Capítulo 2

1489 Words
Rodhon, me convenció de que aquella sí sería la última vida de Rithana y debía aprovechar de acabar con mi hermano… algo que no estaba seguro de poder hacer. Tampoco estaba seguro de querer matar a Rithana. Solo porque Rodhon estaba detrás de mí, instruyéndome, lo hacía, él sabía lo que era mejor para nosotros y para nuestra r**a. La maldad de mi hermano cubría todo donde aparecía y no lo podía permitir. Él no amaba a nuestro pueblo, él solo quería el poder que ese niño le otorgaría, jamás pensó más que en sí mismo. ―Sabes que ese niño no es viable con la vida, Rithana no lo soportará, morirá antes de tenerlo ―me increpó Rodhon cuando le dije que en aquella oportunidad dejaría a mi hermano en paz―. No puedes dejar que él siga destruyéndola, torturándola. Sé que algo de cariño sentías por ella. No puedes dejarlo ganar esta vez. ―Lo siento, Rodhon, ¿crees que me ha sido fácil lastimarla como lo he hecho? Tengo rabia, sí, estoy dolido, mi hermano siempre ha sido quien se ha llevado todos los premios, el que ha tenido todo siempre, pero… ―Pero ¿qué, Alejandro? ¿Acaso él ha tenido consideraciones contigo? ¿No te ha dejado siempre con las manos vacías? Yo que tú lo hubiese destruido a él hace mucho. Él solo espera el momento justo para hacerlo. No ha logrado su propósito de acabar contigo, en cuanto pueda, lo hará sin miramientos. ―Eso no es verdad. ―¿Ah, no? ¿Qué crees que él iba a hacer cuando te fue a ver hace algunas semanas? No contesté, no fui capaz. No. Mi hermano podría ser muchas cosas, mas no un asesino. Podíamos enojarnos, molestarnos, pero… Los argumentos que siguieron me convencieron de que mi hermano me odiaba hasta límites insospechados para mí y decidí seguir con mi plan de siempre, con una sola salvedad: en esa ocasión sería yo quien hiciera un hechizo para evitar que Rithana volviera a la vida, de ese modo, mi hermano moriría en vida y mi venganza concluiría. No dejaría que Rodhon se equivocara de nuevo y permitiera que mi hermano la regresara. Siempre que ella volvía, me decía que algo había fallado en su hechizo de no traerla más a la vida. Me aseguraría de que así fuera. Tres meses después me acerqué a su casa, primero tomé la forma de un peón de su hacienda, para luego cambiarme por Damián Lexington, Ptolomeo, mi querido y apreciado hermano. Rithana estaba con otras mujeres haciendo… nada. Claro, estaba embarazada ya de mi hermano. Era verdad que los dolores que sentía eran horribles, cosa que a mí me molestaba, porque ese niño no podría vivir una vez fuera de su madre y dentro de su vientre podía llegar a ser muy doloroso, yo había sido testigo de eso, pero así lo había querido ella y mi hermano. Yo solo me aprovechaba de la situación. No pude evitar sentir algo de culpa cuando la vi. Esa vez, sería destruida para siempre. Había conseguido un hechizo para hacerlo, un hechizo poderoso que mi hermano no podría deshacer. Por un minuto dudé en acercarme a ella. ―Está en el momento preciso, no sabe lo que ocurre con su embarazo, debes sacarla de aquí antes que sea demasiado tarde, ese niño crece a pasos agigantados. ―Rodhon se había acercado por detrás, sin que me diera cuenta―. Hazlo, véngate de tu hermano, se lo merece. Nos ha hecho infelices por todos estos siglos por su capricho. Además, está juntando armas y hechizos para destruirte él mismo. ¿Esperarás a que lo haga sin defenderte? Te he dicho miles de veces que deberías destruirlo. No contesté, simplemente, me acerqué a Rithana con la forma de mi hermano. ―¿¡Qué haces aquí?! ―le reproché, como si fuera mi hermano, ella me miró asustada―. Entra a la casa, no quiero que vuelvas a salir. ―Pero tú… ―Pero yo nada. Entra y no salgas. Eres la madre de mi hijo y debes cuidarte. Eres una… ―Damián… ―¡Damián, nada! Te ordené que entraras, si no me haces caso, me veré forzado a encerrarte, ¿o quieres volver a la mazmorra? Rithana abrió los ojos como platos. Rodhon me había contado lo que había sucedido cuando ella “escapaba” de él y lo utilicé en su contra. ―¡Responde! ―urgí. ―No ―contestó con la cabeza baja. Ella entró a la casa con lágrimas en los ojos. Sabía que, desde ese momento, su relación con mi hermano no sería la misma y él nunca entendería por qué. Ella miró hacia atrás y no niego que sentí lástima por ella, parecía tan feliz antes que yo entrara a verla, incluso, al verme, sus ojos se iluminaron… Pero no podía darme el lujo de sentir lástima por ninguno de los dos, ellos me habían hecho demasiado daño y mi hermano planeaba acabar con mi vida, como si no me hubiera hecho suficiente daño. La siguiente tarde, me escabullí como yo mismo, con la excusa de querer saber cómo iban las cosas. Ella me contó que bien, sin embargo, algo había cambiado en su esposo, lo que hizo que pudiera ir ganado su confianza poco a poco. Después de hacerle alguna escena disfrazado de mi hermano, aparecía yo para darle cariño, seguridad… amor. Cuando logré ganar su confianza, la saqué del lado de mi hermano y me la llevé a vivir conmigo, pero aquella oportunidad sería muy distinta a las otras ocasiones. La dejé conmigo, en mi casa, lejos de mi hermano Ptolomeo, la cuidé, pero sus dolores eran peores que otras veces. Por los dioses de Egipto, juro que hubo un momento en que pensé en devolverla a mi hermano. Parecía que ese bebé sentía las emociones negativas de su madre hacia mi hermano, emociones que yo provocaba. Llegó un momento en que no era capaz de verla sufriendo así, parecía que su embarazo iba a pasos agigantados. Sí, cada vez parecía durar menos su gestación, apenas llevaba cuatro meses y parecía de ocho. Nunca la había visto de ese modo. Y yo no pude ser un maldito con ella. No pude provocarle más dolor. Si ella tenía sentimientos negativos, el bebé protestaba pateándola, por lo que ya no provocaba nada en ella, aun así ella estaba cansada. No sabía lo que le sucedía. Por lo menos no exactamente. Por esa razón, por sus dudas, sus miedos, fue que le conté su historia completa. Todas sus vidas, todas sus muertes. Su compromiso conmigo, su “amor” por mi hermano –eso lo desvirtué un poco, diciéndole que él controlaba sus emociones para que ella se enamorara de él–. Le conté de nuestro pueblo, de su destino ya no tan claro, porque si no era capaz de soportar un hijo perfecto del futuro próximo faraón, que debía ser yo, no podría existir ningún futuro para nuestro pueblo, al que yo debía dirigir como el nuevo dios, puesto que mi hermano también quería arrebatármelo… Junto con todo lo demás. Rithana, cuando se enteró de lo que mi hermano había hecho, me pidió que la matase. Para siempre. Tuve que hacer muchos esfuerzos para evitar que se quitara la vida a sí misma. Yo ya no era capaz de hacerlo. Primera vez en todas sus vidas y en todos mis años que no podía causarle daño. No me gustaba verla así, quería ayudarla, quería que ella fuera feliz. Por primera vez en mi vida, me sentí libre de ese rencor maldito que vivía conmigo. ―Se la voy a devolver a mi hermano ―le dije una tarde a Rodhon. ―¡No puedes hacer eso! ―Mírala, está a punto de tener al niño. Ya no soy capaz de lastimarla, no quiero esto. Dejaré que sean felices de una vez por todas ―confesé un poco avergonzado. ―No, Alejandro, después de todo este tiempo, de todas las luchas, de todas las vidas de Rithana, ¿vas a tirar todo por la borda? ¿Qué crees que es esto? ¿Un juego? ―No, claro que no, pero ya no quiero seguir con esto. ―Si hubieras hecho que Rithana acabara con él… ―¡Es mi hermano, Rodhon! ¿Acaso no puedes entender eso? ―¿Hermano? ¿¡Acaso crees que él te ve como su hermano!? Yo sabía que no era así, siglo tras siglo, Ptolomeo hacía que Rodhon volviera con él, lo manejaba a su antojo, por eso sabía los sentimientos de mi hermano hacia mí y sus ansias de acabar con mi vida. Cuando nuestro fiel tutor se liberaba un poco de Ptolomeo, podía discernir lo que mi hermano lo obligaba a hacer y recurría a mí por ayuda para ser liberado.
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