos―. Deja todo esto, y ven a tomar mi pedido. Narrador Omnisciente Una conmoción se escucha en el lugar. Todos se encuentran sorprendidos de la actitud de Neferet. Por supuesto, casi el ochenta por ciento de los clientes que se están ahí, la conocen. Ella era muy distinguida ante la alta sociedad, no solo por el renombre de su familia, ni por su éxito empresarial, sino, también por su espeluznante actitud. Claro que Neferet, era muy exigente con lo que deseaba, como la esposa del Señor Billing, pero debido a su prestigio, no se atrevería a realizar un escándalo de tal magnitud solo para obtener alguna ventaja. Aunque para ser sinceros, no lo necesitaba ya que toda persona que se le cruzase, antes sus palabras sombrías, le daban lo que ella quería. Neferet, ante las fastidiosas miradas de todos, regresa a su asiento. ―¿Qué haces? ―le cuestiona Roger, algo perturbado. ―Sabes que odio que arruinen mi momento de comer―responde ella tomando asiento, sin querer dar más información. Por otro lado, en ese mismo instante, un impactado Gaddiel, torna a sus pocos sentidos que le quedan e ignora el comando de Neferet. ―Perdón ―les dice a los señores Billing, agachándose para intentar recoger los esparcidos pedazos de vidrios. ―Dejalo ahí Gaddiel. Una de sus compañeras, lo detiene y le susurra al oído, diciéndole que la gerenta lo está llamando. Gaddiel, la mira, y de inmediato se pone de pie para dirigirse a la gerenta que lo observa en la barra. ―Gerenta Nay, disculpe… ―No, no te disculpes. Tranquilo, esa mujer siempre hace esos tipos de reclamos para hacerse notar, y ganar veladas gratis y exclusivas de nuestro jefe. ―Igualmente yo… ―Gaddiel, te dije que no importa. Te pido que regreses a tus sentidos y que te acerques ahora mismo a la mesa quince. La señora Wellesley, no es una broma, si ha pedido tu atención, por favor, atiéndala y hazlo con mucha cautela. ―Pero… ―Apresúrate. Ella es más escalofriante que la loca Billing, así que, trata de ser perfeccionista con cada cosa que te pida. ―Sí, gerente ―le responde Gaddiel aguantando sus objeciones, y sin otra opción, se dirige a la mesa de Neferet. Gaddiel, en su mente manejaba un caos. Se sentía incómodo y oprimido por estar ahí. Él pensaba que ya no volvería a ver a la atrevida mujer en su vida, luego de haberle pagado lo que deseaba, pero se equivocó. El destino era un tanto perturbador. Se sentía aún más consternado porque era claro, que ella lo había defendido. Tampoco comprendía las palabras de su superior, él había conocido a Neferet, pero nunca la vio como alguien escalofriante. «Puede que sea un poco fría, insolente y algo infantil, pero no parecía un peligro para alguien» Pensó. O al menos, aún no conocía ese aspecto. Tratando de verse normal, se dirige hacia ellos. Mientras un Roger confundido le venía diciendo. ―Pero… tú nunca, te has entrometido de tal forma en algo que no te importase. ―Siempre hay una primera vez. ―Esto es extraño, ¿Conoces al mozo? ―le cuestiona, en tanto justamente Gaddiel, llega a la mesa y los escucha. ―Por supuesto que no ―la bella rubia le afirma, sin quitar su vista en los profundos ojos celestes de Gaddiel. Roger se percata que el mozo ya llegó y carraspeando, fuerza su sonrisa. ―El trabajo es duro eh… ―le dice, tratando de alejar su inoportunidad. ―Buenas noches, tal vez un poco. Les pido disculpas por la escena de hace un momento. A veces los clientes no se encuentran muy conforme con lo que preparamos. ―Es cierto, pero son personas maleducadas ―contesta Roger―. ¿Verdad Neferet? Roger se le queda viendo un poco desorientado, porque logra percibir, como Neferet recostada en sus manos entrelazadas, no quita su fija mirada en el rostro de Gaddiel. El hombre, a continuación, ya un poco nervioso, comienza a evadir la mirada de ella todo el tiempo que les toma el pedido. Pasan largos minutos, y la noche se vuelve un calvario para el Señor Preston, porque la caprichosa Neferet, no dejaba de pedir cosa tras cosa, tan solo para que él se presenciara en su mesa. ―Ella es exigente ¿Verdad Gaddiel? ―le susurra su compañera Lucía, mientras esperan a un lado de pie, por algún llamado. ―Me siento exhausto. ―Eso se nota… ―le contesta―. Realmente la bruja es muy desesperante. ―¿Bruja? ―replica Gaddiel y mientras se observan cómplices, tiran una pequeña carcajada―. ¿Por qué le dices así? ―Porque así le dice todo el mundo. Según lo que me ha comentado la gerenta, dicen que pese a su belleza, y semblante delicado, su actitud es todo lo contrario. Lo único que me encanta de ella, es como se viste y admiro su altura. Es tan alta como tú. Gaddiel, vuelve a sonreír. ―... Dios, no fue muy bueno conmigo y me hizo diminuta. ―Su amiga se muestra deprimida. ―No digas eso, ¿no has escuchado que lo bueno viene en frasco pequeño? ―bromea él con amabilidad. La mujer se sonroja, un tuteo proviniendo de un hombre tan lindo y gentil, como lo era él, era imposible de evitarlo. Gaddiel tenía un buen atractivo físico, era alto, y su rostro siempre reflejaba confianza. Sin embargo, era muy humilde, no solía vestirse a la moda. Le agradaba usar sus ternos sueltos como lo usaban en la antigüedad. Pese a su joven edad de treinta años, él ya se sentía como una persona de cincuenta. Nunca nadie le dijo nada al respecto, quizás porque ese era su atractivo. Era como un bello hombre a la antigua. Gaddiel, agraciado por las palabras de Lucía, disfruta de un acomedido momento. ―¡Tss! Vaya… sabías reír ―replica, una enojada Neferet, que se aparece en frente de ellos. La amiga de Gaddiel, tiembla ni bien al verla. Bajo la fiera mirada de Neferet, ella se sentía como un bicho que estaban a punto de aplastar. La rubia carraspea. ―Quiero decir. Usted nos a atendido todo el tiempo con esa expresión seria, que pensé que no sonreía. ―Sí-sí... Gaddiel siempre es así ―comenta su compañera inocentemente. ―Frasco pequeño. ¿Puedes irte?―le dice Neferet, aludiendo lo que le acababa de decir Gaddiel. Gaddiel, se muerde el labio. Sabe que debe tener respeto en todo momento, por ende, se contiene en no demostrarse a la defensiva. ―Yo…, yo iré atender a mi mesa, con permiso. ―Lucía, sin aguantar más su mirada, se aleja de ellos como un rayo. ―La asustaste ―le dice Gaddiel, en voz baja. ―Yo no hice nada. Solo le repetí tu absurdo apelativo. Él, se le queda viendo con enojo, aprieta los puños, pero se esfuerza en relajarse, al percibir la mirada desesperada que le viene haciendo su gerenta desde lo lejos. Gaddiel, aclara su voz y le dice de forma muy gentil: ―Señora Wellesley. ¿Desea mi ayuda? Neferet se bufa y le responde: ―¡Ja! No, ya no deseo nada ―Ella rueda los ojos y observándolo de pies a cabeza, se va. «¿Qué fue eso?» pensó Gaddiel algo confundido, mientras la veía irse con un semblante más sombrío que antes. Neferet, caminando a pasos fuertes, no comprendía qué era lo que estaba sucediendo, con ella misma. «¿Qué me pasa? Solo lo vi reír y tutear a una mujer. ¿Entonces por qué eso me deja tan fuera de sí?» Al inicio, un extraño punzón ya le había removido el pecho, cuando se percató de cómo humillaban a aquel hombre, sin embargo, ahora el mismo punzón había regresado por segunda vez, pero de una forma más intensa. Esto era inaceptable para ella. *** Minutos más tarde, Neferet, luego de haber conocido al dueño y de haber entablado unas palabras entre los tres, acompañados del mejor vino de la ciudad. Junto Roger salen del restaurante. Roger algo emocionado por la reunión concretada, le abre la puerta de copiloto. Neferet ingresa en silencio y se queda pensando en los raros sentimientos que le vienen molestando. Ella ya estaba un poco ebria, y lo que le rondaba en su cabeza no podía dejarla respirar. Su acompañante se sube al auto, y mientras él se pone el seguro. Neferet toma la palabra: ―Regresa solo ―le indica la rubia. ―No has traído tu auto, y son casi las once. ―Pediré un taxi. ―¿A dónde tienes que ir? Yo te llevaré ―insistió Roger. ―Dije, que, regreses solo ―le vuelve a decir con voz tajante y este, no puede contradecir su palabra. Entonces, él decide irse sin decir más. Neferet, sale del auto, y se abraza así misma caminando un poco mientras observa el azulado cielo. La noche está estrellada, y corre algo de viento, pero no le importa, porque ella no está dispuesta de quedarse con ese embrollo en su pecho.
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