Camila siempre había sabido que debía evitar a Dylan Reed. Durante los años en la universidad, hizo todo lo posible por no cruzarse con él, el hombre del que todos hablaban en susurros, el "monstruo que finge ser humano". Los rumores lo seguían como una sombra oscura; algunos decían que con solo una mirada podía hacer que te sintieras insignificante, que su capacidad para manipular y destrozar a las personas era aterradora. Otros afirmaban que, de alguna manera, disfrutaba del caos que generaba a su alrededor.
Pero ahora, mientras lo miraba, sus sentidos abrumados por su presencia, Camila no podía entender cómo no lo había reconocido antes. Dylan Reed, el hombre que había hecho de su vida en la universidad una constante carrera para evitarlo, estaba ahí, a su lado, demasiado cerca.
Inhaló profundamente, el aroma a menta fresca que emanaba de él invadiendo sus pulmones. Era un olor tan adictivo, tan embriagador, que por un momento olvidó la incomodidad y el dolor que sentía en su cuerpo. Ese aroma hizo que sus pensamientos se nublaran, y entonces, lo comprendió. Ahora lo entendía. Por qué había caído en sus brazos la noche anterior. El alcohol había sido solo una excusa. La atracción que él proyectaba, esa fuerza magnética, había sido el verdadero motivo.
—Hmm... Todavía hueles tan bien —murmuró Dylan, inclinándose hacia ella para plantar un beso suave en su cuello.
Camila se estremeció ante el contacto, y un pequeño jadeo escapó de sus labios antes de que pudiera detenerlo. Su cuerpo se tensó, los nervios alertas mientras lo empujaba torpemente. No podía dejar que esto continuara, pero su resistencia parecía inútil. Dylan no se apartó, su rostro quedando peligrosamente cerca del de ella, tan cerca que su aliento rozaba su piel.
—¿Qué estás haciendo? —logró preguntar, su voz temblorosa, llena de confusión.
—¿Por qué te apartas? —respondió él con una sonrisa burlona. Sus ojos brillaban con una mezcla de satisfacción y diversión. El tono de su voz la hacía sentir expuesta, vulnerable—. ¿No es bueno esta vez?
La pregunta hizo que su corazón se acelerara. Camila desvió la mirada, incapaz de enfrentarse a esos ojos que parecían desarmarla con solo mirarla. Necesitaba que él se alejara. Necesitaba un espacio para respirar, para pensar con claridad.
—S... mantente alejado —susurró, con la voz rota, sabiendo que no tenía control sobre la situación.
Dylan frunció el ceño brevemente, pero su expresión cambió rápidamente, volviendo a esa sonrisa confidente que tanto la perturbaba.
—Anoche no te quejabas —dijo con suavidad—. Estuviste gimiendo hasta el amanecer. ¿Te duele el cuerpo?
¿Qué? Camila sintió que el mundo se tambaleaba a su alrededor. Sabía lo que él quería decir, lo intuía por el dolor que recorría su cuerpo, por las marcas rojas que adornaban su piel como un recordatorio de lo que había pasado. Pero escuchar esas palabras salir de su boca con tanta facilidad la dejaba sin aire. ¿Cómo podía hablar de eso de forma tan casual?
—N-no... S-sí... No lo sé... —tartamudeó, tirando desesperadamente de la manta para cubrirse, tratando de ocultarse tanto de su mirada como de la realidad de lo sucedido.
Dylan no dejó que su reacción lo perturbara. Al contrario, se acercó más, sus labios rozando su hombro con una suavidad que la hizo temblar. Un beso delicado, pero cargado de intención. Camila sintió que su espalda caía de nuevo contra el colchón cuando él la empujó, colocándola bajo su dominio, inmovilizada.
Esto estaba yendo demasiado rápido.
Sí, habían compartido algo la noche anterior, pero volver a ese estado ahora, en la mañana, era algo que no esperaba ni sabía cómo manejar. Aunque, para ser sincera consigo misma, le costaba admitir que no le desagradara del todo. La confusión la abrumaba, mientras sus emociones chocaban entre sí.
Los labios de Dylan se deslizaron hacia los suyos, tan suaves, tan hábiles, que Camila sintió cómo sus pensamientos comenzaban a desvanecerse, sustituidos por una sensación de placer que no debería estar allí. No debería sentirse así. No después de todo lo que había pasado, no con él, y mucho menos en este momento.
Pero sus manos no se movían para detenerlo, y en lugar de luchar, se encontró respondiendo a su toque, dejándose llevar por el calor que emanaba de él, por esa habilidad para hacerla olvidar sus propios límites.
¿Qué diablos estaba haciendo?
Sus labios eran como una droga, un escape temporal de todo el caos que la rodeaba. Aunque su cuerpo aún doliera, aunque las marcas en su piel le recordaran la realidad, el toque de Dylan era suficiente para que se perdiera en esa niebla seductora que él sabía cómo crear. Por un momento, olvidó el dolor, olvidó la confusión, y solo quedó el deseo, la atracción inevitable hacia un hombre que, de alguna manera, siempre había representado el peligro que tanto había tratado de evitar.
Pero ahora, atrapada en su red, Camila ya no estaba tan segura de querer escapar.
—Espera. ¡No, no deberíamos estar haciendo esto! —dijo Camila con una mezcla de pánico y confusión. Giró la cabeza hacia un lado mientras lo empujaba con más fuerza de la que pensaba que tenía.
Dylan se detuvo, sorprendido pero sin perder esa calma característica. Frunció el ceño levemente antes de alejarse un poco. —Oh... Lo siento. Debes seguir sintiéndote adolorida —dijo, su tono más suave, casi preocupado.
¡No! —quería gritar ella, pero las palabras quedaron atrapadas en su garganta. No era exactamente eso, el dolor no era el problema aquí. Le gusta, pero eso no significaba que estuviera bien. ¡Ese era el verdadero problema!
Camila lo miró con los ojos muy abiertos, luchando por procesar la situación. Dylan Reed, el hombre del que había intentado mantenerse alejada toda su vida universitaria, ahora estaba aquí, en su cama, disculpándose, como si fuera ella la que estaba en control.
—Pensé que estaba soñando —continuó Dylan, con una media sonrisa—. Incluso después de tomar una ducha fría, todo esto parecía irreal, así que volví a comprobar si era verdad. —Inclinó la cabeza hacia un lado, estudiándola con esa mirada que la desarmaba cada vez más. Se alejó de ella, apretando la toalla alrededor de su cintura—. Aunque, para ser honesto, pareces mucho más agradable esta vez, en comparación con anoche, cuando estabas borracha...
Las palabras resonaron en la mente de Camila como una bofetada. ¿Qué había pasado anoche? ¿Qué hizo para que Dylan la viera de esa manera? No recordaba con claridad, solo fragmentos vagos de su cabeza doliendo y su cuerpo moviéndose por inercia.
—¿Qué pasó anoche? —preguntó en un susurro, temerosa de la respuesta.
Dylan la miró por un largo segundo, antes de encogerse de hombros, como si realmente no fuera asunto suyo recordarlo por ella. —Me temo que tendrás que descubrirlo tú misma —dijo con voz firme—. No quiero que pienses que me aproveché de ti cuando, en realidad, fue al revés.
¿Al revés? La mente de Camila quedó en blanco por un instante. —¿Qué...? —empezó a decir, pero las palabras se desvanecieron cuando la realización la golpeó como una ola helada. ¿Había sido ella la que había forzado todo esto?