~Capítulo 6~Un encuentro inesperado.

1626 Words
Narra Neferet Wellesley Dibujo mi enorme sonrisa al ver el rostro despabilado del hombre en frente de mí. Parece que mi broma lo ha dejado sin aliento. —¿No lo deseas probar? ¿Estás seguro? —menciono de forma maliciosa, arqueando mis cejas, y logro percibir un rubor de repente en sus mejillas. «¡Qué adorable!» De pronto reacciona, y arruga ese entrecejo que debo admitir que, me fascina. —Presidenta Wellesley, ¿Qué le sucede? —replica con seriedad. —¡Tss! —Chasqueo los dientes y ruedo los ojos, alejándome de él—. No estás siendo divertido. Que me hable de ese modo tan formal, me molesta. —No eres mi subordinado. —Me cruzo de brazos lanzando una rabieta―. Preferiría que te dirijas hacia mí solo como Wellesley. ¡No! ¡Espera! Mejor dime, NEFERET. Él niega apretando los labios y, acomoda correctamente con mala gana la tapa del pote de helado. —Ok, Wellesley… Resoplo, rodando los ojos. «Nunca hace lo que realmente quiero» —… me podría decir, ¿En qué le puedo ayudar el día de hoy? ―me dice. —Bien —le respondo, encogiéndome de hombros—, únicamente he venido a visitarlos. Hoy es un hermoso día. Hace calor, así que decidí descansar en este hospital. —Parece que usted, tiene todo el tiempo del mundo. —¡Exactamente! —exclamo con sarcasmo—, tengo el tiempo suficiente cuando estoy interesada en algún objetivo. —Ya le dije que no aceptaré su absurdo dinero. —No vine por eso. —¿Entonces? ―me cuestiona intensificando su ceño fruncido. Esa actitud a la defensiva, irresistiblemente, hace que se exponga lo oscuro de mí. Por lo tanto, comienzo por acercarme. Él se intimida mientras nuestros alientos chocan. —He venido por ti —le aseguro, y detallo que, en esta ocasión, en vez de ponerlo más nervioso, se enfurece. «Esto fue impredecible» —Señora, le pediré que por favor deje de jugar conmigo. —Él aleja su distancia de mí. —No estoy jugando —replico, y me cruzo de brazos. «Aunque en realidad, sí lo estoy haciendo» —Usted no me ha dejado terminar lo que venía diciéndole. Yo realmente he venido por usted y Anahera. —¿Por qué? ¿Por qué lo haría? ¿Qué es lo que una persona tan adinerada como usted, querría de nosotros? —Bueno, muchas cosas. —Le sonrío—. En fin, no se haga tanto hígado. —Abanico mis manos de forma despreocupada, aludiendo como que deberíamos dejarlo pasar—. Tengo algo que concretar, si me disculpa debo regresar. Le sonrío con enorme satisfacción, luego me giro con confianza, e ingreso nuevamente a la habitación de Anahera. Mientras él se queda, viéndome estupefacto. El día de hoy, llegué hace una hora. La pequeña me dijo que su padre vendría a estas horas, por eso, había decido esperarlo entusiasmada desde la entrada. Ni bien ingreso, Anahera, que jugaba con el resto de los juguetes que le traje, grita mi nombre—: ¡Princesa Neferet, te demoraste un poco! —Lo siento, preciosa. Sucede que este señor gruñón no paraba de decir cosas sin sentido. Me volteo a verlo divertida, en tanto realiza también su ingreso. Él niega con la cabeza como diciéndome que, más bien, fue, al contrario. —¡Papi! ¡Buenos días! —Hola, amor. ¿Y todos estos juguetes? —Gaddiel le cuestiona, sentándose a su lado mientras le da un beso en la frente. —Me lo regaló la princesa, papi. Ella vino hace poco, y estuvo jugando conmigo. Gaddiel, me mira de inmediato con un gesto de sorpresa. «No pensé que la niña le contaría eso, le hubiese dicho que era confidencial» Carraspeo mi garganta y evado la mirada del hombre. Me siento abochornada. —Solo… solo le moví las muñecas para que ella no las mueva sola. —No, no es cierto. No solamente hiciste eso, también hiciste voces dulces y raras, fingiendo ser ellas. «No cuentes eso niña. Esto es vergonzoso» —Coff, coff. ―Fuerzo mi tos con incomodidad―. No… no es así ―aclaro y con pena, contemplando sus rostros desorientados, me giro de inmediato como un soldado dándoles la espalda, y añado improvisamente―: Un momento, siento la urgencia de ir al baño. —Princesa, ¿pero ya no habías venido de ahí? Arrugo mi entrecejo, por la mente audaz de esta niña, y respondo rápidamente sin voltear―: ¡Estoy mal! —. Pienso rápido—. Mal del estómago. Ni bien dicho mi mentira, salgo como un rayo de la habitación, cerrando la puerta con una fuerza increíble para luego apegarme a ella, con un sentimiento de sofocación. Quizás suene absurdo, pero odio esta sensación, de que las personas sepan, que a veces puedo llegar a ser de esta forma tan frágil. En este tipo de ocasiones, cuando sucede debido a mi descuido: me pongo ansiosa, me siento débil. Con mi mano en mi pecho acelerado, resoplo. ―¿Neferet? ―me dice alguien que no creía encontrarme nunca aquí. ―¿Gerardo? ―Yergo mi espalda y me alejo de la puerta, reponiendo mi elegante compostura. ―Sabía que era tú. ¿Qué haces aquí? ¿Te encuentras bien? ¿Por qué no me llamaste o fuiste a mi hospital? ―Eh… sí, sí, estoy bien ―respondo un poco nerviosa―. No, no era necesario, digo…, ¡Aysh! Solo he venido a visitar a alguien. Gerardo me observa dudoso. ―¿A alguien? ¿En un hospital público? Como siempre, evado lo que me conviene. ―¡Tú! ¿Tú, qué haces aquí? ―Yo he venido a realizar ayuda comunitaria. ―Ah. ―concreto con todo el interés que puedo. ―Neferet, estás actuando extraño, a mí no me puedes engañar. Responde ¿Por qué te encuentras en un lugar donde nunca sueles asistir? Sus ojos negros de Gerardo me ametrallan, haciendo que entre en pánico. No puedo mentirle, creo que es la persona que más perfectamente me conoce, al igual que Olenka. Gerardo es mi doctor principal, aparte de ello, debido a que tiene sangre de mi esposo, lo considero como también mi primo. Él es mi mejor amigo, la persona que me ha acompañado durante todo mi proceso de superación. ―Yo… ―vacilo un poco, cuando de pronto la puerta de la habitación se abre. Me volteo velozmente, y Gaddiel sosteniendo de la mano a Anahera, salen si saber que me encuentro ahí. ―¡Princesa! ―exclama la pequeña. Yo me pongo nerviosa, porque presiento la mirada de Gerardo. Gaddiel se percata de mi expresión. ―Regreso en unos minutos, Anahera ―le digo, y regreso mi mirada a Gerardo. Lo tomo del brazo y prosigo en caminar, llevándomelo de ahí. ―¿Quiénes son ellos, Neferet? ―me cuestiona. ―Shh… ya te contaré. *** ―¡¿Cómo sucedió todo esto?! ―Gerardo refunfuña, luego de haberle contado toda mi historia con la familia Preston. Está enojado―. De seguro no has estado concentrada, Neferet, ¡casi matas a una niña! ―No estoy negando, que tal vez, haya tenido una parte de culpa ―le digo, mientras lo miro tranquilamente con mis brazos cruzados. ―Neferet, ¿Te das cuenta de la gravedad de la circunstancia? Ellos podrían denunciarte, y tendrías a todos los de la empresa encima de ti. ―Lo sé. Es algo que estoy tratando de hacerme cargo ―le indico, sin preocupación. Él se detiene, de sus movimientos en un vaivén, y me fija un poco consternado. ―Esto podría haberlo resuelto tu asistente, o el abogado Marck. Entonces… ¿Por qué exactamente tú estás presente? Parpadeo un par de veces, pensándolo bien, es algo que no suelo hacer nunca. ―Neferet… Acaso tú… ¿Tú estás preocupada por la niña? Desdoblo mis brazos, y los dejo caer por la impresión. Llevo tiempo que no muestro empatía con nadie, no creo que sea eso, por supuesto que no. ―No. No la conozco… ―contesto confundida―. Yo… solo estoy intentado que el padre acepte mi soborno. Gerardo inesperadamente brota una sonrisa, y tira un suspiro de alivio. ―Después de todo aún eres humana ―comenta en un susurro, cosa que me hace arrugar mi entrecejo a la defensiva. ―¿Qué tratas de decir?. No confundas mi acto, simplemente esto es parte de mi plan insistente, para convencerlos por su silencio. Para ser sincera, de mi parte, únicamente me estoy divirtiendo con Gaddiel, y es algo que por nada del mundo se lo puedo comentar. ―Sí… está bien, Neferet. Haz lo que desees. ―Él se acerca a mí y posa su mano en mi brazo―. Pero cuídate por favor. Ya sabes a lo que me refiero. Con enorme desconcierto, asiento. No tengo otras palabras para defenderme. ―Bueno, debo retirarme. Tengo una reunión importante, no te olvides de visitarme este fin de mes para tu chequeo mensual, y para la sesión que ambos haremos con el psiquiatra. ―Sí ―respondo. Él con una enorme sonrisa se va alejando, pero a unos metros se detiene. ―¡Neferet! ―¿Mmmm…? ―me giro a verlo. ―No seas ingrata, llámame al menos dos veces a la semana. Recuérdate de que existo ―me dice y alza su mano despidiéndose―. Adiós, princesa. ―¡Hey! ―Lo apunto con mi dedo, y se va acelerando sus pasos. Chasqueo mis dientes, e inicio a caminar, cuando por el fondo detallo a Gaddiel observándome de una forma inexplicable. ¿Él presenció todo?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD