Uno

1862 Words
Nuevamente me encontraba ahí, tirada en el suelo rasposo, sucio y con capas ligeras de tierra como si fuese una basura y no una persona. Mi desgastado abrigo ya un poco viejo no me llegaba a cubrir todo el cuerpo, y el viento fuerte y frío de la ciudad aventaba contra mí. Lo único caliente que sentí fue la lágrima cálida que bajó por mi mejilla hasta deslizarse y desaparecer en mi cuello. Otro día más, otra noche más. Estaba muy agotada, física y mentalmente. Solo quería una pequeña cama para descansar. Pero mis ahorros no me permitían pagar la renta en el pequeño cuchitril donde vivía, así que, sin más, me echaron a la calle sin darme mis pocas pertenencias, como si fuese un animal, dejándome tirada en medio de una peligrosa calle que hasta ponía tu virginidad en peligro; pasando hambre y frío. Me encontraba en la plaza principal de Derment, una pequeña ciudad en donde en el día el calor te hacía transpirar, pero que en la noche el frío calaba todos y cada uno de tus huesos. Eran pasadas las ocho de la noche y había llegado de trabajar de la cafetería Joe's Coffe hace menos de una hora. La plaza se encontraba mas o menos vacía, algunas personas todavía rondaban, así que, me levanté de la acera y me dirigí hacía el lago. Me senté en la orilla sintiendo bajo mis piernas la humedad del césped y contemplé el lago como siempre lo hacía todas las noches. La luna llena brillaba más que nunca hoy, contrastaba con el agua y le causaba un brillo esplendido por más verdosa que estuviera. A mis quince años, no me permitía estudiar, ni vivir en una casa, ni comer adecuadamente, ni tener una vida normal como cualquier adolescente. Era una criatura indefensa tirada en la calle sin mucho con que alimentarme. Trataba salir adelante, en serio que trataba, pero no era lo mismo ser adulto y conseguir un trabajo estable, que ser una joven de quince años que debería de estar estudiando y aprendiendo más sobre la vida. ¿Tenía fe en mí misma? No, para nada, la fe había desaparecido en mí. Pero sí tenía esperanza, esperanza en que alguna luz me iluminara y me permitiera salir adelante como persona, como ser humano, porque, ¿había hecho algo malo para merecer esto? No, no había hecho nada. ¿Mis padres? Já. A esos seres no merecía llamarlos así. Por ellos es que me encontraba aquí. Somos dos, sí, mi hermana y yo. Bueno, si es que podría llamarle hermana. Por alguna razón mi madre prefirió tenerla a ella, cuidarla a ella, darle amor a ella. En cambio a mí, no me dió nada. Desde el principio eligió a una ganadora y fue solamente ella. ¿Me defendió como hermana mayor que es? Puff, ni siquiera me echaba un ojo, me trataba con el mismo desprecio que mi madre. ¿Mi padre? Un alcohólico de primera. Que no hace más que pasarse metido en un bar, bebiendo y follando mujeres sin importarle su familia. Sí... que vida tan jodida la mía. Una bola blanca con pelos causó que me sobresaltara, era un perro, estaba a mi lado y me olfateaba. Fruncí el ceño confundida, no me había percatado que estaba a mi lado. ¿Como había llegado aquí? Al parecer era hembra, una pequeña y muy bonita Poodle. Era muy linda, se veía que la cuidaban mucho, estaba muy limpia y no había rastro de que pasara hambre o algo así. Pase una mano por su largo pelaje blanco y sedoso como cualquier algodón de azúcar y me percaté que en su cuello colgaba una pequeña cadena de oro, en donde ponía con letra cursiva: Kitty. —Hola Kitty —susurré para las dos, acariciándola y haciéndole mimos—. ¿Acaso te escapaste, pequeña? Se levantó con sus dos patas traseras y se apoyó en mi regazo mientras que con su lengua lamía mi cara de manera divertida. Mi cuerpo vibró por la sonora carcajada. — ¡Hey! —reí y la separé de mi cara para acunarla entre mis brazos—. ¿Ésta es tú manera de atacar a los extraños? Soltó un pequeño ladrido y sonreí. Amaba los perros. ¿Cuánto había pasado? Creo que más o menos media hora o algo así, estaba tan ensimismada con la perrita que ni recordaba la desastrosa vida que llevaba, y tampoco había prestado atención a la luz blanca que alumbraban los pocos arbustos a mi alrededor. — ¡Kitty! Una voz gruesa, un poco ronca pero clara, captó completamente mi atención. Era un chico. Miré a la pequeña bola de pelos que se revolvía en mis piernas, al pendiente de aquella voz y por un instante sentí muchos nervios. La estaban buscando. La idea de que aquél chico se acercara y me consiguiera con su perrita abrazada y que pensase que quizás la estaba raptando para que no se fuera me cruzó en la cabeza, y sentí más nervios aún. Con un dejo de disgusto solté a la perrita, pero esta ni se movió de mi lado. Con mi mirada comencé a buscar una rama o algo que quizás llamara su atención, pero nada, puro césped. — ¡Kitty! Se acercaba, rayos, se acercaba. Solté un suspiro profundo y luego miré a la pequeña mover su cola con la lengua afuera. — ¡Kitty, pequeña, aquí estoy bombón! —y fue entonces que descubrí que había otra persona más. Otra voz un poco gruesa pero angelical. Y luego la perrita comenzó a ladrar. Abrí mis ojos como platos y presencié como dos personas se acercaban corriendo hacía las dos. Sí, bueno, estaba más jodida. Me estremecí en mi lugar y a regañadientes me levanté del suelo para buscar una escapatoria. No quería que me vieran. — ¡Por fin, pequeña traviesa! no sabes cuanto te hemos buscado —exclamaron a mis espaldas, un poco divertidos. Ya era tarde. Pasaron unos segundos muy largos y sentí como una luz blanca proveniente de una linterna me alumbró—. Uhm, ¿hola? Solté un suspiro que poco a poco fui soltando a medida que meditaba en si escapar, o encararlos. No solía hablar mucho con las personas, ni me les acercaba, ya que todos me miraban extraños por mi aspecto. Eso mismo pensó Joe, el dueño de la pequeña cafetería en la que trabajaba. Dijo que no estaba presentable para atender a los clientes y bla bla bla. No me sentí ofendida, bueno, un poco, pero lo pasé desapercibido cuando me dió la oportunidad de que me permitiese trabajar fregando los trastes de la cafetería cuando la jornada terminara a las cinco de la tarde. Todos los trabajadores se retiraban y yo quedaba completamente sola con un montón de platos y cubiertos sucios que esperaban por mí. Así que, por lo tanto, me la pasaba sumida en silencio sin conversar con alguien ni mantenerme tan cerca de las persona; me aterraba un poco. Kitty comenzó a ladrar y luego sentí como sus patitas se apoyaban en mi rodilla. Rígida di media vuelta lentamente y me agache para tomarla en mis brazos, me sentía más segura con ella. Alcé mi mirada y contra el reflejo de la luz de la luna, dos grandes chicos me observaban fijamente. Enmarque una ceja, mirando a esos dos extraños detalladamente. Uno era un poco más alto que el otro. El más alto —y supongo que el mayor de los dos—, tenía el cabello n***o que a leguas se veía lo suave y sedoso que era a comparación del mío, no lo tenía ni tan corto y ni tan largo, pero lo llevaba de manera desordenada que le daba un aire despreocupado. En cambio al otro, su cabello era del mismo color del chocolate, un marrón entre claro y oscuro; lo llevaba peinado y engominado hacia atrás, muy delicado y elegante a comparación del despreocupado. Los dos eran de piel muy clara, no tanto como lo pálida de la mía, pero clara. Lo que más resaltaba eran sus ojos, ambos lo tenían de un azúl intenso como el océano, que intimidaban con tan solo un vistazo. —Oh vaya, ya entiendo por qué no regresó con Laila, consiguió una nueva amiga —una media sonrisa se inmiscuyó en sus labios carnosos y un poco rojos por el frío. Al parecer el era el único que tenía intenciones de hablarme, ya que el otro, el despreocupado, me seguía observando tan fijamente desde que se acercó. No se podía negar que eran hermanos, sus facciones muy parecidas, eran finos y demasiado guapos para ser verdad. Bajé mi mirada apenada, porque de repente sentí uno de esos bajones que te hacían sentir poca cosa delante de personas como ellos. Tan pulcros y elegantes. —Yo... Lo siento —dije apenas en un susurro audible, sintiendo mi voz ronca, tan extraña. Con cuidado solté nuevamente a Kitty, como si tomarla fuera un delito. Quería irme lo más rápido posible. El frío calaba más mis huesos y me era imposible no sentir un poco de tristeza por la perrita. Siempre era así, todos se alejaban de mí. Además, no quería que los dos extraños siguieran viendo mis fachas. — ¿Cómo te llamas? —siguió hablando nuevamente el menor. Titubié un poco, ¿por qué tan interesado en mí? —Eh... —me permití llenarme un poco de valor, no quería parecer tan ridícula—. Alisa, Alisa Davies. Me removí inquieta, sentía como la pesada mirada del despreocupado me analiza completamente. —Un gusto en conocerte, Alisa —una pequeña sonrisa encantadora formó sus labios. Era muy amable aquél chico, parecía tener mi edad y a diferencia de las denigrantes miradas de las demás personas, la suya era llena de ternura y comprensión—. Es peligroso estar a éstas horas en la calle, ¿dónde están tus padres? Mi pecho dolió un poco ante la mención de mis progenitores. Si tan solo él supiera, el peligro y la miseria ya era parte de mi vida, ya estaba acostumbrada a esto. —Mis padres me hecharon de mi casa, ya ésta es mi vida, estoy tan acostumbrada a esto —dije pese que un nudo se formaba en mi garganta. El menor miró al mayor y los dos mantuvieron sus miradas fijas al menos diez segundos, no sé si se estaban comunicando telepáticamente, pero ya todo se estaba volviendo tan incómodo para mí. Quería llorar como siempre hacía todas las noches hasta quedarme sumida en mis pesadillas. Con pesar di media vuelta al no escuchar más nada de aquellos chicos, ya no tenía nada que hacer aquí. —Hey, espera —susurró el mayor, tomándome por sorpresa, de los dos, él era el que más me intimidaba. —Eh, ¿sí? —sentí mis manos frías, me ponía tan nerviosa. —Nosotros... —titubeó—. Nosotros podemos ayudarte... Y para mí, esas tres y simples palabras, lograron calmar la tormenta que me envolvía. Aquella esperanza había llegado. Y también se había cumplido.
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