El corazón de Emily se agitó con tanta fuerza que juró que se detendría en cualquier momento. ―Señor Müller, ha tomado bastante vino…―Hans se separó un poco de ella para mirarla a los ojos, notó el aro de ambos iris dilatados, en una delgada línea, entonces sus palabras resonaron con fuerza, trayéndolo a la realidad: él era el jefe y ella… Su asistente. Hans retrocedió, dejando a Emily recargada contra la puerta, sus mejillas estaban color escarlata y jadeando. Él no tenía derecho solo por qué la compró en la subasta para salvarla, él no tenía derecho siquiera de sentir celos o atracción por ella, él no debía de cruzar esa línea tan delgada entre los dos. Simplemente, no se lo tenía permitido. ―Lo siento, no sé qué me ha pasado…―se pasó una mano por su cabello, arrugó su ceño, Emily no

