—¿Entonces eso es todo? ¿Así de fácil? ¿Un día te despiertas y ya no quieres estar conmigo? —La voz de Bruno retumbaba en la terraza vacía del campus, como si buscara aferrarse a cualquier resquicio de esperanza.
Cecile lo miró con una expresión indescifrable, como si algo muy dentro de ella estuviera en guerra. El sol caía de lado sobre su rostro perfecto, delineando la sombra de una mujer que ya no era la misma.
—No fue fácil —susurró. Su voz era suave, pero firme. No temblaba—. No te estoy dejando porque algo esté mal contigo. Es que... algo cambió en mí.
Bruno dio un paso hacia ella, la mandíbula tensa, las cejas fruncidas con una mezcla de dolor, incomprensión y rabia contenida.
—¿Cambió? ¿Qué cambió, Cecile? Te amo. ¡He hecho todo bien! Soy el hombre que cualquiera querría tener a su lado, y tú... tú me das la espalda como si nada de eso importara. Puedo soportar que pienses en otro, puedo justificar el hecho de que tengas llamas inmorales con alguien más. Pero aun después de eso, ¿me quieres lejos de tu vida para siempre?
Pero Cecile ya no lo escuchaba del todo.
Su mente se había disuelto en el recuerdo de aquella noche.
De aquel instante donde todo dejó de ser correcto, y comenzó a ser real.
⸻
El aroma a cuero y a whisky caro aún parecía impregnado en sus sentidos.
Las luces tenues. Las órdenes suaves pero firmes.
—De rodillas.
Cecile jadeó al recordar cómo su cuerpo obedecía antes que su mente.
El chasquido del cinturón al deslizarse por las presillas.
El frío en sus muñecas cuando la amarró al respaldo del sillón.
La forma en que sus dedos viajaban por su piel como si él ya la hubiese poseído mil veces.
—Eres tan jodidamente perfecta cuando dejas de fingir que eres buena.
Sus mejillas ardieron. No por la vergüenza.
Sino por la dulce y cruel punzada del recuerdo.
La primera nalgada fue un latigazo de fuego.
Y luego vinieron las palabras...
Sucias. Dolorosamente deliciosas.
—¿Eso es lo que necesitabas, princesa? ¿Un hombre que te use como lo que realmente eres cuando te mojas así?
Y entonces...
La penetró sin piedad.
Un golpe de cadera.
Otro.
Y otro.
Bruno jamás le había hecho el amor así.
Lucien no la amó esa noche.
La devoró.
⸻
El aire volvió a su pecho como si hubiese salido de un trance.
Parpadeó, confusa por un instante, hasta que recordó dónde estaba.
Bruno seguía allí, con el corazón en las manos.
Cecile se enderezó, la mirada clara como el filo de una navaja.
—No te dejo por otra persona —mintió a medias—. Te dejo porque... finalmente me encontré conmigo misma. Porque por primera vez en mi vida... no quiero ser la hermana perfecta, la novia ejemplar, la hija modelo.
Quiero ser yo. Incluso si eso significa mancharme las rodillas y arder en el infierno.
Bruno abrió la boca, pero no dijo nada.
Sabía que la había perdido.
No por un error, sino por un descubrimiento.
Ella lo besó en la mejilla. Un beso triste.
Y se alejó.
Mientras caminaba por el campus, con su falda corta y sus medias negras, Cecile Cipriano ya no era la buena chica que todos admiraban.
Era una mujer que había probado el veneno más dulce...
Y quería más.
NOTA DEL AUTOR:
CECILE CIPRIANO
Edad: 22 años
Clase social: Alta, hija de una familia tradicional, poderosa en el ámbito cultural y diplomático. Estudió en colegios privados de élite, habla varios idiomas y ha estado rodeada de privilegios… pero se ha hecho a sí misma intelectualmente.
Ocupación: Estudiante universitaria destacada (último año de economía ).
Formación académica: Universidad privada de renombre. Bilingüe desde niña. Elegante, culta, con excelencia académica y una curiosidad emocional que la hace brillar. Fue aceptada en Legrand Industries por mérito, no por apellido.
Descripción física:
Belleza de estirpe. Sensual sin necesidad de provocación.
Cabello largo, castaño oscuro con reflejos dorados, que suele llevar suelto o recogido con elegancia. Ojos color miel dorada, penetrantes, hipnóticos, que parecen leer más de lo que deberían. Cejas definidas, nariz fina, labios carnosos y sensuales, voz suave con una cadencia culta.
Su piel es de porcelana con un leve tono cálido, cuerpo esbelto pero marcado, como esculpido para la obsesión.
Viste con estilo clásico-moderno: faldas de seda, camisas de satén, perlas discretas, perfume francés.
Es la clase de mujer que impone con su sola presencia.
Una princesa moderna…
…hasta que se convierte en la adicción prohibida del demonio más poderoso del país.