CAPÍTULO 1

4212 Words
Una semana después de mi llegada, me despierto ante la luz brillante que entra por la ventana e ilumina todo a mi alrededor como si de millones de lámparas se estuviese hablando. Aparto el recuerdo de no haber cerrado las cortinas la noche anterior, y gruño internamente. Maldito sol. Malditas cortinas. Malditas mañanas. Gimo y me tapo la cara con las colchas para volver a soñar con Zac Efron. La holgazanería me supera siempre en las mañanas y hoy no es la excepción, por lo que me quedo en el mismo lugar que estoy y no me tomo las molestias de cerrar las cortinas. Es algo que me pasa constantemente. Olvidarme de las cosas es una cosa costumbre en mi vida, y realmente no se me hace extraño haberme olvidado de cerrarlas. Hay veces en las que no solo no cierro las cortinas, sino que simplemente no cierro la puerta o dejo la lámpara de noche prendida. Podría decirse que soy torpe, cada persona que me conoce puede decirlo. Aun sin siquiera ser mi amigo. Cuando apenas cierro los ojos con la intención de volver a dormir, un ruido proveniente de las escaleras me impide volver a mis sueños. Escucho cómo la puerta de mi habitación se abre y me hago la dormida para que sepan que no deben molestarme. Al parecer, no le importa eso a aquella persona y lo siento agarrarme de los tobillos y tirar de mí con fuerza, haciendo que caiga al suelo. Mi cuerpo se sacude con fuerza cuando se estampa contra el duro piso y sollozo ante el repentino dolor en mi brazo derecho. Saco de un tirón el cobertor que cubre mi vista. ¡Me llevó con cobertores y todo! Fulmino con la mirada a Sam y este me la devuelve de la misma manera, solo que con toques de burla brillando en sus ojos claros. —¿Qué te pasa? ¡Estaba durmiendo, idiota! —exclamo furiosa, temblando a causa del frío otoñal que golpea mi piel. A pesar del estremecimiento que me recorre, disfruto de la brisa golpeándome. —Esto fue por tirarme un pastel de pasta dental el día que llegaste. ¿Sabes lo feo que es que te despierten de una manera no deseada? —dice, y gruño en respuesta ante sus palabras. —Sabes que te haré algo peor, ¿no? —respondo con una mentira porque sé que no me acordaré de devolvérselo. No soy como antes; que ni bien alguno de mis hermanos me hacía algo, se lo devolvía al día siguiente. Ahora soy tan olvidadiza que sé con certeza que no le haré nada para devolvérselo. Sin embargo, él se cree mi engaño. —Sip, y yo te la devolveré. Sonrío levemente sin poder evitarlo mientras que en mi cabeza aparecen algunos recuerdos del pasado. La nostalgia barre cada célula de mi sistema y disfruto del momento repentino que se crea a nuestro alrededor, dejando de lado aquel molesto despertar. —Como en los viejos tiempos —susurro, volteando mi cabeza hacia otro lado, avergonzada de mi cambio repentino de humor. Siempre peleábamos y nos molestábamos todo el tiempo. Algunas veces las peleas eran inofensivas y otras no tanto, unas pocas solían terminar con alguno de nosotros en el hospital. Al parecer él lo recuerda, cuando me abraza suavemente y me besa la cabeza lo demuestra sin necesitar de las palabras. —Perdón, en serio. No queríamos dejarte, pero sabes que ya no soportábamos a Will. Él es un idiota y no me importa que sea nuestro padre. Desde que mamá murió, nunca se comportó verdaderamente como uno con ninguno de nosotros. Te debimos llevar, lo sabemos y el dejarte allí nos perseguirá por el resto de nuestras vidas, pero ¿no recibiste los regalos que te enviamos? Lo miro a los ojos con la tristeza que siento y me encojo de hombros, sintiendo el pesar sobre cada parte de mí. Siempre quise que me llevaran con ellos, pensaba en eso cada vez que iba a dormir, pero nunca sucedió y no vinieron por mí. Todo el tiempo supe que ellos sentían haberme dejado, eso no fue lo que me molestó, sino el hecho de que hayan intentado tapar ese error con regalos en vez de hablarlo conmigo. Si bien era solo una niña en crecimiento, se podía decir que entendía más cosas que las otras chicas de mi edad. —No los quise abrir hasta volver a verlos. Los necesité por mucho tiempo y no estuvieron ahí. Papá nunca estaba en casa y no le podía pedir nada a Marisa porque sé que es una zorra, en vez de ser el ama de llaves. Y Fernanda siempre estuvo ocupada con la casa como para estar todo el tiempo conmigo. —¿Por qué no llamaste cuando nos necesitaste? ¡Sabes que si tienes problemas de cualquier tipo nos tienes que llamar! Nunca te defraudamos, Nat. Siempre estuvimos para ti y siempre lo estaremos —llevo mis brazos alrededor de su cuello, abrazándolo más fuerte al escuchar eso último. No todo el tiempo estuvieron, me recuerdo. Pero lo dejo pasar. Era cierto en parte. Las veces que los necesité cuando éramos chicos ellos siempre estaban, pero últimamente, en estos pocos años, no lo estuvieron. Y dolió como una perra no tenerlos ahí para mí. Mucho más hace un año y medio. Internamente me tenso ante el recuerdo, y antes de que me caiga en pedazos me fuerzo a levantar el muro que me protege desde aquel día en especial y me concentro en las palabras que me dijo Sam hace unos segundos y a las cuales, aún no les respondo. —Gracias —susurro cerrando los ojos, recordando cómo eran nuestros viejos tiempos hasta su partida desgarradora de casa. Justo cuando Sam tiene algo para decir, un ruido se escucha. —Oigan, ¿qué…? —se interrumpe Ty cuando entra por la puerta, haciendo que yo abra mis ojos. Nosotros lo miramos y sonreímos con cariño, aún con nuestros brazos entrelazados. Ty nos devuelve el gesto y tiernamente se une a nuestro abrazo, un poco confuso por la situación, pero visiblemente alegre—. Hacía mucho no nos abrazábamos así. —Lo sé —digo sonriendo contra el pecho de Sam y respirando su aroma mañanero, dejando completamente atrás todo el asunto de despertarme por la molestia de tener las cortinas abiertas y por el hecho de que mi hermano me haya tirado al piso. —Sabes que te queremos, ¿no? —asiento ante las palabras de Sam. —Sí, yo también, aunque sean unos tontos y me molesten todo el maldito tiempo —bromeo. —Eh, no somos los únicos insoportables aquí —contratacan simultáneamente. Ruedo los ojos al escucharlos. Desde pequeña supe que ellos tenían una conexión porque muchas veces coincidían en el momento exacto en el que hablaban, y decían todo con las mismas palabras sin confundirse. ¿Por qué tienen que decirlo a la misma vez? Nunca lo supe, pero hasta el día de hoy lo siguen haciendo, ya teniendo en cuenta lo molesto y exasperante que me parece. Me encojo de hombros y ruedo los ojos mientras un bostezo sale desde lo profundo de mi pecho, intentando recordar el motivo por el que estamos todos reunidos aquí. —¿Para qué me despertaron? —Vístete y baja a desayunar. Junto al sillón tienes tu morral para el instituto, te inscribimos un día después de que llegaras y finalmente te aceptaron —al escuchar esa última palabra, mis ojos se agrandan a más no poder y, en un momento de pánico, corro hacia el baño para nunca salir. No tengo intenciones de ir a esa maldita cárcel por unos días. En realidad, sería mejor perderme el resto del año y quedarme en casa por el simple propósito de dormir. Sin embargo, Tyler se da cuenta de mis planes y se abalanza sobre mí cuando estoy a punto de cerrar la puerta. Me toma de la cintura mientras me quejo. —No, no iré. ¿Por qué ahora tengo que empezar las clases? —me quejo. —Solo te queríamos molestar, lo que funcionó a la perfección, y porque no puedes perderte un año y repetir. «Igual que ustedes» pienso, pero luego me reprocho internamente por decirlo como si me estuviese burlando. Sea cual fuese el motivo por el cual ellos repitieron el curso, no tengo derecho a burlarme. —Nat, vístete y baja a desayunar que no quiero llegar tarde. Qué gran noticia, Tyler no queriendo llegar tarde. Es todo un nerd desde que se dio cuenta de que no podía repetir otro curso de nuevo y ahora odia llegar tarde. Al contrario, Sam no lo entendió todavía y sigue holgazaneando como todo un rey. —Mandones —mascullo cuando la puerta de mi habitación es cerrada y me cruzo de brazos, pensando en no hacerles caso y volver a sumirme en el sueño espectacular que antes tenía, pero luego me saco eso de la cabeza. Si no les hago caso, puede que los dos me lleven a rastras al infierno. Y, definitivamente, no quiero eso. —¡Te escuchamos! —gritan a la vez, su voz ligeramente apagada por la distancia que nos separa. No entiendo qué necesidad hay de obligarme a ir al instituto a una semana de llegar aquí. De igual manera iba a ir en algún momento, pero no esperaba que tan pronto. Quería aprovechar estos días como mis vacaciones lejos de casa y de los problemas, pero al parecer ese no es su plan. Un pequeño y agudo grito me distrae. Burry bosteza y se acerca hacia mí corriendo. Me agacho a su altura y la alzo para besarle el hocico con cariño y ternura, para luego dejarla de nuevo e irme al baño con pasos agigantados. Me doy una ducha rápida y salgo envuelta en una toalla demasiado grade para mí. Luego de colocarme unos pantalones pitillos azules, una remera negra grande de Sam que le robé anoche y mis Vans, recojo mi cabello rubio en una cola de caballo después de secarlo con el secador y dejo caer sobre mis hombros los rulos que tengo en las puntas. Disfruto viéndolo. Mi pelo es algo que no me desagrada de mi cuerpo. Me gusta verlo cuando las ondas están definidas y mi cabello cae sobre mis hombros. Disfruto sabiendo que soy una de las muchas afortunadas a las cuales les gusta su pelo así como está y que no lo prefiere de otra manera. Porque vamos, la mayoría de las que tienen bucles anhelan tener el cabello liso y viceversa. Volteo mi rostro hacia un lado y me encuentro con el maquillaje sobre mi tocado. Sonrío al pensar que estos eran, probablemente, de mi tía. Paso la yema de mi pulgar por la tapa y muevo la cabeza, negándome a probarlo porque, a decir verdad, no me gusta el maquillaje. Nunca me gustó ver a aquellas mujeres demasiado pintadas caminar por la calle. Y no digo que a la gente le quede mal un poco de maquillaje bien colocado, nada de eso, pero por mi parte prefiero ser natural y no arriesgarme a parecer un mapache. Eso es lo que seré si intento pintarme, lo aseguro. Me miro al espejo por última vez y sonrío con el resultado de mi pelo recogido de esta manera. Mis ojos azul zafiro me devuelven la mirada, cansados. Mis labios de un color rosa pálido no hacen que mi rostro sea extravagante, sino normal, pero aquellos hoyuelos que aparecen en mis mejillas junto a mi boca son la envidia de la gente. Por otro lado, lo único con lo que no me siento muy conforme es con mi pequeña y respingona nariz. Es una de las partes de mi cuerpo que realmente no me gusta mucho. He escuchado a muchas decir que soy de las típicas rubias con nariz perfecta, pero viéndolo desde mi punto de vista es la nariz más desagradable que puede existir. Sin embargo, siempre me fuerzo en no ver esa parte de mi cara para no molestarme y sentirme mal conmigo misma. Una vez terminada la inspección, salgo de mi habitación seguida por Burry. Bajo las escaleras hacia la cocina y encuentro a mis hermanos desayunando. Me siento frente a ellos con una sonrisa y comienzo a devorar las tostadas y a beber el jugo exprimido. Ty se me queda mirando sin meditar palabras de una forma que no logro reconocer en todo el desayuno. Lo aguanto durante un rato mientras Sam habla y habla, pero cuando acabo mis tostadas, lo miro con fastidio. —¿Qué? ¿Tengo algo en la cara? —pregunto exasperada, estrechando mis ojos. —No, solo que no puedo creer que hayas crecido tanto —su respuesta me deja estupefacta y sorprendida durante unos segundos. No la esperaba, sinceramente. Esperaba que me dijera algo chistoso para después burlarse o cosas por el estilo, pero no exactamente eso. Me mira como si nunca antes me hubiese visto, como si fuese una persona nueva para él en vez de su hermanita. De todas formas, es una mirada cariñosa y tierna la que mantiene en mí, por lo que no me quejo. Así que decido burlarme un poco de sus palabras para no ruborizarme con fuerza. —¿Gracias? Oh, espera, ¿eso lo dijiste para decirme sin herirme que engordé y ahora soy una ballena? Sus ojos destellan confusión ante mis palabras, sin embargo, cuando ve la sonrisa en mis labios se limita a negar con la cabeza, riendo. —Bien, vámonos —interrumpe Sam, quien se levanta rápidamente con entusiasmo, agarra sus cosas con una mano y sale de la cocina sin decir otra palabra. Miro confundida su lugar vacío. Con el ceño fruncido, me levanto luego de darle otro bocado a mi tostada y tomarme rápidamente mi jugo delicioso. No es común que Sam quiera llegar temprano al instituto, eso solo pasa cuando alguna de sus conquistas entra antes que él a clases. Ty y yo hacemos lo mismo, y lo seguimos luego de agarrar también nuestras mochilas sin mediar palabras. Hacemos todo el trayecto de bajar por el ascensor y abrir la puerta de entrada en unos tres minutos. Se nota a kilómetros que mis hermanos están más que apurados, ya que caminan con pasos tremendamente agigantados que ni yo puedo alcanzar. Los sigo hasta llegar frente a un jeep n***o —muy lindo la verdad— y nos subimos a él para luego comenzar nuestro viaje hacia el infierno. Mirando hacia los gemelos, sonrío sin poder evitarlo. Si no fuera por ellos, no estaría en su familia. Mejor dicho… dudo que tuviera una familia. Sus padres me acogieron porque ellos querían tener una hija y no pudieron. Me adoptaron cuando tenía apenas siete años y fue gracias a Sam y Ty. Ellos me encontraron tirada en el suelo, toda sucia y magullada. Todo a causa de que un niño más grande que yo me había pegado. Me consolaron hasta que mis llantos cesaron y sus padres los llamaron. Ellos les imploraron adoptarme a mí, pero sus padres les dijeron que ya tenían a una candidata para adoptar. Mis hermanos se empeñaron en decirles que, si no era yo la que iba con ellos a casa, no sería otra. Que la iban a maltratar y ser malos hermanos con ella. Sus padres, luego de un rato, cedieron y me llevaron, por suerte. Éramos una familia unida. Íbamos todos juntos a restaurantes caros, veíamos películas y reíamos sin parar. Nunca nos cansábamos. Nos queríamos porque éramos familia, pero un día, Sandra, mi madre adoptiva a la cual yo le decía mamá, se desmayó de la nada. Los doctores le diagnosticaron cáncer y nos informaron que no viviría mucho tiempo más. Todos estuvimos decaídos, deprimidos, furiosos. Impotentes. Llenos de sentimientos inexplicables a la hora de hablar de eso. Un año y medio después, Sandra murió. Desde ese entonces, William se alejó de todos nosotros con la excusa de su trabajo. No lo culpo. Nunca lo hice. El vernos todos los días de seguro que le recordaba a su difunta esposa, así como verlos a todos me recordaba a mi madre. Pero aquello no era excusa para alejarse de nosotros. Pareciera que toda la familia desapareció junto con la muerte de mi madre. Que todos nos fuimos con ella. Pero sé que una parte de cada uno de nosotros sí se apagó cuando ella se fue de nuestras vidas y nunca se volverá a prender. Era algo que simplemente no se recuperaba por más que lo deseáramos con fuerza. Ella no volvería. Por otro lado, mis hermanos me consolaban mucho cuando era de noche porque soñaba con ella muy a menudo y cuando me despertaba, iba corriendo con una sonrisa plasmada en la cara hacia la habitación de mi madre porque pensaba que ella no había muerto y que seguía con nosotros. Pero al no verla en su lado de la cama, me desilusionaba. Rompía mi corazón en mil pedazos encontrar su lugar en el colchón vacío. Y aún más saber que mi padre ni siquiera se tomaba el tiempo de entrar a aquel cuarto para recordar los buenos momentos. Él ni siquiera lo mencionaba. Simplemente se aislaba sin importarle sus hijos que, para el caso, estaban vivos. Lo fuimos superando al pasar los años hasta el punto que llegamos a no hablar de ella y solo recordar los momentos felices. Luego, mis hermanos se cansaron de mi padre y se fueron, dejándome sola y sin nadie con quien compartir mis emociones. Mi vida fue dura durante ese tiempo que ellos no estaban. Aun así, no los quería llamar para decirles que los necesitaba y así pedirles que me alejaran de todo lo malo que me pasaba en ese entonces. Por lo que el viaje de negocios de mi padre fue para mí muy bueno. Aproveché el momento para desprenderme de todos mis problemas y visitar a mis hermanos. Olvidarme de todo. Estar a su lado no solo unos días, sino más de un año entero para disfrutar la compañía de ellos. Puede que nos enojemos y molestemos todo el tiempo, pero nunca dejamos de querernos. Los considero mis verdaderos hermanos y estoy segura de que ellos a mí también. Es por eso por lo que los amo. Desde el primer segundo en que me vieron, ellos adoptaron esa postura de hermanos mayores y nunca hablaron de mí siendo solo una chica adoptada por sus padres. Me consideraron más que una hermana. Me hicieron parte de la familia. El sonido de una bocina me devuelve al presente y tengo que parpadear para lograr concentrarme en el resto del camino que queda por recorrer. Veinte minutos después, aparcamos en el estacionamiento a un lado del instituto. Me deslizo sobre el asiento y miro por la ventana hacia afuera. Frente a mí se encuentra un gran establecimiento de ladrillos, con puertas altas de madera y un campus gigantesco lleno de estudiantes. Las ventanas, el césped, el cielo y los árboles alrededor junto con el diseño del lugar, hacen que sea un instituto típico de película. No dejo de mirar pasmada a mi alrededor mientras siento cómo mis hermanos salen primero del auto. Me quedo unos segundos más admirando la vista y levanto la mochila que se cayó en el viaje mientras veníamos. Esperan a un lado del coche para entrar conmigo y yo me uno a ellos en solo unos instantes, parpadeando con nerviosismo. Caminamos hacia la entrada y todas las miradas se posan en mí. No solo por el hecho de que estoy entremedio de dos gemelos buenorros, supongo yo, sino por ser la única mujer que no se quiere colgar de sus fuertes brazos. Bueno, no exactamente por el mismo motivo que las demás. La idea de colgarme de ellos para que me lleven en sus brazos y así no caminar es… realmente tentadora. —Te acompañaremos a la secretaría para que te den tus horarios y la combinación de tu taquilla —avisa Tyler, pasando un brazo por mis hombros y sonriendo hacia unos chicos que pasaban junto a él. —No es necesario, puedo encontrarla por mí misma. No soy estúpida, Ty —caminamos por los pasillos, ignorando todas las miradas. —Tranquila, hermanita. Cuanto más tardemos en ir a nuestra primera clase, mejor. La Sra. Harswin es insoportable. Su voz chillona hace que quieras levantarte de tu asiento, mearle encima, pegarle con un martillo en la cabeza, volver a mearle encima, cortarle las venas, matarla, enterrarla y bailar en su tumba —explica Sam con tranquilidad, como si todo eso que dijo no sea malo ni tampoco un delito. Lo miro divertida y con una ceja levantada burlonamente. —¿Nada más? —Oh, claro. Cortarle esos pechos falsos y venderlos a los abuelos necesitados —sonríe con inocencia y yo carcajeo como nunca. Mi risa resuena por todo el pasillo y algunos alumnos que merodean con tranquilidad me miran raro hasta que notan con quiénes estoy y sonríen con falsedad mal disimulada. Llegamos a la secretaría unos minutos después mientras reímos por todo lo que Sam dice de la Sra. Harswin. Una mujer rellenita llamada Henrietta nos saluda con la sonrisa más fingida que haya visto en mi vida. Aunque lo hace más para mis hermanos que para mí. El asco me ataca cuando pienso realmente en lo descarada que es su forma de mirarlos. Ellos pueden llegar a ser fácilmente sus nietos, sin necesidad de ofender. —¿En qué los puedo ayudar? —pregunta con una voz tan chillona que me dan ganas de vomitar en mi propia boca. Pongo mi más artificial sonrisa y me dirijo hacia ella. Y en vista de que todos a los que vi eran así de falsos, me permito pensar libremente sin culpa. «Que dejes de ver a mis hermanos como tus próximos amantes porque estoy segura de que podrías ser directamente su abuela segunda», pienso en mi interior. Luego respondo con voz cortante mientras la fulmino con la mirada. —El número de mi taquilla y mis horarios, por favor —pido mientras siento cómo mis hermanos miran divertidos hacia mí ante el cambio radical de actitud. Hace unos segundos estaba riendo a los mil vientos y de repente estoy toda seria y cortante. Ella me da lo que le pido y luego vuelve a sonreír cuando nos despedimos. Quiero sacarle el dedo medio y maldecirla frente a todos, pero no lo hago, no soy tan grosera con las personas como muchos piensan. Ella se sonroja ante el guiño que Sam le da, es por eso por lo que mi enojo crece aún más. E intuyo que eso es lo que él pretende: enojarme hasta el cansancio. Me perturban las mujeres así, que coquetean sin descaro y sin importar qué. Sinceramente, siempre estuve rodeada de chicas de ese estilo cuando los chicos aún vivían conmigo en la casa de mi padre. Me usaban para conseguir algo de ellos y luego me dejaban porque alguno de mis dos hermanos les rompía el corazón. Es por eso por lo que nunca tuve una amiga verdadera y las odio por eso. —Demonios, qué tigresa llegaste a ser, Nat —comenta con alegría Sam. —Ya cállate. No estoy de humor y puedo arrancarte los malditos testículos con los dientes. Te aseguro que no podrás tener descendencia por más que reces —gruño enojada. Al instante, se tapa con rapidez sus partes y me mira con el rostro contraído por el susto fingido. —¡No te metas con Garry y Thom! —¿Les pusiste nombre a tus bolas? —pregunto evitando reírme en su cara, pero sin poder evitarlo una sonrisa aparece en mis labios. ¡Esto sí que es divertido! Sabía que él le ponía nombre hasta a las rocas que tomaba de los parques y que adoptaba, pero tampoco para tanto. —Sí. Furioso se aleja dando fuertes golpes al suelo con sus zapatillas mientras sigo caminando con Ty hacia mi primera clase, sin importarnos nada su molestia. Sam acostumbra a enojarse cuando alguien no está de acuerdo con él. Es algo de lo que no nos importa presenciar. Sus rabietas serán siempre las mismas, todas por los mismos motivos. Así que, nunca le hacemos caso a sus caprichos que son, por supuesto, muy comunes. La verdad es que se enfurece por cualquier cosa y se hace el herido solo para tener una salida exagerada y teatral con dramatización típica de él. —Bueno, pásala bien. Estudia y bla, bla, bla… —dice Ty cuando paramos frente a una puerta blanca. En el centro tiene una placa escrita que dice «Biología» en letras grandes y negras. —Gracias, creo. Tomándome en sus brazos, besa mi cabeza con afecto. —¡Nos vemos, Nat! —saluda antes de irse por el lado contrario del pasillo por el que vinimos, el cual ahora se encuentra más vacío que antes por el comienzo de las clases. Me volteo nuevamente hacia la dichosa puerta y suspiro resignada, cerrando por un segundo mis ojos. Es aquí donde empieza la estúpida clase. Maldita escuela.
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