~Capítulo 5~Mi Vida.

2513 Words
Narra Gaddiel Preston —¡Preston! ¡Te dije que no podías llegar tarde de nuevo! —Señor, perdóneme —agacho mi cabeza y trato de acercarme rápido al escritorio de mi jefe que, se encuentra fulminándome—, tuve que pasar temprano por el hospital, llevándole algunos cambios de vestimentas a mi hija. —¡Eso no me importa! ¡Estamos en el trabajo y debes respetar! Preston, ya te he recortado tus horas a medio tiempo, ¿Y deseas más? —No, señor no es así. Solamente que… —No me des más excusas, si no te gustan mis reglas. ¡Puedes renunciar! Trago saliva y trato de contenerme ante esta injusticia. Él debería estar agradecido por todo el tiempo que he trabajado en la empresa, incluso he realizado jornadas con horas de más, y nunca he sido reconocido. Por otra parte, se aproximaba el tiempo en que se supone que obtendría mis vacaciones, pero debido a su codicia de no querer recibir más personal, me tiene a mi en esta situación. Ni siquiera quiso comprender que soy un padre solo y que debo de ver por mi hija también. El señor Bran dijo que el accidente de mi hija era insignificante, y que ella podría permanecer bien por sí sola ¿Cómo puede decir eso de una niña de 4 años? Se me revolvió el estómago por querer contestarle. No obstante, mi hija es mi vida, y precisamente por ella misma, me contuve en renunciar y tirar todo a la basura incontables de veces. Sería algo espectacular hacerlo, pero para ser honesto, si él me despide, me quedaría sin trabajo, y en este tiempo encontrar otro, es muy difícil. No puedo descuidarme de los estudios de Anahera, ella estudia en una escuela particular; tampoco puedo dejar de pagar la escuela de gimnasia, a mi niña le gusta mucho, aunque por el momento creo que tendrá que parar debido a su fractura y en cambio de eso, deberé hacer los gastos de sus medicinas reemplazando la mensualidad. Todo viene a mi mente: debo también pagar la casa, los insumos y el pequeño préstamo, por la cuál sigo pagando desde hace 5 años. A veces, me siento un fracasado porque no pude ser más o alguien diferente, sin embargo, no me arrepiento de todo lo que he hecho hasta el momento. Sufrí, pero he sobrevivido. He dado lo mejor a mi hija, aunque haya o tenga que seguir rompiéndome el lomo por completo… Observo al Señor Bran, y niego. —No, señor, no deseo eso. Prometo llegar temprano el día de mañana. —Ok, eso espero. Ya puedes regresar —me dice y asintiendo, salgo de su oficina. Tiro un enorme suspiro y observo a todos mis compañeros ocupados en sus trabajos, y el tiempo se me vuelve exageradamente en cámara rápida. Todos avanzan de forma veloz mientras yo me muevo demasiado lento. De vez en cuando pienso que, si mi esposa Antonia estuviese aquí con nosotros, todo sería más fácil, tal vez menos sofocante. Mi bella esposa, era la mejor; aún recuerdo sus ojos castaños claros y tiernos cuando me miraban, su sonrisa hermosa y encantadora; recuerdo su amabilidad, recuerdo su pureza y sinceridad al prójimo. Era tan buena, tan angelical, sin embargo, el destino, por no decir Dios, «para no demostrar mi resentimiento». Me la arrebató, se la llevó de una forma inesperada. A mi bella Antonia la conocí de una forma muy poco inusual. De un modo que no fue nada romántico; al contrario, nos conocimos cuando ambos sufríamos por una pérdida muy grane. Cuando tenía 22 años, perdí a mi madre. Solo éramos ella y yo, sin embargo, a esa edad ya la había perdido por completo para no verla más. En su funeral, solo fueron algunas vecinas de nuestro vecindario, no teníamos más familias. Mi madre tampoco tenía hermanos ni padres, fue hija única, y por lo que sé, sus padres murieron de una extraña enfermedad que se había propiciado en el pueblito de dónde venían. Ella vino a la ciudad de Londres como trabajadora del hogar, y según me comentó, es así como conoció a mi padre. Un hombre desgraciado que la enamoró y luego la abandonó cuando supo de su embarazo. Mi madre me crio solo, me Dio el doble de amor que merecía. Fuimos felices, tan felices, hasta que su cuerpo no pudo más y falleció de un paro al corazón. Ella venía un tiempo mal, sin embargo, no me dijo absolutamente nada, me lo oculto para no preocuparme. Es lo que pienso. Luego de enterrarla, todos se fueron y me había quedado completamente solo. Lloraba la partida de mi madre con nostalgia, hasta que de pronto una muchacha venía cargando unas flores mientras traían un cajón. Ella era Antonia. Recuerdo que esa mañana nublosa se veía tan desconsolada. Había fallecido su padre y a diferencia de mí, ella no tenía nadie a su lado, ni siquiera vecinos o amigos. Me quedé por horas en frente del lecho de mi madre, mientras que, a la vez, veía a la joven mujer llorar sola. Mi madre me repetía que, si una persona está triste, siempre querrá hablar con alguien. Es bueno desahogarse y ser escuchado. Se siente mejor. Una carga disminuye de nuestro encima. Viendo que las nubes oscurecían más, abrí mi paraguas y tomando valentía me acerqué a ella. Antonia fue amable desde el primer momento y yo fui el doble que ella. Entable una conversación y le invite un café. Me contó que también solo vivía solamente con su padre y que no tenía a nadie más. Le conté de hecho mi historia, y nos sorprendimos de lo cuan parecido habíamos vivido. Nos volvimos amigos, las lágrimas se volvieron alegrías y sonrisas con el tiempo. Salíamos mucho e íbamos siempre al cementerio a visitar a nuestros padres que se encontraban a pocos metros de distancia. Podríamos decir que, gracias a ellos, nos conocimos. Cómo es natural, debido a que pasamos mucho juntos, nos enamoramos. Estaba convencido de que ella era la mujer que quería a mi lado, entonces le pedí matrimonio. Por supuesto, ella acepto, y nos fuimos a vivir juntos, cuando concretamos nuestro pequeño matrimonio. Aún éramos jóvenes y llenos de vida, teníamos muchos planes, pero mi pequeña Anahera nos sorprendió. Cuando nos dimos cuenta de que ella estaba embarazada, lloramos. Estábamos asustados, pero a la vez emocionados. No sabía que, desde ese maravilloso día, Antonia tendría los días contados. Su embarazo fue lo mejor, la engreí y pasé todo lo que pude con ella, hasta que lamentablemente nos enteramos de que a los 3 meses debíamos renunciar a nuestro bebé. Antonia tenía un problema que le pondría en peligro si daba a luz, sin embargo, ella se negó a realizar la sugerencia del doctor y mostró valentía. Yo… yo tenía miedo de perderla, incluso debo admitir que, en ese instante le pedí que renunciemos, le dije que su vida estaba en juego, pero ella solo me respondió “Dejémoslo en manos del Señor”. “¿Del señor?” me pregunté en ese momento. Yo ya sentía un poco de resentimiento hacia él por lo de mi madre, pero a la vez, vivía agradecido porque conocí de esa forma a Antonia. Estaba confundido, pero decidí confiar de nuevo en “Dios”. Un día mientras me organizaba con varios trabajos para poder sustentar las medicinas y tratamientos que debía seguir Antonia, recibí una llamada de emergencia. Mi esposa ya tenía 7 meses de embarazo. Corrí como loco al hospital y me dijeron que ella tenía que entrar en proceso de parto inmediatamente. No lo comprendía, aún faltaba mucho tiempo. El doctor me dijo que el cuerpo de Antonia no lo estaba afrontando bien, y que, si no daba a luz, ambos podrían morir. Ingresé a ver a mi esposa rápidamente, y ella entre lágrimas me dijo que quería que a de lugar salvaran a nuestra niña. Ya le habíamos puesto un nombre, así que sus palabras, fueron firmes. “Salva a Anahera, yo estaré bien, dejémoslo a manos del Señor” De nuevo me repitió aquella frase, y decidí confiar, otra vez. Acepté la cirugía de emergencia, el doctor me dijo que trataría de salvar a las dos. Las horas pasaron, mientras me moría en angustia, hasta que llegó el momento en el que el doctor salió por esa puerta con un rostro de decepción, dándome la noticia de que Antonia no había resistido. Ella había fallecido a los pocos minutos que había dado a luz. Me contó en forma de consuelo, de que mi esposa había podido cargar unos segundos a mi Anahera, y que luego de darle un beso en la frente en forma de despedida, simplemente con una sonrisa, se desvaneció. Mi corazón estaba destrozado, quería morirme junto con ella. Sin embargo, la advertencia del doctor sobre el peligro que aún corría mi hija me hizo nacer una fuerza increíble de mi ser. Anahera era sietemesina y aún le faltaba tiempo para seguir creciendo y desarrollarse. Recuerdo que la primera vez que la vi, fue en una incubadora con tubos por todo su cuerpecito. Era tan pequeña, tan indefensa. Mi corazón tomó una valentía increíble, ahora solo estaba yo, para ella. Entonces me esforcé el triple para pagar las medicinas y tratamientos, pero lamentablemente no alcanzaba, tampoco tenía seguro porque en ese tiempo era solo un estudiante que apenas se podía mantener. Por ello, debido a la ayuda de una vecina, requerí un préstamo para cubrir todo. Es así como esa deuda sigue pendiente. Ya he pagado más de la mitad, así que espero que pronto puedas respirar. Y así fue mi vida… Anahera no conoció a su madre, pero, así como mi madre me dio amor doble, yo se lo estoy dando el triple. En esa temporada, fueron años difíciles. Decidí arrendar un lugar más pequeño en la ciudad de Londres. Sabía que ahí encontraría trabajos mejores pagados, aunque la renta era un poco alta; por ende, me convencí de alquilar un lugar compartido. Anahera con 9 meses salió del hospital, y cuando tuvo un año fue cuando nos mudamos a esta hermosa ciudad. No sabía quién sería el dueño del lugar, solo nos habíamos comunicado por correo electrónico. Cuando llegué con mi bebé en brazos, quién me esperaba en la puerta del departamento, era una amable mujer: Mariela. Es ahí donde conocí a mi amiga incondicional. Ella se sorprendió mucho, y claro, fue inevitable no contarle sobre mi vida. Mariela, era dos años menor que yo, pero se estaba haciendo cargo de comprar ese departamento con una pequeña herencia que le había dado su abuela. Había cubierto la mitad y la otra debía pagar a plazos mensuales, que, por los estudios y trabajos de escritura, no le alcanzaba, por ello había decidido alquilar. El departamento es grande, cuenta con tres habitaciones en dónde otra amiga también vivía. Ella no desconfío de mí, eso es lo que me sorprendió. Quizás tuvo pena por mi trágica vida. Amablemente Mariela nos acomodó y desde entonces he vivido ahí junto con Lucrecia, la amiga que también comparte con nosotros. Ambas han sido personas fundamentales en mi vida hasta el momento. Mariela es escritora y casi siempre en la mañana paraba en casa, así que se ofrecía en cuidar a Anahera. En realidad, mi niña la dejaba en un nido, pero un día cuando la profesora se enfermó y no encontraron remplazo, enloquecí. Es entonces, dónde amablemente Mariela sugirió a cuidarla una semana. Luego cuando todo se había solucionado en la escuela, ya no quiso separarse de Anahera, siempre me pedía que la dejara y emocionada, me daba la tranquilidad de que ella la cuidaría con cautela. Al igual que Lucrecia, ella también cuando Mariela no podía, se ofrecía voluntariamente. Lucrecia es un poco inusual, así que me daba risa que siempre cuando llegaba a casa, encontraba a mi hija llena de enorme collares y accesorios lindos de piedras de colores. Ella trabaja leyendo las cartas de tarot, aparte es maquilladora y por laguna razón le gusta vestirse de forma extravagante, pero es demasiado gentil. Tiene ya sus casi 50 años y a veces pienso que es como nuestra madre, por el modo en que nos reprende a Mariela y a mí. Río, porque no volvimos sin querer como una familia. Mariela, Lucrecia, Anahera y yo, ahora lo somos. No sé que haría si me faltara alguna. Me siento en el escritorio, con mis ánimos de vuelta al recordar a mi familia, y recojo los documentos que tengo que llevar a mis nuevos clientes. «Hoy será otro día de rutina» ***  Camino apresurado, le he comprado un helado a mi hija, y no quiero que se me derrita. También debo llegar lo antes posible porque Mariela no iba a poder estar con Anahera, así que imagino que debe estar sola. Mientras camino, regresan mis dudas sobre ayer. Mariela no me quiso contar que, vino hacer esa frívola mujer al hospital. Le pregunté a Anahera, y tampoco me dijo nada conciso. Solo me comentó con un semblante feliz, que había venido la princesa a visitarla y que se sentía emocionada por ello. No quise atormentarme pensando tanto, pero igual, me deja muy intrigado. No la entiendo en lo absoluto. Ella fue demasiado grosera cuando mi hija se accidentó, ni siquiera vi su reacción cuando mi niña lloraba en el suelo. Solamente con frialdad me reclamó por su auto. Luego viene a decirme sobre cosas que no comprendo: “¿Utilizar a mi hija?” ¿Cómo podría hacer eso? Además, no me va a comprar con su estúpido dinero, siempre de aquello es lo único de lo que me habla. No comprendo exactamente cuáles son sus intenciones al humillarse de tal forma. ¿Acaso soy divertido? Ahora parece haber cambiado de táctica y según ella, dice que viene para constatar el bienestar de mi hija. Pero… ¿Así de la nada? En el momento exacto debió mostrar preocupación, no obstante, ¿Por qué lo hace después? —Ay… —resoplo, mientras ingreso al hospital. Reflexionando bien las cosas en parte debo sincero, tengo que admitir que en este accidente también tuve culpa. Si no hubiera soltado a mi hija, no hubiese… —Mmm… Helado. —De repente mientras me encuentro fundido en mis pensamientos esa voz me congela. Alzo mi mirada y aquella mujer prepotente, está en frente mío con los brazos cruzados y cejas completamente arqueadas. De inmediato muestro con mi expresión, mi enojo, pero luego desaparece al consternarme, cuando ella viene rápidamente hacia mí, haciéndome retroceder hacia la pared. —Chocolate —me dice, abriendo la tapa del helado maleducadamente, para segundos meter su dedo, luego saborearlo y dejar por alguna extraña razón, un poco de restos en sus labios—. Delicioso, ¿No quisieras probar? Ella acerca su rostro malicioso hacia el mío, dejándome sin completa respiración, y, en lo único que puedo pensar en este instante es… ¡¿Qué le pasa a esta mujer?! 
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