Capítulo 8: "Juan Cruz Medina".

2277 Words
Juan Cruz abrió los ojos. Benjamín e Isabel estaban a su lado. Sus semblantes denotaban preocupación y, al mismo tiempo, alivio. —¡Hermanito! ¿Estás bien? ¿Cómo te sentís? ¿Te duele la pierna? ¿Por qué debería dolerle la pierna? Se sentía confundido. El último recuerdo que tenía en su mente era que había estado drogándose, que Salomé lo había descubierto y que luego habían ido a su cuarto a besarse. Nada más ¿Por qué estaba en la vivienda de su padre? ¿Por qué su familia lo contemplaba con consternación? La cabeza le daba vueltas. Se sentía mareado, desorientado y débil. No era capaz de articular sonido alguno. Tenía la garganta seca y la lengua áspera. —Isabel, no molestes a tu hermano con tantas preguntas —la regañó Benjamín, quien luego se volvió hacia su hijo—. Juan ¿Estás bien? No, no estaba bien. No tenía idea qué carajo le había sucedido ¿Por qué estaba postrado en una cama? Lo único que logró decir fue: —Agua. Isabel corrió hasta la cocina a buscarle un poco de líquido fresco, mientras su padre configuraba la piltra para que ésta se inclinara. Una vez que su hermana le convidó agua helada —lo cual fue muy placentero, especialmente para sus labios resecos—, se limitó a esperar a que su familia le explicara qué le había sucedido. No tenía ánimos para ser él mismo quien formulara las preguntas. —Has tardado tres días en despertar —explicó Benjamín, en un tono de voz calmo—. Hoy es trece de febrero, Juan. El joven Medina abrió los ojos como platos ¿Tres días? ¿Por qué? ¿Qué demonios le había sucedido? La droga que había consumido era inofensiva… Miró a Isabel en búsqueda de respuestas, pero al instante supo que no las conseguiría. Ella ladeó la cabeza en un gesto negativo, conteniendo las lágrimas. —Vas a tener que estar unas semanas en reposo, hijo. Tenés una herida en la pierna… Estuvimos inyectándote la medicación, pero ahora que has despertado, deberás tomar vos mismo las píldoras. ¿Una herida en la pierna? Corrió las sábanas, y vio que su extremidad inferior derecha tenía una venda. Sin decir nada, intentó quitarse la cinta, pero su papá lo detuvo. —No hagas eso ahora, hijo. Deberías aprovechar para descansar. ‘He descansado tres días, papá’, pensó, pero no pronunció dichas palabras. En cambio, preguntó: —¿Qué me ha pasado? —¿Tenés hambre? —lo interrumpió Benjamín—, el doctor me dijo que podés empezar a comer alimentos livianos. Estaba tan desorientado y confundido, que no había notado que su estómago estaba rugiendo. —Hambre y sed —replicó, con voz áspera—. Me gustaría comer vegetales… —Ahora te traigo lo que me pediste. Mientras tanto, Isabel te contará los sucesos de estos últimos días —musitó, y luego se marchó del cuarto, cerrando la puerta detrás de él. Su hermana se sentó en el borde de la cama, y le tomó ambas manos. —Me alegra mucho que te hayas despertado ¡Es un alivio que estés bien y que tengas apetito! Juan le dedicó una sonrisa cansada, y preguntó: —¿Cuándo nos mudamos? No lo recuerdo. —Claro que no lo recordás, hermanito… ¡Estabas inconsciente cuando sucedió! Samuel me ayudó a preparar tus pertenencias para traerlas aquí ¿No te acordás de la última vez que hablamos por teléfono, cuando te dije que empezaras a empacar? No lo habías hecho, pero era importante que nos alejáramos de allí cuanto antes… No recordaba la última conversación que había tenido con su hermana, por consecuencia, negó con la cabeza. —Aunque ya no puedo escaparme con Sam por las noches, estoy más tranquila al vivir con papá. No toleraría ni un solo día más cerca de Damián… Por alguna razón, escuchar el nombre de su padrastro le provocó una punzada de dolor en las sienes. Tuvo que tomarse la cabeza con ambas manos y masajearse para que se le calmara la molestia. —¿Estás bien? —Isabel sonó muy preocupada—. ¿Querés que llame a papá? Al cabo de un minuto, Juan se recompuso. —No hace falta. Sólo quiero que no nombres más a nuestro padrastro, me causa jaqueca. —Lo siento —se encogió de hombros. —No te aflijas, tranquila. Contame qué me ha sucedido. Isabel lo contempló con lágrimas en los ojos. —No lo sé exactamente… Hemos sacado nuestras propias conclusiones con Sam. Él te ha revisado, y dedujo que te han disparado en la pierna y que… —se detuvo, vacilante. —¿Qué? —No sé si es lo correcto decirte esto ahora, recién acabás de despertar… Juan Cruz resopló. —Estoy bien, Isabel. Decime todo lo que sepas. —Bueno… creemos que te han borrado los recuerdos de esa noche. El joven Medina no se sorprendió por sus palabras. Además, era cierto que no tenía idea de lo que le había ocurrido durante la madrugada del diez. —Eso es verdad. No sé qué me pasó… y tratar de rememorarlo me provoca una horrible punzada de dolor. —No te esfuerces, hermanito. Todo a su tiempo. —¿Cómo volví hasta aquí? ¿Me trajo una ambulancia? —Samuel y yo tuvimos que ir a por vos hasta Culturam. —¿Qué hacía yo allí? —No lo sabemos. Para entonces, ya estabas inconsciente y te habían disparado en la pierna. Por supuesto, los Fraudes no dan puntada sin hilo… Me obligaron a llevar a cabo un experimento antes de liberarte. Por suerte, salió bien. —¿Qué experimento? —Pusieron a prueba mi compatibilidad con Samuel. Eso es todo. —Se te está pegando la costumbre de hacerte la misteriosa, como solía hacerlo él —reprochó Juan, en un tono divertido. No dudaba que, a pesar de que Isabel y su primo no podían estar juntos, eran tal para cual. —Sos malvado —replicó su hermana, y luego agregó—: Horacio Aguilar y su colega me pidieron que no investigue más. A partir de entonces, Sam continúa por su cuenta la búsqueda de pruebas relacionadas con el homicidio de nuestra tía… —suspiró. Era evidente que no le gustaba que la dejaran afuera. —¿Te lo pidieron, o te obligaron a permanecer al margen? —Me obligaron… por ende, vos tampoco podrás averiguar más nada relacionado a Culturam —comentó. Pronto, cambió de tema—: hablé con mamá hace unos días. Tuvimos una charla pacífica. Se veía triste porque nos íbamos, y a su vez, me hizo sospechar que ella sabe ciertas cosas, aunque no me dio mucha información. —¿Ha venido a verme? —Claro. Ha pasado todas las mañanas a tu lado. Umma y Samuel también vinieron a verte. Sam incluso ha pasado dos noches cuidándote. —¿Y Salomé? Isabel negó con la cabeza. —¿Podrías llamarla? Quizás ella podría brindarme algunas respuestas. He perdido mi teléfono. —Claro, le pediré que esta tarde venga a verte. También convenceré a papá para que te consiga un móvil. Eran las tres de la tarde. El día estaba cálido, pero el calor de febrero no era tan agobiante, ya que faltaba poco más de un mes para el otoño. Salomé se hallaba en el negocio de pirotecnia junto a Ezequiel y a Micaela. La pequeña estaba mirando un programa en la televisión. —¿Dónde está Samuel? Vive faltando al trabajo —protestó el joven Acevedo—. Siempre tengo que cubrirlo. —Seguramente está en alguna misión. Escuché que él recibirá un trato aún más estricto por culpa de lo que sucedió con Juan Cruz. —¿Qué le pasó al hermano de Isabel? —intervino Micaela de pronto. —Nada grave —mintió Salomé, como lo hacía siempre para proteger a su hermanita—. Se enfermó, y ahora está haciendo reposo en su casa. De repente, apareció la señorita Medina por el local. Vestía unos jeans que le quedaban un poco sueltos —seguramente había perdido peso—, unas sandalias y una blusa de color verde. Aparentemente, ella ya sabía que Samuel no se encontraba allí, porque no preguntó por él. —Buenas tardes —la saludó Ezequiel, sin ocultar que se le hacía agua en la boca cada vez que la veía—. ¿Qué te trae por aquí? —Hola… —miró a la señorita Hiedra, y preguntó—: Salomé ¿Estás ocupada? Mi hermano quiere verte… —Viven de tu papá ahora ¿No es así? ¿Podré ir con Micaela? —¿Otra vez me quedaré solo en el negocio? —protestó Ezequiel. —Volveré pronto, llorón —replicó la señorita Hiedra. Cuando Isabel, Salomé y Micaela llegaron a la vivienda de Benjamín Medina, la joven Hiedra preguntó dónde se hallaba Juan Cruz. —Allí, en el cuarto de mi padre —la hermana del muchacho apuntó con el dedo hacia la puerta—. Mientras tanto, Micaela y yo jugaremos videojuegos en mi nueva habitación ¿Qué te parece, Mica? —Es buena idea. —¿Tu papá dónde está? —inquirió Salomé, antes de ver a Juan. No quería invadir el hogar de otra persona. —Se fue a hacer unos mandados. Volverá pronto, pero tranquila: sabe que estás aquí. —Bien. Ingresó al cuarto donde se encontraba el hermano de Isabel. Él estaba sentado en la cama. Se veía delgado y ojeroso, y estaba cubierto por sábanas de color celeste. En su mano derecha sostenía un vaso con agua. —Hola —lo saludó, y se quedó de pie a su lado—. ¿Cómo te sentís? —Hola… Estoy mejor. Algo confundido y cansado. Debo hacer reposo algunas semanas. —Lo sé. Juan Cruz la contempló con curiosidad. —Estás callada… ¿No hay nada que quieras decirme? Salomé decidió que era hora de ser sincera con él. —No puedo hablar de tu herida en la pierna, aunque tengo mis sospechas de lo que te ha sucedido. Vos e Isabel ya no pueden investigar… han corrido demasiados peligros a lo largo del verano. Lo mejor será que se olviden de Culturam, y que vos y yo cortemos. —Salomé… —Juan Cruz puso ojos de cachorrito—, si mi hermana y Samuel pudieron seguir viéndose a pesar de las adversidades ¿Por qué nosotros no? —En primer lugar, porque no quiero que te usen en mi contra, como han intentado hacerlo con Micaela. En segundo lugar, porque te merecés a alguien que te quiera de verdad… —¿Qué estás queriendo decirme con lo último? —se le quebró la voz. A pesar de que Salomé era una persona fría y manipuladora, le dolía que Juan Cruz estuviera triste. Él le había hecho compañía cuando se sentía sola y devastada. Justamente porque lo apreciaba, debía decirle la verdad. —Tu primo y tu hermana siempre creyeron que mi vínculo con Samuel era obsesivo… Nunca fui capaz de manifestar mis sentimientos por él de manera sana ¿Sabés? Sam nos ayudó a Micaela y a mí a sobrevivir. Siempre lo quise como más que a un amigo, pero él jamás reparó en mis sentimientos. Sin embargo, cuando conoció a Isabel, cambió completamente. Empezó a sonreír, se rebelaba cada vez más seguido contra su padre, y decidió darlo todo por ella… —bajó la mirada. La señorita Hiedra nunca se sinceraba con nadie, por lo cual le costaba encontrar las palabras adecuadas—. Hace años que estoy enamorada de Samuel. Pensé que podría olvidarlo, pero hace tres días, cuando él y tu hermana volvieron a besarse delante de todo Culturam, se me rompió el corazón. Tardé en venir a verte porque sabía que, cuando lo hiciera, romperíamos. Juan Cruz dejó el vaso de agua sobre la mesa ratona, y se cubrió el rostro con ambas manos. Seguramente estaba llorando. —Lo siento —musitó Salomé—. Lamento mucho todo lo que te ha ocurrido, no te merecés que te hagan daño. —Isabel tenía razón —balbuceó, sin mostrar su rostro—. Vos lo querías a él, no a mí. Me lo advirtió, dijo me harías sufrir… —Lo siento —repitió—, pero creo que lo más prudente es cortar aquí nuestra relación. Me he divertido a tu lado… —Isabel y Samuel ¿Son pareja otra vez? —preguntó de repente. ¿Eso era lo único que le importaba? ¿No iba a pedirle que no lo dejara? ¿No le suplicaría por su amor? Se sintió decepcionada. —Creo que sí. Juan Cruz se descubrió el rostro. Sus ojos estaban brillantes y húmedos. —Salomé, hiciste bien en romper conmigo si no me correspondías el cariño. Sin embargo, podemos seguir siendo amigos ¿Te parece? —Juan, no… —Sé que mi hermana y yo ya no podemos investigar —para sorpresa de Salomé, el joven Medina desvió la conversación hacia otro lado—, pero me gustaría recuperar los recuerdos que me han robado. —No puedo ayudarte con eso —negó con la cabeza—, si te quitaron la memoria es porque has sido testigo de algo horrible… —Por favor, Salomé… —Suficiente, Juan. Lo nuestro ha terminado y no volveremos a vernos —se dirigió hacia la puerta del cuarto, y antes de abrirla, murmuró—: preguntale a tu hermana por Sergio Benítez. Estoy segura de que ella ha sacado sus propias conclusiones al respecto.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD