Me levanto agitado. Estoy con el trasero pegado al yerto suelo. Toqué un poco la sangre seca de mi nariz hasta el labio. De pie sacudiendo el pantalón n***o, miré derredor.
El ambiente es pesado, trato de caminar mas siento mis pasos como plomo. Por las ventanas distingo una película húmeda a causas del vapor. No hay ruido alguno, únicamente mis zapatos marrones de cuero sonando seco su tacón con la alfombra del vagón. Traté de recordar los últimos segundos, perseguía una malnacida mujer pecaminosa.
Cedió la manivela de la compuerta. Presencié el puente, sin embargo, fue suficiente enfilar hasta la escalera en descenso. Mi corazón está latiendo en calma mientras ando.
Está durmiendo la feroz locomotora frente al túnel que conduce al pueblo de Hillwind, mi hogar. El silencio es sobrecogedor hasta el hecho de pensar en la posibilidad de haber muerto. No hay viento que moviese a los pinos larguiruchos como gigantes ancestrales, son estatuas petrificadas por la anomalía del espacio. Poder describir el cielo parece una tarea imposible, de una manera inexplicable es un mar de color rosado y blanco con ciertos niveles grisáceos, su hipnótico danzar del eterno oleaje es similar al de una lámpara de lava.
Varado en medio del camino hacia Hillwind, estoy agotado en opciones, dudé en llamar al conductor, el silencio predomina aún como si la humanidad se hubiera extinguido. Pensé en continuar por el túnel, pero la decisión es explorar los vagones en busca de indicios de vida.
Regresé al interior hasta llegar al segundo vagón donde está mi estancia. Me dirijo con normalidad, siento cierta satisfacción a la soledad inminente; deberíamos apreciar de vez en cuando nuestra soledad, abrazarnos en la oscuridad y en el espejo aprender a amar. Es difícil tener un ego capaz de armonizar con tu reflejo, nos alabamos y cuestionamos como hacemos con los demás, hasta con nosotros somos jueces.
Deslicé la puerta, ¡por dios, dos esqueletos tomados de manos! Están llenos de telarañas y en consecuencia, rodeados de arácnidos. De todas maneras, el amor de nuestra vida morirá algún día y nos veremos así. Sentí pesar por los dos desafortunados. ¿Por qué siento esto? No los conocía, al fin y al cabo me da igual, crecemos rodeados de muerte y pésame. Hubiera gustado de retirarme, el esqueleto en sus manos entrelazadas tenía una linterna que robó la atención. Me sirve de ayuda para cruzar el interior del túnel.
Escrúpulos tener para retirar la linterna no tuve. Comprobé su funcionamiento y está en perfecto estado. Asentí como si fuera un objeto de alto valor.
Salí por la compuerta del vagón, la neblina es más intensa en el interior del bosque. Raro es despertar en este tipo de situaciones igualadas a una pesadilla. Consideré estar atrapado en un sueño lúcido o estar muerto; tal vez, Rose es el ángel de la muerte encargada de llevar mi alma al descanso infinito. La teoría sostenida por el intelecto en hallar una respuesta de tranquilidad a las inquietudes, me sostuvo en constante razón; negué entonces ser un evento onírico, esto sería el viaje al etéreo.
Quería morir después de todo, el mundo está plagado de miseria y el infierno es la tierra donde conocemos a los amigos, traidores, parejas y familia. El paraíso es la definida ascensión del alma cuando estamos agonizando. Es tan triste, nacemos del sufrimiento, morimos en sufrimiento.
—Locke —escuché en el bosque.
De nuevo la voz de Rose en las profundidades de los pinos estáticos.
—¿Rose? —pregunté para probar una respuesta.
—Locke, ven conmigo.
¡Susurró en mi oído! Traté de agarrarla para demoler su rostro. Rápida como una gacela se perdió en la niebla. No tuve otra opción que ir detrás. Hube pisado la tierra límite con lo que pensé sería niebla y mi piel se humedeció al contacto con la espesa nube condensada de vapor. Arrugando el rostro con expresión de asco por el azufre calcinando mi sentido del olfato, llevé el antebrazo para cubrirme la nariz; aún tenía el aroma del perfume de la carta. Deseaba volver, pero el impulso para capturar a la burlona mujer superó la votación. Avancé con cautela mientras las gotas cristalinas bajaban acariciando mis pómulos, empapando un poco la camisa blanca de botones y la corbata negra de la oficina.
—¡Rose!
Los troncos en las texturas, si miras por un rato puedes definir un río de ánimas fluir en gritos perpetuos. Permanezco rodeado del camposanto forestal paralítico, pierdo visión mediante el sendero se extiende hasta un sinfín del panorama.
Por instinto miré hacia el firmamento, está cubierto de vapor y las ramas sobresalientes auguran venas negras plasmadas en el lienzo.
Adelante mantuve el paso hasta vislumbrar la figura lánguida de un pozo en medio de un terreno de piedra, delimitado en círculo. Me detuve frente al brocal.
No puedo negar lo que está allí y ocultarlo es innecesario, cuando esta vorágine de emociones avivan el rescoldo de mi amor por ella. Posé las manos en el borde, observé los alrededores, una centella me cegó.
Por completo había olvidado los escenarios que envolvieron nuestro conocer. Éramos jóvenes, no teníamos idea de como se movía el mundo o quién lo movía. Tomados de manos, celebramos la conferida libertad ansiada desde que llegamos al sanatorio mental de Hillwind.
Prófugos éramos para aquel tugurio diabólico de miasma mortecino. Desaparecer en un vagón era una idea absurda, nos capturarían, debíamos permanecer lejos de las garras de Satanás.
Rosantina es una mujer descrita anteriormente como Rose. Solo que el rostro es hecho de la tela más fina y delicada existente, resalta el juego de matices opacos de sus ojos, nariz promedio, labios pequeños pincelados de óleo rojo. Vestía con el conjunto blanco del sanatorio, su cabello estaba recogido en un moño.
—¡Libertad! —anunció Rosantina con los brazos extendidos, saltando en círculos.
Indescriptible es su belleza al sonreír. Los rayos solares dibujaban manchas de claridad movedizas en sus cachetes, producto del esplendor vivo a través de la fronda. Me regurgita el hecho del recuerdo del viento y el baile de los pinos. ¿Cuánto tiempo nos detenemos para extrañar el lazo imperceptible con la naturaleza?
—Debemos continuar al lago —dijo un yo del pasado—. Estarán buscándonos con los perros.
Ella corrió hasta a mí, se abalanzó con la intención de hacerme caer, con fruición nos besamos dejando atrás una prisión de torturas. Mis dedos sentían las costras de las quemaduras en su cuello y cabeza.
—Eres un buen hombre, Locke —dijo apartando el mechón de cabello oscuro en mi amplia frente sudorosa.
Yo era un buen hombre años atrás. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué me convertí en esto? ¿Borramos la inocencia para justificar la perversión humana?
Ella se levanta y tiende la mano para ayudarme. Fuimos por el sendero respirando calma, exhalando preocupación. La corriente de aire era tan suave como su piel.
—¡Locke, mira! —gritó como una niña señalando el pozo.
Nos acercamos hasta detenernos en el brocal.
—Deberíamos pedir un deseo —dijo ella.
—No tenemos una moneda —contesté consternado.
—Podemos lanzar una piedra, digamos que sería nuestra moneda especial.
Los pensamientos de Rosantina eran infantiles a veces, sin embargo la amaba por un detalle que podría irritar a cualquiera. ¿No deberíamos estar con alguien que nos haga sentir como niños? El amor es complicado y a los adultos los regresa a ser niños, es en la inocencia donde tenemos el placer de nuestra sexualidad.
—Esta bien, será la nueva economía de un próspero reino en el bosque —cedí con una sonrisa.
Antes solía sonreírle al universo con ella a mi lado.
—Tomaré esta —dijo examinando con avidez la piedra—. Nuestros deseos no se dicen, recuerda —especificó meneando el dedo índice.
—Esta bien, lo respeto —dije considerando la superstición.
Lanzó la piedra, se hundió su deseo cerrando los ojos con las manos entrelazadas como los esqueletos del tren. Escuchamos el eco hasta que cesó el ruido abismal.
—Tu turno —dijo asintiendo.
Me tomé unos minutos para hacer la elección de la piedra, quería que fuera especial y no una del montón. Recordé que aunque viéramos con el mismo molde los objetos, tenemos el poder de valorar como únicos entre la multitud.
—Linda roca —dijo Rosantina con media sonrisa.
—Tenía que serlo como tú —respondo sonrojado.
—Gracias —musitó apenada, de lado a lado se movía con los brazos atrás.
Confesar un recuerdo extraído de las fosas marinas de mi corta vida es doloroso, comparable al abrir una herida con un bisturí en la faena requerida de infinita paciencia, helando tus nervios en la silla. El deseo fue complicado, tenía la suerte de permanecer en secreto.
Entiende las lágrimas en este instante del presente, soy un monstruo con emociones. Deseé la recuperación de Rosantina, la más pronta recuperación de su enfermedad en el pasado.
Han pasado años desde que mi piedra se llevó el deseo a los confines del erebo. Sollozo recuperando la compostura, había desatado un ciclón de la reserva de las esperanzas desterradas.
Enjugué con las mangas de mi camisa las saladas gotas emocionales y miro al suelo para encontrarme con la piedra entre mis pies. Es exactamente igual. Agachándome la sostuve entre los dedos, es imposible que hubiera aparecido de nuevo, aunque en el etéreo no existe lo imposible. Consideré esto cortesía del limbo, creo hacer un deseo, pues bien, lo haré.
—Desearía Rosantina pudiera curarse del trastorno bipolar —repetí el deseo del pasado.
Sonaron campanas, las identifiqué con el ófrico péndulo en el pináculo de la iglesia del pueblo de Hillwind. Eran tres campanadas seguidas en la distancia, asfixiadas por los kilómetros y a penas audibles.
El eco me hizo regresar a la realidad. Durante el vasto tiempo, sostuve la linterna en la mano izquierda. Debía regresar para atravesar el túnel y llegar al pueblo. Enfilé estas piernas vencidas por la tristeza. Quiero tanto la recuperación de ella, Rosantina debe curarse, la bipolaridad debe tener una cura.
Estoy loco por creer en una estupidez basada en la agonía y desilusión de un deseo sin cumplir. Los humanos somos tan creyentes en este tipo de asuntos al estar embarrados de desgracias.
Hube llegado hasta la entrada de vapor en el cementerio de pinos inmóviles, apareció como una silueta primero, después se aclaró un poco más. ¿Un niño? ¿Qué hace un niño en este lugar?
—¡Oye! —Capté su atención, la mirada felina me perforó como una estaca—. ¿Dónde están tus padres?
Es la pregunta coherente típica para hallar un responsable además de compañía. Jamás nos preguntamos que hace un niño allí en medio de un bosque aromatizado por el azufre de un vapor macabro. Siempre preguntamos por ellos como si los padres resolvieran todos sus conflictos. Hay niños que sufren y mueren callados.
No contesta, debería acercarme. Algo en él me resulta espeluznante, no deja de mirarme fijamente. Estuve a cuatro metros de él dentro del vapor. Reconocí un rostro familiar, mi rostro.
—¿Quién eres? —me preguntó sin rastro de miedo.
—Soy Locke —contesté—. ¿Dónde están tus padres?
—Con el diablo.
—Deberíamos buscarlos, creo estar en el infierno —No sé muy bien por qué hablo de estos temas con un niño luciferino.
—Me llamo Lucas y nos esperan en la iglesia.
—¿Iglesia? ¿Quién nos espera?
—El siervo de Samael.
Dio la vuelta y corrió. Al trote trato de seguir su carrera para no perderme en el vapor. Hay un aura inquietante alrededor de aquellos espejos ennegrecidos. Viste como yo vestía en navidades, con un suéter verde tejido por la abuela y estampados de querubines; su cabello es corto, pero del mismo color que el mío. Diría que él es yo cuando era niño. Soy voz es diferente, sus labios también, igual la altura, yo era el más alto del salón.
Regresando al cadáver del ferrocarril, abandonada la fatigosa estela de azufre dejada a mi paso; vi como Lucas siguió apremiante hasta ser engullido por la oscuridad del túnel.
—¡Lucas! —grité su nombre para adquirir una silenciosa respuesta.
Encendí la linterna y retomé el paso del trote sin sentirme tan cansado. Sus palabras me traían viejos recuerdos, turbios y malos viejos recuerdos.
La iglesia de Hillwind es el lugar al que juré no volver a pisar mientras aquel monstruo siguiera allí. Otra centella cegó mi visión.
Recuerdo
Un recuerdo como un viaje en el tiempo me situó en el largo trayecto del túnel. Tenía unos ocho años, la edad aparente de Lucas.
—Maldición.
Estoy viéndome, no tiene nada de malo. Pequeño, indefenso, examinando los alrededores en circunferencias. El pequeño Locke solo quería huir de él. ¿Por qué estoy tenso? Trato de evitarlo, cierro los ojos, oscuridad, dulce oscuridad, bríndame paz.
—Tus padres están preocupados, Locke. —su voz asquerosa de jesuita—. Estás perdido. ¡No corras, el señor te castigará!
Abrí los ojos. Pequeño Locke, mis lágrimas otra vez rozan las mejillas.
—¡Eres malcriado! —Me acaricia, papá, mamá, el maldito anciano de la iglesia me acaricia en el túnel.
¿Los niños mienten? Mis padres jamás me creyeron.
—¡Suéltame!
No grites pequeño Locke.
—Debes expiar tus pecados, vamos deja de chillar —su voz melosa destroza mi alma corrompida por su falo.
Acostumbrado a la luz repentina, termina el recuerdo con la vista clavada en el final del túnel. Lucas esperaba, su imagen inocente de espalda a la salida evoca mi inocencia perdida.
En la ida y vuelta del trabajo pasaba por el túnel donde fui profanado en las noches. No lo había olvidado, hice como todos hacen, guardar los traumas en un baúl fingiendo superarlo.