Tras una semana intensa y dulce en el hotel, felices en la luna de miel, Naomi y Scott dejaron atrás el suave murmullo del mar, las sábanas perfumadas y el calor de la intimidad, para regresar a la imponente mansión Widman. El trayecto fue silencioso, con la brisa aún cargada de sal, y la promesa de una nueva vida latiendo entre sus cuerpos. Al entrar por el viejo portón, este rechinó como si protestara su regreso. El auto se detuvo. —Ven, cachorrita. Caminaremos —ordenó él con su tono dominante. Naomi obedeció, aunque frunció el ceño. Llevaba tacones altos y el camino era de concreto, adornado con extraños geoglifos: líneas, animales, figuras humanas que cazaban, talaban árboles... Todo parecía parte de un ritual que su mente inteligente aún no lograba procesar. —¿Por qué ese color t

