París, Francia. Heinrich dio un sorbo a su bebida, cerró los ojos saboreando el ardor que se deslizó por su garganta, luego abrió sus ojos para mirar el paisaje frente a él. ―Señor Müller, aquí tiene su periódico. ―anunció el ama de llaves de aquel ático. Heinrich se giró hacia la mujer ya mayor, luego tomó. ―Gracias. ―la mujer negó al ver el vaso de cristal en su mano. ―No ha desayunado, señor. ―Heinrich presionó sus labios. ―Estoy bien. ―luego la mujer desapareció al ver el mal humor de su jefe. Heinrich se sentó en el sillón cerca de la ventana de dónde estaba, dejó el vaso en la mesa del centro y se dispuso a leer el periódico. Pero no estaba prestando atención, los reportes que le habían llegado hace una hora por parte de Anne, lo tenían inquieto. ― ¿Una asistente? ―soltó un

