La semana transcurría con una aparente calma en La Herradura. Ramiro había retomado el mando de la hacienda poco a poco, ya con más fuerza, ya sin aquella fragilidad que lo había tenido postrado. Caminaba con el bastón como apoyo, pero la firmeza en sus pasos dejaba claro que el patrón había vuelto. Con la otra mano llevaba el fuete, y su sola presencia imponía respeto en los trabajadores.
El médico lo había revisado días atrás y le dio palabras de esperanza: sus pulmones se estaban recuperando, sus heridas cicatrizaban bien. Ramiro se veía endurecido, más curtido por el dolor, pero también más fuerte. La vida lo había golpeado, y aun así seguía de pie.
Por las noches, sin embargo, los recuerdos no lo dejaban en paz. Se revolvía en la cama pensando en María, en que nunca más volvería a t
